Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

viernes, 1 de noviembre de 2013

Historia

Aztlán: Origen y Destino

El Saqueo de México por España (conclusión)

Para darnos una idea de las riquezas que se llevó España de América durante la Colonia, baste recordar que esto la convirtió en la primera potencia del mundo, con un ejército como ninguno, que le permitió tanto defender sus tierras ganadas, como realizar nuevas conquistas. Su ejército estaba formado por 240 mil efectivos, lo que actualmente equivaldría a tener un ejército de cuatro millones de soldados, es decir, tres veces más que los soldados que tiene hoy Estados Unidos, el país más poderoso del planeta y que cuenta con un millón 414 mil militares activos. También equivaldría a que México tuviera 20 ejércitos como el que tiene hoy.

Ese gasto y muchos más, fueron cubiertos con la inmensa riqueza que saqueó España de nuestro continente sin darle nada a cambio. Impusieron su religión, pero nosotros teníamos la nuestra; impusieron su lengua, pero nosotros teníamos las nuestras, prohibieron el desarrollo del país, pero sí extrajeron todo el oro y toda la plata que pudieron. A cambio de las bondades que les dió América, la esclavizaron, la torturaron, la explotaron, la violaron, la enfermaron y sádicamente la vieron agonizar y morir mientras que Europa sólo cruzó los brazos y contemplaron su muerte, supliendo las manos indígenas con manos negras para el trabajo, la explotación y el saqueo, que era lo único que les importaba.

Del año 1506 al año 1600 (tan sólo 94 años), enviaron de México a España, 6500 embarcaciones con distintos productos: esclavos, oro, plata, cobre, maderas preciosas, cacao, azúcar, especies, pieles, etcétera. En esos primeros 94 años de saqueo, se enviaron 180 mil kilogramos de oro y 17 millones de kilogramos de plata. De la recaudación de los diferentes impuestos, se juntaban cada año 20 millones de pesos, de los cuales: diez millones de pesos, se empleaban en la administración de la Nueva España (en manos de españoles); tres millones de pesos, para ayudar a otras colonias de España en América; y siete millones de pesos, se enviaban para el tesoro de la corona española, aparte de todo lo que saqueaban en productos. Estos tesoros saqueados del pueblo y de las tierras mexicanas, sirvieron para dar fuerza a una de las más grandes vergüenzas del clero y de la humanidad, la Santa Inquisición. En diabólica complicidad, en 1798, la Corona Española asignó un impuesto al clero, a cambio de todos los privilegios que tenía, con ese impuesto se financiarían todas las guerras que tuviera que llevar a cabo el gobierno español para preservar sus dominios.

Así, por 300 años, saquearon todo cuanto pudieron del país. Uno de los hombres más crueles y sanguinarios que ha dado la humanidad, perdido u oculto en la historia escrita por españoles y algunos mexicanos conservadores, comparado quizá con Hitler, es el español y abogado, Nuño Beltrán de Guzmán, a quien la abogacía no lo educó y mucho menos lo humanizó. Hombre soberbio, ambicioso, traidor, abusivo y cruel, que fué nombrado presidente de la primer Audiencia en la Nueva España, institución que utilizaba España para gobernar sus colonias.

Esta primera audiencia entró en funciones en 1529, tiempo en que Cortés ya había consumado la conquista y se encontraba fuera del país. Pero aquella primera Audiencia, al mando de Nuño Beltrán de Guzmán, se dedicó a robar, despojar y asesinar, trastornando el país. Esto propició que la Corona buscara establecer un virreinato en la Nueva España. Antes de establecerse el primer virreinato, se mandó una segunda Audiencia, la que traía la orden de arrestar a Nuño Beltrán de Guzmán, pero éste huyó de la ciudad de México hacía el occidente del país. Partió con 300 españoles y seis mil guerreros indígenas, con los que pretendía colonizar el occidente y norte del país y conseguir hazañas más grandes que las conseguidas por Cortés al conquistar México.

