Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

miércoles, 1 de mayo de 2013

Narraciones

¿Por Qué se Mueren las Mamás?

Abuelita: los niños me preguntan que dónde está mi mamá, yo les digo que está en el Cielo, ¿Quieres estar con ella? Me preguntan también.
-No les respondo, inclino la cabeza y me retiro sollozando… Todo en derredor mío desaparece, la única compañía que tengo es la soledad.
-Mi soledad trata de consolarme, me dice que no tiene compañeros, que no tiene parientes ni hermanos, que no tiene amigos…
-Abuelita, mi hermanito y yo los tenemos a todos, siento que nos quieren mucho y nos cuidan con amor pero nos falta mi mamá. Cuéntanos, ¿Cómo era mi mamá? -Preguntó el más pequeño.
-Siéntate cerca de mí, Pau y tú Santi del otro lado. Tu mami era muy callada.
-¿Como Santi?, Santi tiene cinco años.
-Sí, era seria, cuando hablaba decía la verdad en forma directa y si no era la verdad, por lo menos sabíamos lo que pensaba.
-¿Reía? -Preguntó Paulo.
-Muy poco, más bien sonreía y con sus muecas yo sabía si algo le gustaba o no, si estaba en desacuerdo o aceptaba. Si ponía la carita alegre, era porque quería ir, si agachaba la cabeza haciendo gestos, no quería salir.
-En la escuela, ¿Cómo era?
-No estudiaba mucho porque entendía rápidamente
-¿A qué jugaba?
-A lo que quería jugar su hermana mayor y cuando jugaba sola, dibujaba y lo hacía muy bien.
-¿Dónde está?, ¿Le podemos hablar?
-Está con Dios, en los cielos y en la tierra y pueden hablar con ella cuando lo deseen.
-Pau y Santi quedaron inundados de sorpresa.
-¿Por qué no la vemos?
-Tú ya la viste Santi.
-¿Cuándo?
-Ya tenías tres años, íbamos saliendo de la casa; tardaste en salir y hablabas solo. Te pregunté qué hacías y dijiste: “estaba hablando con mi mamá”. -¿En la recámara?, -no, en la sala, dijiste. Nos fuimos y volteaban mucho hacia la casa.
-¿Podemos verla seguido, cuando queramos?
-Sí, cuando quieran.
-¿Cómo?
-Con el pensamiento, con la imaginación y con el corazón.
-¿Cómo se hace?
-Estando tranquilos y en silencio. También puede presentarse en sus sueños.
-Al despertar, ¿Cómo sabremos que fue cierta su presencia, y su plática?
-Porque sentirán tranquilidad y estarán contentos.
-¿Podemos pedirle cosas?
-Si son materiales, les dirá cómo conseguirlas: si son inmateriales, les dirá que todo se consigue con fe en Dios y en sí mismos.
-¿Por qué podremos verla y hablarle?
-Porque ustedes son su amor más grande.
-¿Cuándo podemos estar con ella?
-Cuando Dios lo decida.
-Y dijo Santi: ¿POR QUÉ SE MUEREN LAS MAMÁS?
La respuesta fué un par de lágrimas silenciosas y un abrazo amoroso pensando:
¡No hay tristeza más grande que la de un huérfano!

R R S



Las Leyendas de Nuestros Cristos

Existen en Salvatierra dos Cristos que la población venera con especial devoción, son el Señor de la Clemencia y el Señor del Socorro, ambos en el altar mayor de los templos de Santo Domingo y el Barrio de San Juan respectivamente. Fuera de la ciudad pero dentro de nuestro municipio se encuentran tres preciosas imágenes de Cristos; la del Señor del Encinal, en la Hacienda de Maravatío o mejor conocida como Maravatío del Encinal; la del Señor de la Salud en el viejo Pueblo de Urireo; y la del Señor de la Misericordia en San Nicolás de los Agustinos. Todas ellas son poblaciones que tienen sus orígenes mucho antes de la fundación de Salvatierra.

El Señor de la Clemencia según las viejas crónicas fué traído de España, a su llegada a este valle se le instaló en una pequeña capilla de adobe construida por los indios a un costado de la Hacienda de Sánchez, conociéndosele como la Capilla del Calvario. Tuvo un largo peregrinar, estando a punto de derrumbarse su pequeño templo, los padres franciscanos determinaron trasladarlo al Pueblo de San José de Amoles –hoy Cortazar-. Cuenta una antigua leyenda que cuando se intentó llevarlo a ese lugar se puso tan pesado que no fué posible cargarlo, provisionalmente los religiosos optaron ante tal hecho llevarlo al Templo Parroquial que en ese entonces era el Templo de San Francisco, mientras se le levantaba otra capilla en lo que hoy es el Templo de Santo Domingo. La capilla fué hecha de adobe, se derrumbó en una de las avenidas del río, por lo que decidieron construir una nueva de piedra que los vecinos de ese barrio sacaron del lecho del río.

