Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

viernes, 1 de marzo de 2013

Biografía

Jorge Eugenio Ortiz

Jorge Eugenio Ortiz Gallegos nació en Morelia el 23 de abril de 1925. Estudió en el Seminario de Morelia y Montezuma, y en las universidades de Notre Dame, París y Católica de Washington. Jorge Eugenio Ortiz se destacó como periodista, catedrático y escritor; como poeta publicó: Estancia de Amor; Noche de Crucifixión y otros poemas cristianos. Presentamos aquí algunos nocturnos con la intención de que se conozca la calidad poética de Jorge Eugenio Ortiz.

Nocturno primero

Ven a mi podredumbre, Jesucristo,
a mi desierto, muladar llanura
del hastío. Y arranca mi amargura,
la túnica infernal con que me he visto.
¿Qué más puedo pedir? Llorar me has visto
de ofenderte y rasgar tu vestidura
y cometer de nuevo en la negrura
estos ebrios pecados con que insisto.
¡Oh duda, oh dolor! Hipocresía
será decirte que te adoro y amo.
¡Cuántas veces lo dije y fue falsía!
Si más vida me das te perdería.
Todo yo –la miseria- te reclamo.
Llévame -omnipotencia- en este día.

Nocturno segundo

Desde la cruz la sangre
aún se rueda,
como hontanar nacido en la montaña,
pero dejamos luego que empantane
en la laguna vieja,
estercolero
de nuestras sucias almas.
Y todavía
bajo la noche negra
-el eclipsado día caído en plenitud-
lumbres rojas exultan con su furia
esputos y blasfemias.
¡Y cómo palidecen
abiertos sobre la cruz los brazos
y cómo te me mueres, Cristo!
La noche y tus pupilas juntan
sarcasmo y gloria,
bofete y carcajada
la herida y el pecado,
todo engruesa el torrente
de tu desangramiento.
Relámpago de Dios
o de blasfemia
¿a qué alumbrar ya más esta tragedia?
que aunque te mire más,
Señor de cardenales,
donde quedó eclipsada
la dulzura infinita
de tu eterna mirada?

Nocturno sexto

Olor de sangre bate
súbitamente el olivar.
Y un relámpago rojo
alumbró roja huella
y corrí enloquecido;
que tempestad de ramas
me cruzaron el rostro en la carrera,
sayones los guijarros a mis plantas
Sentí tronar el rayo en mis oídos,
su cegante rojizo
me deslumbró en la senda.
Un gemido se pierde entre la furia
de vientos sibilantes.
¡Eres tú con tu sangrante herida!
¡Te estoy buscando, Cristo!
Me repugna tu duelo,
me horroriza tu muerte.
De nuevo senda abajo.
Los truenos furibundos
los riscos que me hieren,
la demencia palpita entre mis sienes.
¡Qué angustia de encontrar constante
en cada reposo del camino
ese olor de tu sangre,
la huella fresca de tus pisadas rojas!
Oigo el viento en silbido,
carcajadas.
Olas sangrantes
-la mueca rojiza
de aquel morirte entre ladrones-,
negrecidos fantasmas
mis ojos nublan con doliente espasmo.
Una roca me punza
en la postrer caída,
el pecho se me ahoga
y luego… nada.
¡Qué despertar sin tempestad,
sin noche,
y encontrar que me velan
tus ojos infinitos!
Que ya no hay más pasión,
ni muerte,
sino la paz gloriosa
de tus blancos ropajes
y de tu corazón.

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