Pero a su paso sólo fué dejando saqueo, muerte y desolación. Asesinó comunidades enteras que se negaban a entregar sus riquezas, capturó comunidades completas con hombres, mujeres y niños, que hacía llegar hasta La Española, desde donde eran embarcados a Europa para ser vendidos como esclavos. Se sabe que cuando menos enviaba diez mil indígenas, entre hombres, mujeres y niños, cada año. Muchos de estos cargamentos de esclavos indígenas, eran negociados en alta mar con piratas, que posteriormente los revendían en Europa, porque siempre estuvo prohibido el tráfico de esclavos, aunque en realidad, siempre lo hicieron los españoles, incluyendo al mismo Cristóbal Colón, quién lo llevó a cabo en las Antillas, despoblando las islas en menos de 50 años.

Cometiendo todo tipo de atrocidades, Nuño Beltrán de Guzmán, pasó por Jalisco, Zacatecas, Nayarit, Sinaloa y Sonora y en premio a su ruindad, la Corona Española lo hizo gobernador de todas las tierras que descubrió y que fueron llamadas “Reino de la Nueva Galicia”. Pero un título, o un puesto del gobierno, no iban a cambiar su forma de ser y continuó con su brutalidad, su crueldad y su sanguinaria forma de ser. España lo dejó hacer cuanta barbaridad pudo, hasta que por fin se dieron cuenta del ser maldito que los representaba en la Nueva España. Y fué entonces que lo mandaron buscar para enjuiciarlo, pero logró burlarlos por segunda vez, escapando a la misma España donde murió en la miseria.

Es necesario remarcar que este tráfico de esclavos, llevado a cabo por Nuño Beltrán de Guzmán, fué otra de las principales causas que diezmaron la población indígena mexicana, la persecución y crueldad española con que se capturaba a los indígenas fué tan salvaje que muchas veces preferían morir, antes que ser atrapados por los salvajes católicos europeos: hubo quien mató a sus hijos para evitar que fueran esclavizados. Se practicó el suicido familiar y colectivo en las comunidades, muchas mujeres se practicaron abortos, muchas parejas detuvieron la procreación por varios años por medio de la abstinencia sexual, muchos otros se aislaron de la sociedad a lugares desolados donde morían de hambre, enfermedades o por picaduras y mordeduras de animales venenosos, o por ataques de animales salvajes; pero evitaban a toda costa ser esclavizados por los españoles.

Fué de tal magnitud el saqueo, que la misma cama de Moctezuma II fué embarcada para España, aunque en el camino el convoy que la llevaba, fué atacado y la cama fué robada por el corsario francés, Juan Florentín, pirata italiano cuyo nombre original era Giovanni de Verrazano, contratado por el gobierno francés para dedicarse a robar los embarques españoles, cargados de mercancías que saqueaban de México y Centroamérica. Giovanni de Verrazano, se inició en la navegación trabajando con españoles y portugueses en los primeros viajes e exploración de América y fué el primero que, trabajando para Inglaterra, llegó a las costas de Norteamérica en 1524, pero aquellas tierras del norte de América, fueron consideradas por él y por los ingleses; muertas y desoladas. Pasó casi un siglo para que los ingleses volvieran a intentar venir a América, convirtiéndose en los primeros ilegales indocumentados en Norteamérica en 1607, al invadir tierras que correspondían en propiedad a España.

Tomada del Libro: “Aztlán: origen y destino”
de: Melquiades González Gaytán


Historia y Evolución de Salvatierra

La Vida Colonial Salvaterrense, 1644-1810 (continuación)

El Beaterio del Carmen (conclusión)

El prestigio de los religiosos Carmelitas en Salvatierra originó que las beatas encargadas del cuidado de la imagen de la Virgen de la Luz, escogieran una forma de vida inspirada en la regla carmelitana, bajo la dirección espiritual de los frailes carmelitas. Cuando se inició la construcción de la capilla de la Virgen de la Luz en 1744, se verificó también la fundación del beaterio provisionalmente asentado a un costado de la capilla en construcción. El terreno que ocupó en definitiva fué un solar de 60 varas en cuadro ubicado en la parte oriente de la Plaza Mayor, adquirido a don Miguel Valenzuela, el 9 de junio de 1755, teniendo en ese momento cimientos para doce cuartos y lindando al Norte precisamente con la capilla de Ntra. Sra. de la Luz.