Con el tiempo, vinieron los padres dominicos de la Orden de los Predicadores, el templo se terminó, pero no se les dió en propiedad, sino en uso; por esta razón, cada año tenían que llevar al curato una palma y una vela el Lunes de Pascua de las que habían sido usadas en el monumento del Jueves Santo. Se instaló el cementerio donde se daba sepultura a las personas más distinguidas de la ciudad; y en donde había estado la capilla que el río se llevó, se enterraban a un costado del canal de los suicidas, por negárseles sepultura en sagrado.

Corría el año de mil seiscientos setenta y cuatro, cuando el canónigo de la Catedral de Valladolid Don Francisco Esquivel y Vargas, distinguido salvaterrense e hijo del capitán Don Antonio Esquivel y Vargas, uno de los fundadores de la ciudad, hizo imprimir un libro titulado “Fénix de Amor” en el que se describe a nuestra ciudad con ocasión del hallazgo del Señor del Socorro. Según su crónica, la junta de la comunidad de indios vecinos del Barrio de San Juan, resolvió de acuerdo con unos escultores entrar al monte inmediato en busca de madera para la talla del Cristo.

Salieron cuatro indios separadamente a practicar la diligencia, al día siguiente volvió uno de los enviados con la noticia de haber hallado un árbol de corcho o de patol, alto y parejo, con ramas gruesas y en postura adecuada para tallar en él un Cristo. En vista de la noticia salió un grupo de indios, hallando el árbol de pie y derecho que se mantenía en tierra con tan sólo dos raíces superficiales, comenzaron a descortezar y conforme arrancaban la corteza, fueron descubriendo la imagen ya formada y perfecta del Crucifijo, declarando los escultores que la imagen era tan perfecta que no había menester más que ponerle la encarnación. Le pusieron la advocación y título del Señor del Socorro.

“Tomóse razón auténtica del suceso, dice el Sr. Esquivel y Vargas, y se mantiene en el Archivo del Convento del Carmen la relación exacta de los hechos, es de advertir que siendo la madera de que está hecha la imagen fofa y deleznable, no ha padecido con el tiempo el más leve quebranto, ni injuria de la polilla, manteniéndose intacta”.

Existió hasta época juarista una hermosa tradición que nos deleita con su pluma Esquivel y Vargas: “Dejase ver la ciudad más hermosa y galana el Miércoles Santo, en lo más apacible de la Primavera, que hace las mañanas del más dulce entretenimiento; tal lo es esta mañana en que a sus albores lo hace la gente, y en tropas hace una hermosa concurrencia desde la aurora hasta la hora de salir con la Sagrada Imagen del Cristo de su santuario, se dicen muchas misas, se riegan las calles y se adornan de flores, ramos y frutos, haciendo más vistoso lo que es más conato de la naturaleza que del arte, luego sale el Cristo de su templo con majestad y grandeza, seguido de una ordenada procesión que le conduce a la Iglesia Parroquial donde se le canta misa solemne, para por la tarde hacerle volver a su templo, donde sus fieles ocurren piadosos y confiados al socorro de sus necesidades”.

Lo que hoy nos queda, es su fiesta y sus arreglos del segundo domingo del mes de noviembre de cada año. Nos toca a nosotros velar para que no desaparezca.

La vieja Hacienda de San Elías Maravatío mejor conocida en nuestros días como el Pueblo de Maravatío del Encinal, tiene una rica y gloriosa historia estrechamente ligada a nuestra ciudad. La hacienda se formó inicialmente en el año de 1583 con una merced que la Real Audiencia concedió a su fundador el Capitán Juan de Illanes. Maravatío en vocablo tarasco significa: “lugar precioso y florido” y en náhuatl se llamaba Patiyocan o Quetzalco, que representaba a la culebra emplumada, a su inseparable Cerro de Tetillas le daban el nombre de Taresaugarua.

Doña Paula de Enríquez de Guzmán fundó en ella una capellanía en el año de 1665, por tal motivo la Hacienda fué entregada a los Padres Carmelitas quienes a su vez la enajenaron a favor de Don Manuel Valdovinos. En el año 1888 se formó la Sociedad Mateo P. Otamendi para su explotación, y en el año de 1900 quedó como única dueña la Sra. Jesús Otamendi viuda de Don Isidro Olace. La gran Hacienda comprendía tierras y aguas pertenecientes a los pueblos de: San Miguel Eménguaro, Santiago Maravatío, San Nicolás de los Agustinos y la Estancia del Carmen de Maravatío, todas ellas regadas por el canal que lleva su nombre; el sistema de irrigación más antiguo de América.

