Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

martes, 1 de abril de 2014

Libro

HISTORIA DE LA MÚSICA POPULAR MEXICANA

Los Inmortales de la Canción Ranchera

Las Cantantes Bravías (continuación)

La “Torcacita”, Dora María, la “Prieta Linda”, la “Consentida”, Lola Beltrán y Flor Silvestre son muy importantes representantes de esa floración de rancheras agresivas que cantan. Había quedado atrás la dulce e ingenua rancherita encargada de confeccionar los “calzones de cuero del ranchero”. Ahora, “la flor más bella del ejido” gritaría, se emborracharía y experimentaría terribles pasiones y abandonos dignos de una verdadera citadina.

Matilde Sánchez, la Torcacita, constituye el ejemplo ideal. Su publicidad aclara que inició su carrera aceptando la “enorme responsabilidad de sustituir a la indispuesta Lucha Reyes como primera figura de la compañía de Paco Miller; el resto fué fácil porque la Torcacita, señores, nació en mero Tequila, Jalisco, y por eso la canción ranchera ya la trae en las venas, y por eso el canto bravío encuentra en ella a uno de sus exponentes más genuinos y notables”.

El auge de las cancioneras de ranchero está en la relación directa con la captación del “estilo interpretativo” que venía esbozándose y evolucionando desde años anteriores. Las cantantes bravías simplemente enfatizaron los rasgos más salientes de ese estilo, hasta lograr en ocasiones una verdadera caricatura del género.

Panorama de los Años Cincuenta

La década del os años cincuenta significó para la canción mexicana una ruptura con las tradiciones anteriores. Nuevos estilos, modas arrolladoras y nuevos géneros hicieron su aparición. El debut en México de Los Panchos en 1948 inició un auge del género romántico y canalizó la atención de miles de oyentes hacia sus producciones melódicas. A mediados de los años cincuenta, múltiples melodías cortadas a la medida del nuevo trío sentimental hicieron su aparición. Voces melifluas, suaves maracas, requintos, “Rayitos de luna” y rosadas nubes para “Un solo corazón” apenas ensombrecidas por alguno que otro “Limosnero de amor” o algún “Ladrón de besos”, arrullaron adormecedoramente al público de los clubes nocturnos.

No hubo voz entrenada ni guitarrista más o menos hábil que no formase parte de algún trío. Los compositores no se daban abasto para surtir las canciones al estilo que el público demandaba. Por otra parte, la aparición del mambo en 1948 con Pérez Prado provocó una nueva ola danzante de ritmos afros e instrumentaciones metálicas. Tantas novedades y su fuerza de difusión podrían haber relegado a segundo término a las canciones del género ranchero. Pero no fué así, la década de los cincuenta fué una época de sumo interés para la canción ranchera.

A pesar de la exitosa aparición de novedosos géneros, el estilo ranchero siguió conservando su popularidad, lo que determinó una gran demanda de obras nuevas. Hubo compositores que escribieron para todos los géneros de moda, aunque por vocación su estilo se prestase más a las efusiones del estilo romántico. Tomás Méndez Sosa, quien se iniciara como maestro de ceremonias del trío Los Diamantes, es el típico ejemplo de adaptación exitosa al estilo ranchero. Durante los años cincuenta escribió varias canciones que ahora se consideran clásicas como “Gorrioncillo pecho amarillo” (1954), “Que me toquen las golondrinas” y “Cucurrucucú paloma” (1954).

El equivalente del compositor profesional que se movilizaba a la vez en todos los campos de la música popular, existió en intérpretes tan populares como Pedro Infante, capaces de expresarse con flexibilidad en canciones románticas, boleros, norteñas y las más clásicas rancheras. En aquellos años, grupos famosos, como Los Cancioneros del Sur, coexistieron al lado de Los Tres Diamantes y orquestas al estilo estadunidense como la de Luis Arcaraz. El elenco de triunfadores del Disco de Oro es una muestra más del eclecticismo reinante en aquellas fechas. Durante la temporada 1950-1951, el mejor cancionero resultó Pedro Infante, al lado de otros premiados como María Victoria, Dámaso Pérez Prado, las Hermanas Hernández y el conjunto de los Hermanos Reyes.

La canción ranchera parecía haber alcanzado un punto de estabilidad, un equilibrio inamovible gracias a la creación constante de los autores ya clásicos del género: Valdés Leal, Víctor Cordero, Chucho Monge y los dos Rubenes (Méndez y Fuentes), más los infaltables Esperón y Cortázar.

El Estilo de José Alfredo

Faltaba, sin embargo, la presencia de un autor significativo para la total evolución del género ranchero: José Alfredo Jiménez. En el año 1951 aparecieron sus canciones “Yo”, “Ella” y “Cuatro caminos”. El paso que dió la canción ranchera en ese momento fué definitivo. Se trataba de un autor dedicado exclusivamente al género ranchero, pero que era capaz de aportar rasgos muy personales a la canción de la que sólo quedaba un molde exterior transmitido de boca en boca y de guitarra en guitarra. Aunque tuviesen razón quienes afirman que José Alfredo Jiménez no modificó nada del género, habría que reconocer que aportó, además de un buen y armonioso sentido de la melodía, una fuerte carga emotiva que en ocasiones llegó a la expresión dolorosa y exageradamente patética.

Aquel muchacho de Dolores Hidalgo, surgido violentamente del anonimato al abandonar un trabajo como mesero y una fallida carrera futbolística, era algo más que la “nueva voz del emigrante rural” (Carlos Monsiváis). En sus comienzos, las canciones de José Alfredo fueron antes que nada una expresión sincera que se alejaba ostensiblemente de las expectativas de la canción comercial. A mucha distancia del feliz macho que todo lo puede, eterno habitante del “rancho alegre”, José Alfredo se atrevió a ser desmesurado, a decir que “sin ella de pena muere”, a declarar su “triste agonía de estar tan caído y volver a caer, de estar tan perdido y volver a perder”.

Por primera vez no se trataba de la expresión vacía de personajes y acciones inverosímiles sino de la “carne y sangre de pasiones, despechos, rencores y abandonos tan reales como la vida misma”. El secreto de las canciones de José Alfredo Jiménez no es tan sólo su fácil melodía, sino una sensibilidad urbana, cara a as clases medias y bajas, que se ha alejado definitivamente de la opereta ranchera. No es de extrañar su éxito que, por añadidura, aprovechó también a las casas disqueras.

Los años posteriores a la aparición de las primeras canciones de José Alfredo Jiménez estuvieron llenos de sus canciones y de su estilo. A pesar de las decenas de imitadoras, no hubo un solo compositor de ranchero de su misma importancia; aunque sus canciones fueron sometidas a las obligadas promociones publicitarias en todos los circuitos de difusión (radio, cine y discos), José Alfredo Jiménez conservó en todas ellas la espontaneidad de sus primeros éxitos.

(continuará…)

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