El 11 de junio de 1756, la hermana mayor de las señoras recogidas en el beaterio con advocación de Ntra. Sra. del Carmen, solicitó al Cabildo de la ciudad, la construcción de un coro para no salir a la calle y tener acceso directo a la capilla, para tener el beneficio de oír la Santa Misa y un mejor cuidado y celo para la Soberana Imagen de Ntra. Sra. de la Luz. La contestación que se dió a la petición fué de anuencia por parte de la autoridad civil, en virtud de que ya la había manifestado la autoridad eclesiástica. Además de las limosnas que recibían las beatas, tenían varios bienhechores que las ayudaban, algunos les llegaron a otorgar varios donativos testamentarios para la ayuda y sustento de su gasto diario.

Lo más probable, es que en el beaterio se impartieran las clases para la formación de doncellas virtuosas en la modalidad muy propia de la Colonia de “Casa de Amiga”, teniendo la protección del cura párroco y juez eclesiástico, del prior del convento de los Carmelitas y del Cabildo, logró su máximo esplendor entre los años de 1760 a 1810, pues estaba considerado el principal centro docente femenino de la ciudad. Vino después su declive por varias causas: el Ayuntamiento tomó a su cargo la construcción del templo Parroquial y el traslado de la Sagrada Imagen a él; la llegada de las religiosas de las religiosas Capuchinas como una orden más formal y completa; la secularización del curato, cuando la autoridad religiosa determinó que ya no eran necesarias; y la guerra de Independencia que limitó los recursos para su sostenimiento. Para el año de 1822, sólo quedaba una pobre mujer de aquellas beatas.

Posteriormente, después de varios pleitos y litigios, en el año de 1841, el Ayuntamiento logró la adjudicación del sitio para construir la Casa Municipal, previo pago por indemnización al clero, por el cual el Cabildo tuvo que hipotecar los ejidos de la ciudad. Otro inmueble que se compró por parte de la autoridad junto con el del beaterio, fué la casa de la alhóndiga en la calle de Madero.

Las Religiosas Capuchinas en Salvatierra

El 11 de octubre de 1767, el rey Carlos III firmó la Real Cédula autorizando la fundación del convento de Capuchinas, teniendo en cuenta el ofrecimiento de don Santiago Ginés de la Parada, de realizar los trabajos para la obra material. Finalmente, el 13 de agosto de 1798, fué la ceremonia de la dedicación del convento presidida por el obispo Abad y Quipo, las religiosas fundadoras, procedentes de Querétaro, pernoctaron en el beaterio para salir en procesión solemne a su nueva casa.

No fué fácil lograr para Salvatierra es establecimiento de un monacato femenino, eran éstos, símbolos de importancia y prosperidad de una ciudad. Religiosas Capuchinas en la región, sólo las había en Valladolid y Querétaro. Dentro del obispado de Michoacán sólo se establecieron en Valladolid y Salvatierra. En la intendencia de Guanajuato, monacatos femeninos los hubo sólo en las ciudades de Irapuato, San Miguel de Allende y Salvatierra, de los que perduran los dos últimos.

Los problemas para su establecimiento fueron muchos: D. Santiago Ginés de la Parada no fué bien visto en la ciudad y hasta fué amenazado de muerte, tuvo que buscar refugio en la ciudad de Querétaro y pedir la protección del virrey; los terrenos que el Cabildo se había a comprometido a proporcionar para asentar el convento, no fué posible proporcionarlos por estar embargados por los religiosos Carmelitas, por la vieja querella sobre la deuda que este tenía con los frailes por la construcción del puente de Batanes. Ante esta situación, D. Santiago tuvo que adquirir de los mismos religiosos, un solar en 300 pesos de oro común, el 27 de septiembre de 1770.

El convento ha tenido un total de 24 abadesas, siendo la primera la R.M. Sor María Serafina Manuela. Una vez establecido llegó a tener entre religiosas y novicias hasta treinta hermanas. El monasterio se dedicó a la Purísima Concepción y el templo al Seráfico Padre San Francisco. Fué hasta la primera mitad del siglo XIX, cuando se terminaron de construir las celdas de la planta alta y los últimos detalles del edificio, así como los altares de la iglesia y el acondicionamiento del coro bajo.