En su historia existe la grandeza, pero también la tragedia. Sufrió en la revolución los embates de las hordas de Inés Chávez García, de Sacramento Vieyra, Rafael Núñez Corona y J. Guadalupe Camargo. Todavía los viejos recordaban la masacre que hizo el lugarteniente de Chávez; Rafael Núñez, asesinando al joven Francisco Otamendi y al mayordomo Rafael Chávez. La dotación de las tierras ejidales datan de los años de 1926 y 1927. En octubre de 1954 el Sr. Arzobispo de Morelia Don Luis María Altamirano y Bulnes fundó la vicaría a cargo del P. Gilberto Fuentes, en 1968 el Obispo Coadjutor Don Manuel Martín del Campo erigió la parroquia, su primer párroco fué el P. Salvador Canchola.

Su Cristo, conocido bajo la advocación del Señor del Encinal, el pueblo entero le celebra su fiesta cada día primero de enero. De él se cuenta que en tiempos remotos, antes de ser la hacienda de los Religiosos Carmelitas, fué encontrado en un cerro poblado de encinos por los vecinos de la Estancia del Carmen, de inmediato dieron aviso al hacendado de Maravatío a quien pertenecían las tierras, éste lo mandó traer y le dió por casa la capilla de la hacienda, donde se le veneró por muchos años. Se acabó la hacienda y los hacendados, pero no la fe del pueblo en su milagroso Cristo; le construyeron su propio templo en la galera misma.

En el antiguo Tlayacac o viejo Pueblo de Urireo se venera un Cristo bajo el Título del Señor de la Salud. Fundado en 1580 fué atendido por los Religiosos Franciscanos provenientes de Acámbaro que llegaban al Valle de Guatzindeo, después lo atendieron los religiosos de Salvatierra. Desde el principio contó con un hospitalillo para la atención de los indígenas y con su Congregación Mariana bajo la advocación de María Santísima de la Asunción; según consta en el libro de actas que se encuentra en el archivo parroquial de Salvatierra, fechado en el año de 1659.

Pueblo formado por indios chichimecas y purépechas que se hallaban en Cóporo, Cerro Prieto y Parácuaro, fueron fácil presa de las enfermedades traídas de Europa por los españoles, todavía para el año de 1913 la viruela diezmaba a su población. El Cristo fué traído por los misioneros, dicen unos; otros aseguran que fué hecho por las manos de los indios purépechas allí asentados. Lo que es innegable es la fe que su pueblo le tiene, no ha permitido mayores desgracias causadas por la peste y las epidemias que al principio amenazaron con desaparecer el pueblo.

Al despuntar el sol en una brillante mañana del mes de mayo, algunos parroquianos del Pueblo de San Nicolás de los Agustinos escucharon el tañir de unas campanas llamando a la sagrada misa. Lo insólito y desconcertante para los vecinos era que su sonido no correspondía a las instaladas en el campanario de la parroquia del pueblo y provenía del rumbo del río. Está hecho, al decir de los más viejos del pueblo, se repite en algunas ocasiones al año cuando el Lerma lleva agua. Esta historia tiene sus orígenes en hechos y sucedidos reales que allí acontecieron cuando era la vieja congregación de San Felipe Tiristarán.

En tiempos inmemoriales y remotos esta comunidad formó parte de los Pueblos de Culiacán, fué conocido el lugar con el nombre de Ystlaguacatitlán (significa: lugar que tiene llanos) en la región de Tetezinca de la legendaria provincia de Colhuacán de la civilización Tolteca Chichimeca. Con el correr del tiempo llegó la conquista, con ella los frailes agustinos a catequizar, se fundó el convento y la gran hacienda con la inmensidad de sus tierras de labor. En plena colonia, un 20 de mayo del año de 1780, el pequeño oratorio donde estaban las imágenes de las devociones del pueblo se incendió.

Las pérdidas para los naturales fueron cuantiosas, se quemó un Santo Cristo grande, uno pequeño que se veneraba con el Título del Señor de la Inspiración, una imagen de la Purísima Concepción de Nuestra Señora, otra de la Virgen de los Remedios, dos Santos Niños, otro crucifijo mediano, los retablos y la imagen del Santo Patrón del pueblo: San Felipe Apóstol. Ante tales hechos, el pueblo entero hizo una petición a las autoridades eclesiásticas solicitando una merced para hacer de nuevo las imágenes destruidas. Un mes después, el 30 de junio de ese año, el pueblo recibía la autorización del Obispado para reponerlas. El Cristo Grande fué bautizado bajo el título del Señor de la Misericordia.

Pero los peores tiempos estaban por llegar, los religiosos agustinos pretendieron desaparecer la Congregación de San Felipe Tiristarán en 1827. Existe en el Archivo Histórico Municipal de Salvatierra, una carta fechada en ese año donde el administrador de la hacienda Fray Alipio Lozada a quien los indios apodaban “Tataguino”, hizo la generosa oferta de proporcionar un lugar y las demás cosas para establecer una escuela de primeras letras en la hacienda y facilitar sitios para que los naturales y vecinos se asentaran en ella, a cambio pedía que dejaran sus moradas y lugares que ocupaban en el viejo pueblo, argumentando que estaban muy distantes para recibir los sagrados Sacramentos.

Cuenta la tradición que el patrón del pueblo era el Señor de la Misericordia y cuando se extinguió la comunidad, los vecinos pasaron a formar el poblado del El Capulín. Cuenta una leyenda que cuando fueron arrojados del pueblo, las familias salieron con sus pertenencias y las campanas de la iglesia fueron arrastradas hasta el río en donde quedaron hundidas en su fangoso lecho. Por estos hechos, hoy, en determinados días se escucha un toque de campanas que llaman a su pueblo a aumentar la devoción en su Cristo, que nació después de aquel fatídico incendio. Todos estos Cristos son por lo general de madera de patol, hechos por manos indígenas; son de talla con encarnadura, ligeros y a los que el tiempo y la polilla parecen no afectarles. Aseguran las crónicas que para tallar un Cristo, los indígenas lo hacían de abajo para arriba; es decir, sus brazos son las raíces del árbol quedando sus piernas en la parte superior del tronco. Quizá por eso son tan hermosos.

Una Magdalena Salvaterrense

Todos hemos escuchado la sentenciosa frase bíblica: “El que esté libre de pecado que tira le primera piedra” en aquel pasaje evangélico de la mujer adúltera. En Salvatierra tuvimos un caso similar allá por el mes de mayo de 1861. Esta historia comienza en julio de 1859 al decretar en Veracruz las Leyes de Reforma el Presidente Juárez; donde se estableció la exclaustración de las órdenes religiosas; la nacionalización de los bienes del clero; la secularización de los cementerios; y todo aquello que llevó a la separación Iglesia-Estado.

El 28 de diciembre de 1860 se publicó en la ciudad un bando para dar cumplimiento a dichas leyes por órdenes del entonces Gobernador del Estado Lic. Manuel Doblado. La exclaustración de las Ordenes Religiosas en Salvatierra la ejecutó en el mes de marzo de 1863 el General Miguel Echegaray; quedando vacíos los Conventos del Carmen, San Francisco y Capuchinas. Los religiosos exclaustrados buscaron refugio y abrigo en el curato y casas particulares.

Los hechos que narro están consignados en un viejo manuscrito en papel común y corriente fechado en 1921 que hace años me entregó Doña Cuquita, una viejecita devota de Ntra. Sra. de la Luz, lloviera o tronara repartía la hojita parroquial los sábados por tarde en el rumbo de mi casa. Al ocurrir las exclaustraciones, el entonces Párroco de nuestra Ciudad Don Manuel Bermúdez Pagola dió asilo en el curato a varios religiosos: carmelitas, franciscanos y a un sacerdote agustino proveniente del Convento de San Nicolás. Una noche de sobremesa después de la cena, llamaron a la puerta del curato, el mozo llegó avisando que requerían de un sacerdote para una confesión. Todos se levantaron disputándose el derecho de ir a desempeñar aquella obligación que sólo le correspondía al párroco. Tomó la delantera el sacerdote agustino, quien llamaba a la puerta era un joven de aspecto y honrado.

Como ahora, en tal época y a tales horas, era expuesto que una persona fuese sólo, el buen cura dispuso le acompañasen el sacristán y el campanero –quien esto refirió- que allí pernoctaban. Tomaron el Jardín Grande para cruzarlo en diagonal hasta la Calle Real –hoy Hidalgo- subiendo por ella hasta llegar al Jardín de Capuchinas, después doblando a su derecha tomaron la calle que sube al Barrio de San Juan, llegaron a una puerta que conducía a un solar plantado de verduras y árboles frutales, al fondo había un pequeño cuarto, para guardar los implementos de trabajo seguramente. El solicitante dijo, señalando la pequeña puerta; “allí es”.