Descripciones Coloniales de la Ciudad de Salvatierra

Seculares y religiosos, propios y extraños, que nos describieron durante la época colonial nos han dejado ricos testimonios documentales sobre la ciudad, complementando nuestro conocimiento de la misma con de las fuentes primarias. Las descripciones en cuestión son: la que hace el canónigo de la catedral de Valladolid D. Francisco Arnaldo de Ysassi, en 1649; la del año de 1746, que hace D. Joseph Villaseñor y Sánchez, en su obra: Theatro Americano; la del canónigo Salvaterrense D. Agustín Francisco Esquivel y Vargas en 1764, en su obra: El Fénix de Amor; y la del religioso Capuchino Fray Francisco de Ajofrín, en el mismo año de la anterior, en su obra: Diario de Viaje que hizo a la América en el siglo XVIII.

Don Francisco Arnaldo de Ysassi describe de esta manera la ciudad en 1649:

“Fundose habrá cuatro años, o cinco, en tiempos que gobernaba la Nueva España y era su virrey el Excelentísimo Señor Don García Sarmiento Conde de Salvatierra. Está fundada en el valle y pueblo de Guasindeo a orillas del río Grande, quince leguas de Valladolid hacia el nordeste y treinta y dos leguas de México. Tiene hoy de cuarenta a cincuenta vecinos a quien se han de repartir tierras de sus ejidos. Hay en ella cuatro regidores, Alférez Real y Depositario General, que son oficios vendibles. Solía ser este valle y pueblo de la jurisdicción de el Alcalde Mayor de Salaya, y desde que se hizo ciudad tiene Corregidor que provee el virrey y pone teniente en Acámbaro que es otro pueblo que dista de la ciudad, de buena comarca y vecindad.

Han traído algunos pleitos los regidores y fundadores sobre el asiento que hicieron con su majestad. Administran a los indios y españoles de esta ciudad y otros pueblos, los frailes franciscos, que tienen allí un convento no de los mejores de provincia sino de los más pobres: dales Su Majestad el salario ordinario para vino, cera y aceite y tienen sus obvenciones. Los indios son tarascos y hay en las labores de otras naciones; son todos más de quinientos. (continúa en el próximo número)


Tomado del Libro: “Historia y Evolución de Salvatierra”
de Miguel Alejo López


La Epopeya y la Leyenda
El Otro Rostro de la Historia

por: Jorge Ojeda Guevara

Libertar a una Patria
Sed de Justicia... (continuación)

Sonaban las 11 de la amanecida del 28 de septiembre de aquel memorable 1810, y el tumulto popular hervía de impaciencia por lanzarse al luchar por la libertad. Los penitentes civiles y militares enclaustrados en le Alhóndiga llamaban a los frailes buscando perdón, expiación y preparación pues ya asomaba lo inevitable; absoluciones se escuchaban a diestra y siniestra, ahora sin penitencia.

Peninsulares y criollos acaudalados con sus familias, caminaban nervioso andar de un lado para otro su mortal encierro, en sepulcral silencio, alerta y musitando una oración tras otra. Medio centenar de mujeres del pueblo fueron obligadas a preparar alimentos para los involuntarios habitantes de la Alhóndiga. La verdad cruda era que solo 300 hombres de los allí enjaulados, sabían manejar un arma de fuego, con lo que el paisaje y el mañana se divisaban más sombríos. También se custodiaba con celo al interior, además de gran cantidad de carne y verduras, millonadas de pesos oro y plata, producto del quinto real, usufructuado lo mismo por peninsulares y criollos acomodados, que por sacerdotes que fuerte resistían a perder sus terrenales haberes, pero…

De igual manera, los insurgentes dispuestos en la Hacienda de Burra, a ciertas millas de distancia entre Guanajuato e Irapuato, como a noventa minutos andando a buen paso, movilizaban sus preparativos diferentes, volteando su acerada mirada de vez en cuando hacia el rumbo de su presa inmediata: Guanajuato. Ignacio Camargo y Mariano Abasolo partieron al galope desde Burras, documentos en mano, signados por el mando insurgente, solicitando rendición de la ciudad, con promesa de respetar a los españoles, aunque los haberes materiales de oro, plata y demás serían confiscados.

Los manuscritos que el cura Hidalgo despachó con esos personajes rezan:.

“Sr. Cura del pueblo de Dolores, Don Miguel Hidalgo:

No reconozco ninguna otra autoridad, ni me consta que haya establecido, ni otro capitán general de Nueva España, que el Exmo. Sr. Don Francisco Javier Venegas, Virrey de ella, ni más legítimas reformas que acuerde la Nación entera en las Cortes Generales que van a verificarse. Mi deber es pelear como soldado cuyo noble sentimiento anima a cuantos me rodean. Guanajuato, 28 de septiembre de 1810. Juan Antonio Riaño

Muy Señor mío: no es compatible el ejercicio de las armas con la sensibilidad: ésta exige de mi corazón la debida gratitud a las expresiones de Ud. en beneficio de mi familia, cuya suerte no me perturba en la presente ocasión.

Dios guarde a Ud. muchos años.
Guanajuato, 28 de septiembre de 1810. Riaño”.

RUMBO A LA ALHÓNDIGA.
 La suerte estaba echada; las palabras daban paso al drama. Este echó a andar al medio día, sonando la una, con un tumulto de 25 mil almas, que el rumbo de Marfil fué testigo de su arribo en tropel. Amplios conocedores de la tierra que pisaban, como ráfaga se agazaparon estratégicamente en los cerros cercanos a la Alhóndiga, en particular el colindante del Cuarto… a la espera de la voz que comandaba. Como de esperar era, mineros y población blandiendo hondas, machetes y odio, de inmediato secundaron a los insurgentes.

La cuesta de Mendizábal, calle que sube al actual mercado Hidalgo, fué el sitio para disparar los primeros perdigonzazos, flanco que correspondía defender precisamente a don Gilberto Riaño. Luego, por el rumbo llamado Positos, lugar al que imprudentemente el intendente dirigió sus pasos para defenderlo, y cuando se paró en los escalones del edificio, un fusilero de Celaya, le disparó certera y mortal bala. Al mirar muerto a Riaño, don Gilberto volteó la boca de su fusil hacia sí mismo con intención suicidarse ahí mismo, aunque fué interrumpido y persuadido por sus camaradas de armas de no hacerlo, reincorporándose aunque con su pesar, a la encarnizada refriega.

Los alzados superaban en número por mucho a los hispanos, y casi para cumplirse las tres de la tarde, los fueron obligando a retroceder, hasta topar con las mismas barricadas que presurosamente tuvieron que introducir en el pétreo edificio, para finalmente cerrar sus portones, que fugazmente protegerían a los europeos. Ahora solo dos caminos se divisaban: vencer o morir. Los realistas se daban gusto disparando desde las alturas a la muchedumbre de modo tal que cada tiro disparado era un insurgente muerto.

Pero los alzados igual abonaban a su causa, y a base de una lluvia de piedras lanzadas a la azotea por infalibles honderos, obligaron a que la soldadesca retrocediera de la misma. La gente del interior al ver su evidente fatal inmediato, y con ausencia de comando militar, miró a los ajos su mortal destino. El pánico y la confusión echaron a correr por todo el edificio: unos sacaban banderas blancas en señal de rendición, otros arrojaban azogue, aquellos disparaban a donde fuera, los muchos rezando e implorando ayuda divina y de la Virgen de los Remedios… mientras que la Guadalupana plasmada en estandarte de Atotonilco tremolaba suavemente en lo alto del cerro del Cuarto, testigo involuntario de semejante carnicería del día 28, que parecía porfiado en no terminar.

“Sin embargo, la pétrea fortaleza parecía no ceder por flanco cual ninguno o rincón, hasta que los mineros aguzando pensar e ingenio decidieron tantear por donde se miraba como la parte frágil de la construcción: el maderamen de la puerta de entrada a la alhóndiga”.

Las filas de Hidalgo saturadas de pueblo y mineros, peleaban con furia, ante la mirada fija de cientos de cadáveres de mexicanos, abatidos por la lluvia de balas disparadas desde las azoteas por los guarnecidos… De pronto, de entre los mineros, un dieciochoañero de recia complexión nombrado Juan José de los Reyes Martínez, apodado por sus camaradas como “El Pípila”, pidió a mineros y honderos lo cubrieran con una lluvia de piedras mientras se arrastraba pegado al muro y al suelo cargando bote, botella y candela… Hízose así, y, llegado al portón, untó toda la brea y aguarrás que pudo, mientras que balas y maldiciones le retumbaban los oídos, aquellas rebotando en la loza, solo le rozaban el ánimo… El minero, mirando con ojos fieros la pesada puerta de madera, le prendió fuego.