La historia inmediata relacionada con los hechos que esa noche allí pasaron, se remontan unos días atrás. Por la calle del Arco –hoy Guillermo Prieto- había una muchacha de nombre María Esther; joven y bella, pero coqueta y atolondrada, que en sus asuntos amorosos jugaba por partida doble, trayendo locamente enamorados a dos jóvenes de su rumbo. Ambos muchachos estaban convencidos para sí, ser el dueño de aquel corazoncito al parecer de paloma. Por esos años, las infidelidades en el amor se pagaban y cobraban con la vida. Un buen día a María Esther se le descubrió el pastel, los pretendientes en lugar de batirse en un duelo de honor por el amor de la chica, prefirieron dialogar, de donde resultó la negra sentencia de darle muerte por traicionera. Uno de ellos la citó para una entrevista esa noche, abrigados por oscuridad y por la inminente amenaza de lluvia, se la fué llevando hasta el viejo cuartito del solar en donde esperaba el otro acusador. Entraron a la pequeña habitación y cerrando por dentro la puerta comenzó la acusación, le comunicaron enseguida la sentencia dispuesta para ella. Convicta y confesa les pidió de rodillas y bañada en lágrimas, le trajesen un sacerdote para confesar sus pecados y enseguida dispusiesen de ella como mejor les pareciese. Accedieron los jóvenes ofendidos, yéndose uno a traer el padre y el otro quedóse por fuera cuidando.

Al llegar el sacerdote agustino dispuso que sus acompañantes lo esperasen afuera, la confesó y exhortó a no seguir ofendiendo a Dios, pasara lo que pasara posteriormente. Terminada la confesión y con lágrimas en los ojos, pidió lastimosamente al confesor la salvara de aquella muerte segura, a lo que el religioso le ofreció hacerlo. Salió de la pequeña habitación el agustino, cerró por fuera la puerta, y a pocos pasos estaban los ofendidos a quienes entregó la llave, suplicándoles solamente no la abriesen hasta que terminase de rezar la penitencia la confesada. Todo esto, pasaba en la oscuridad, por disposición de los jóvenes a quienes no convenía traer luz para no llamar la atención de algún vecino.

Se despidió el padre y al llegar a la calle se descobijó la capa y dijo al sacristán: “Toma, vete corriendo a la parroquia y entrégale eso al Sr. Cura”. Era la muchacha que bajo de su capa la había salvado. El confesor continuó con el campanero su camino, y no habiendo pasado más de cinco minutos le dieron alcance los jóvenes que venían a preguntar por la joven, pues habían abierto y no encontraron a nadie. El agustino les contestó que él había cerrado bien la puerta por fuera, y que de eso ellos eran testigos, que mejor volvieran al solar a buscar bien.

Al día siguiente, el Párroco Don Manuel Bermúdez mandó llamar a los parientes de la joven y se las entregó, aconsejándoles la llevaran fuera de la ciudad con algunos otros parientes mientras a los jóvenes ofendidos se les olvidaran o cuando menos les pasaran sus negras intenciones. De esta forma, aquel religioso agustino redimió a María Esther, de cuerpo y alma. El susto no fué para menos.

Tomadas del Libro: “Leyendas, Cuentos y Narraciones de Salvatierra,
Segunda Parte” de Miguel Alejo López


Amores no Correspondidos
por : Rodolfo Mújica Pérez

Una mañana estaba un pequeño grupo de seis amigos, todos ellos pensionados, ya muy viejos, sentados en una banca de nuestro Jardín Principal. En eso, pasaba yo por ese lugar. Al verme, me llamaron diciéndome: “Compañero Mújica, venga a charlar un rato con nosotros, vamos a empezar nuestro coloquio”. Yo los vi tan cordiales, que no puse objeción alguna. Luego de saludarlos, les dije: Bueno, amigos míos, parece ser que el más joven de ustedes ha de tener por lo menos 80 años de edad. Eso quiere decir que a esa edad, todos los hombres tienen bastante experiencia y por ello, sus opiniones sobre diversas cuestiones tienen su valor; aunque como ustedes saben, hay burros tontos y burros inteligentes... Al decir yo esto, todos soltaron fuerte carcajada diciendo: “Vamos, ya empezaste con tus vaciladas. –Yo respondí: -Es que se necesita reír, dicen que la risa es saludable... -¡Claro que lo es! –respondió Enrique. –Bueno, -seguí diciendo yo-, -no sé si será una buena o mala costumbre en plena charla decir chistes o chascarrillos. Bueno, si ustedes lo prefieren, vamos a poner punto final a este prólogo y venga ya el tema a discutir.