Al mirar aquella simple pero valerosa e ingeniosa maniobra, la muchedumbre irrumpió en gritos. Se retiraron a un sitio para prudenciar las balas, solo a la espera de que la lumbre hiciera su parte en la batalla. Los hispanos palidecieron al ver aquello, sabedores que todo estaba por liquidarse y sus instantes además de cortos, estaban ya contados…

Cayó el portón y 298 largos años de orgullo hispano, sangre y vida sería la moneda de cobro por la imprudente incursión hispana en tierra mexicana, que pagarían los ahí encerrados. Los independentistas saltaron sobre el agónico portón que sin caer a cabalidad seguía ardiendo, aunque fueron recibidos con cerradas descargas de fusilería, fulminando a quienes iban por delante gritando consignas, lo que enardeció más a la multitud de mineros y pueblo. Pero los que venían detrás lo hacían empujando a sus compañeros que al caer heridos eran pisados involuntariamente por los demás… La batalla cuerpo a cuerpo se generalizó sin pedir ni dar cuartel. Pasillos, patios, escaleras, troje y azoteas eran escenarios de maldiciones, gritos y ayees de dolor. En la bola murieron lo mismo mujeres que niños y clérigos, quienes fueron sin piedad degollados. Solo se salvaron las mujeres del pueblo aquellas que habían sido obligadas a permanecer ahí para servir a los españoles.

Para las 5 de la tarde, el sol caía ya, como apenado por el ambiente teñido de sangre..

“Al hacer recuento de bajas, se supo que 650 fieles al rey y 1500 independentistas habían pasado a mejor vida”.

Ya sin impedimento enfrente, la multitud volteó afanes y furia al saqueo, arrebatando lo mismo oro, plata, maíz, joyas, armas, municiones y ropa, tropelías que no hicieron distingo para todas las casas de los peninsulares. Esos saqueos se alargaron el resto del día 28, todo el siguiente, y fué hasta el tercero que fué domingo, que por tajante orden del alto mando insurgente con amenaza de severas penas, paró aquel atropello popular, por ser una inútil orgía de sangre, beber sin freno, revanchismo, y no justicia social.

“Sin embargo, el bando insurgente aseguró sobrados bienes y enseres que serían imprescindibles para mantener semejante gentío, como ejército popular para la libertad”.

Sería hasta el sucesivo lunes en que el alto mando insurgente abocó tiempo e ideas a conformar al novicio gobierno de la ciudad, cargos que los principales criollos ahí afinados desdeñaron; Hidalgo, para avalar un buen gobierno, coaccionó a aceptarlos a José Miguel de Rivera Llorente y a José María Hernández Chico para los principales, y para otros, a Francisco Montes de Oca, Francisco Robledo y Francisco Gómez. Ellos no eran insurgentes e intuían los nublosos días que se cernían sobre el montañés Guanajuato.

A diferentes villas bombardeaban los correos desde la intendencia, con mensajes que evidenciaban contento por el movimiento, aunque la organización que ella mostraba, movía mucho en qué pensar. De entrada, no se miraba discriminación y, así como en las acciones bélicas de Guanajuato concurrieron criollos, mestizos e indios de San Miguel el Grande, también empuñaron armas y malestar poblaciones menudas o amplias como Chamacuero, Dolores, Celaya, Irapuato, Silao, Salamanca y por supuesto el ya mentado rumbo cerril guanajuateño.

La primera mirada movería a extrañar que los leoneses no aportaran a la reyerta de Guanajuato y Granaditas; sin embargo, apareció un documento que señala que el alcalde de la villa, José Ramón de Hoyos tuvo contacto misivo con el cura Hidalgo desde el tronido de las movilizaciones. Es más, luego se supo que el 27 de septiembre, el previo a la toma, el comandante militar de la villa de León, Manuel de Austri, incorporaba gente y armas al movimiento insurgente y así lo enteró a la población, maniobra que aparece manuscrita en epístola que Juan de Dios Recacho envió a Calleja en septiembre 29. Ya rayando octubre 4, y luciendo grado de coronel, irrumpió en paz en la leonés villa don José Rafael Iriarte, que fué bien acogido por José Ramón de Hoyos y Juan Manuel Austri, autoridades de la villa, después renombrada como “León de los Aldama”.

Tomado del Libro: “La Epopeya y la Leyenda, el Otro Rostro de la Historia”
de Jorge Ojeda Guevara

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