-Don Enrique fué el primero que habló diciendo: -¿Qué opinión tienen ustedes sobre la INGRATITUD DE LOS HIJOS? –Al oír esto, todos nos miramos unos a otros. Como nadie decía nada, yo rompí el silencio diciendo: -Pues yo opino que el tema es muy controvertido, por lo tanto yo les propongo que sea don Enrique el exponente. Cuando él haya terminado de hablar, entonces hablaremos nosotros. ¿Qué les parece? –Todos aceptaron, y don Enrique empezó así: -Yo creo que este tema entra de lleno en el campo “DE LOS AMORES NO CORRESPONDIDOS”. Por evento digamos que nosotros y todos los viejos AMAN ENTRAÑABLEMENTE A SUS HIJOS y solo un 10% de los padres serán los ingratos. En menor proporción amamos a nuestros padres y a nuestras legítimas esposas. -Entonces don Pedro interrumpió a Enrique para decir: -Te faltó señalar el AMOR que debemos tener a nuestro Padre Dios... –Por supuesto, -respondió don Enrique, -su amor es cosa aparte. Yo me estoy refiriendo al amor de los seres que uno ama en este mundo, es decir, a los seres que se relacionan entre sí en este mundo engañoso, y que los hombres sabios o con experiencia dicen: “QUE ESTE MUNDO ES UN VALLE DE LÁGRIMAS”, es decir, un mundo de expiación, porque desde siempre “EL PEZ GRANDE SE COME AL CHICO”. Mejor dicho: “EL RICO SE COME AL POBRE”. Todos estuvimos de acuerdo con las comparaciones.

-Don Enrique siguió hablando: los hombres viejos, pobres y enfermos sufren la pena negra aun con sus propios hijos o esposa. Sí, yo he sido testigo de algunos casos. Pobres cuates , les dicen: “¡viejo cochino, no quiere bañarse! A veces no los dejan ni hablar: “Usted cálmese, ya vivió su vida. Sus tiempos ya pasaron. Ya no estamos en tiempos de Porfirio Díaz”, y callan al pobre viejo. Cuántas veces la madre le dice a la hija: “Hija, ese muchacho u hombre con quien andas, no es gente de bien. Tengo de él muy malas referencias. Hay veces que el sujeto es hombre casado, con hijos. No tiene profesión alguna, ni oficio. Lo mantienen sus padres o la mujer con quien vive es secretaria y ella sostiene la casa”. Pero aquella hija desobediente no le hace caso a su madre y al poquito tiempo sale la infeliz muchacha con que va a ser madre soltera.

-¡Ah!, pero cuando el viejo tiene dinero, es riquillo, entonces la cosa cambia: lo toleran, si tiene nueras se tornan melosas y todos anhelan que el viejo se muera pronto. En cambio, como hemos visto, si es pobre, viejo y enfermo, entonces se avergüenzan de él y a todos les estorba. Naturalmente que hay hijos e hijas muy amorosas con sus padres. Los ayudan, los protegen, los cuidan hasta sus últimos días. Esos hijos, cuando mueran se van “derechito al Cielo”. -Enseguida, tomó la palabra Macario y dijo: “¡Caramba!, hasta se me enchina el cuerpo al pensar en la situación del hombre viejo, pobre y enfermo, esos que no tienen patrimonio alguno, menos mal nosotros tenemos una ‘pensioncita’ y aunque no es mucho, pero siquiera tenemos para comer. Pero los que saben dicen: que esos hijos y esposas ingratas e infieles son de ese modo porque no recibieron desde niños una buena formación y que tuvieron en su casa un mal ejemplo de sus padres. ¿Será verdad eso?”.

-Entonces Enrique volvió a hacer uso de la voz y dijo: “es cierto que la mala formación y el mal ejemplo tienen que ver con la buena o mala conducta de los hijos, pero la realidad a veces es muy distinta. Yo conozco gente muy preparada de buena profesión y en buena posición socioeconómica de tan mal corazón, que sus padres andan pidiendo limosna y ellos lo saben: lo que pasa es que SON HIJOS MALAGRADECIDOS E INGRATOS que ya son de malos instintos. Mujeres infieles que ya nacen con esas vivencias de malas e infieles mujeres. No tiene comparación el sufrimiento del hombre, cuando a pesar de que él quiere entrañablemente a sus hijos o esposa y estos en cambio lo desprecian. Él ve y siente tales desprecios, a veces se dice: No cabe duda que estos tales merecen que yo les retire mis afectos y por momentos siente coraje, pero luego le gana el llanto y de su corazón va surgiendo poco a poco la llama del amor y le llegan a su pensamiento, aquellos felices días cuando veía que sus hijitos y su esposa lo amaban y respetaban.. y siente la muerte y a veces deseo mejor morir. ESTO ES: ¡EL AMOR NO CORRESPONDIDO!”

Después de un breve silencio, el amigo Mariano tomó la palabra y con los ojos semicerrados por la emoción, empezó a decir quedamente: -Yo había jurado guardar mi secreto. A nadie ni siquiera a mi confesor le había confiado nada acerca de mi pena y sufrimiento, pero las palabras de Enrique, han abierto de par en par las puertas de mi atribulado corazón, ahora no se si ustedes estarán dispuestos a escucharme y al final de lo cual puedan decirme que debo hacer para atenuar esta especie de obsesión que me afecta grandemente la paz de mi alma en este mundo que estoy por abandonarlo para siempre... -Como Mariano callara, todos dijimos: “¡Claro amigo Mariano! Habla con toda confianza, estás con viejos amigos tuyos que te apreciamos y te comprendemos. ¡Vamos, adelante!, te escuchamos.

Don Mariano agradeció aquellas palabras de aliento, empezando su relato de este modo: -Yo me casé muy joven con una muchacha que quería mucho. Ella también me quería. De familia humilde y muy católica. Su inocencia era manifiesta. No tenía pizca de malicia. Fui muy feliz durante 18 años. Vinieron todos mis hijos e hijas, se formó una familia. Pero sucedió que con motivo de aquella huelga que ustedes recordarán, fuimos despedidos mas de 15 trabajadores, entre los cuales yo fui uno de ellos. La empresa ciertamente indemnizó a todos. Unos se fueron de Salvatierra y otros nos quedamos aquí, pero con tan mala suerte para mí, que no tuve éxito en la actividad que emprendí y fracasé. Anduve aquí en mi tierra por ese tiempo como dice el dicho: “De Herodes a Pilatos” y no fué posible encontrar trabajo.

Por esos días hubo contratación de braceros para trabajar en labores del campo en los Estados Unidos. Las listas se hicieron en la Presidencia Municipal. Yo me presenté, pero el maldecido secretario de la Presidencia, me reconoció y sacándome de la fila me dijo: “TÚ NO ERES CAMPESINO, TÚ ERES OBRERO, fuera de aquí”... Luego animado por unos amigos nos fuimos a Empalme, Sonora con la esperanza de ser contratados. Pero como no llevábamos dinero para pagar al “coyote”, no pudimos pasar. Regresamos a Salvatierra de “raids” en los camiones de carga. Nuevamente intenté llegar a los Estados Unidos a trabajar. Para esto, me fui con otros amigos a la Pizca de algodón a Matamoros, había la modalidad de terminada la cosecha, el patrón extendía una constancia de trabajo realizado y con ese papel sellado por la Delegación Municipal, se presentaba el trabajador a la Oficina de Contratación de braceros en Monterrey y salía uno en los enganches.

Pero otra vez tuve yo y otros la mala suerte, que el patrón se fué del poblado o ejido y no nos dió el documento que ya teníamos ganado. Por fin volví casi derrotado y finalmente conseguí trabajo en una fábrica textil de Tlaxcala. Empecé a mandar casi toda mi raya a la casa por giro telegráfico. Cuando intenté que mi familia se fuera allá conmigo, mi esposa se negó... ¿Por qué?¿qué había sucedido? Lo que yo más temía, el fatídico cambio en la persona de mi esposa. Comprendí que las cosas ya no iban bien en mi casa. Decidí volver a Salvatierra, y efectivamente me esperaban algunas sorpresas. Todo el camino vine reflexionando y entre más me concentraba, mas comprendía la realidad. Sí, todo ese tiempo que le faltaron recursos para vivir ella y nuestros hijos, la habían obligado a salir de la casa a buscar trabajo. Como era muy trabajadora y no fea, encontró colocación en una Institución, eso yo lo sabía, pero como dice el dicho: “La confianza mata al hombre” y yo tenía plena confianza en ella, pero no había contado con las acechanzas del demonio y los apetitos del hombre que está en condiciones de proporcionar trabajo a las mujeres carentes de recursos y ello seguramente ya había cambiado el panorama de mi matrimonio.

Con estos temores, llegué yo a mi casa. Mi esposa me recibió fríamente. Mis hijos me mostraron su cariño, pero ella parecía cansada y enfadada. Esa noche fué “LA NOCHE TRISTE PARA MÍ”. Ella no consintió que yo me acostara en la cama como antes, pretextando que no debíamos dar algún mal ejemplo a los muchachos, además ella estaba muy cansada. Esa noche y las siguientes dormí en otro lugar. Como mi jefecita me miraba triste me preguntó: -¿Qué te pasa hijo? Te veo triste. Tal vez tu mujer ya no te quiere porque no tienes buen trabajo, yo veo que ya no te hace buena cara... –No te apures mamá, -le respondía, -todo está bien. Jamás le dije la verdad a mi madre, pero ella todo lo adivinaba. En efecto, mi esposa ya no era la misma de antes. Había volado su inocencia. Conmigo en adelante ya no fué amable.

Entonces yo perdí los estribos, me enojé, le reproché duramente sus malas actitudes conmigo. Un día le dije: -Lo que pasa es que ya eres “una pu...” Pero ella fríamente respondió: -Piensa lo que quieras, yo tengo mi conciencia tranquila. No, aquello no era normal. Recordé entonces lo que había leído en un libro, sobre la infidelidad de la mujer. Decía el libro, digo, el autor: “Cuando por “x” causa una mujer casada es seducida por otro hombre, es como si entrara por una puerta con su pureza e inocencia, y al salir por la otra puerta “YA NO ES LA MISMA”, ha perdido para siempre sus más bellas virtudes. La inocencia es como una delicada y tierna flor, una vez pisoteada muere para siempre”. –Sí, -me dije: -Este mal ya no tiene remedio; y así fué, ella ya no cambió. Me aborreció hasta el fin de su existencia. Un día me dijo: -Uno de mujer es muy pend..., se casa con cualquier “tiznadera” de hombre, habiendo tanto bien potentes y “pechugones”.

-Ese día yo me dije: “esta mujer no tiene razón, yo no soy cualquier “tiznadera”, porque yo soy hijo de Dios y Dios no hace “tiznaderas”. Pero ella me lo dijo desde el punto de vista sexual y eso me molestaba aún más. Pero es que ella ya no era la misma. Yo sentía entonces el impulso de alejarme para siempre de mi casa, pero el amor de mis hijos me detenía y tuve que aguantar y a duras penas le retiré a ella mi cariño, francamente ya no la quería. ¡Pero está redondamente equivocado! ¡Cómo! –gritamos todos -¡Imposible! –Sí, amigos míos, fué la realidad. A pesar de que yo ya le había llorado en vida... –Una noche soñé que ella me había abandonado, se había ido a vivir a la casa de sus padres. Al verme sin ella sentí un inmenso pesar y me vino el llanto. Desperté sobresaltado y con los ojos razados en un mar de lágrimas, razoné de inmediato y me dije: “Esto ya no es cosa nueva”. Me sequé los ojos, ya sin sentirme mal.

Ciertamente, ya iban cosa de 30 años de sufrir desprecios. Ya estábamos viejos. Mi corazón tal vez ya se había endurecido. Yo ya la miraba a ella como mi uni familiar, no como a una esposa. Pero... ¡Ay, amigos míos! El día que murió y que la vi como dormidita en su ataúd como un pajarito, sentí morir de dolor. Del fondo de mi corazón surgía un pesar inmenso y despertó en mí aquel gran amor que yo sentí por ella cuando yo la conocí, así como el amor de nuestros felices días. Entonces tuve la sensación de que me habían cortado un brazo. Me faltaron las fuerzas y caí pesadamente en una silla. Creo que lloré mucho, pero de mis ojos no salieron lágrimas. De esto hace ya algunos años y desde entonces me vengo diciendo: ¡Caramba! ¡Yo no sabía que mi corazón quería tanto a esta mujer!... Muchísimo más de lo que yo creía. Me digo también: “Tal vez yo no supe comprender los sentimientos de esta gran mujer y si ella por su necesidad se vió obligada a dar su brazo a torcer, yo y solo yo fui quien tuvo la culpa, por no haber sido un hombre previsor. No obstante, ella tuvo en su favor el hecho, de que yo nunca pude comprobarle la infidelidad, a pesar de mis indagaciones. Sí, ahora siento remordimientos, si pudiera verla un minuto... Al llegar a este punto, Mariano calló, se vió como si su pensamiento se hubiese perdido en la lejanía que no tiene fin.

Hubo un silencio algo prolongado. Enrique no daba trazas de hablar. Viendo yo eso tuve yo que empezar, por lo que pausadamente empecé diciendo: -El relato de nuestro amigo Mariano, nos ha conmovido a los presentes. Sin embargo, es de suponer que necesitamos esbozar una norma a seguir, que nos pueda ayudar a conformar ese tipo y otros semejantes de situaciones críticas y hasta contradictorias que al hombre se le presentan en el ocaso de su existencia. Nosotros que ya estamos al borde del umbral necesitamos analizar nuestros comportamientos para llegar a una conclusión que nos reporte la confianza necesaria para llegar hasta el fin, teniendo en cuenta que vamos a iniciar una nueva vida. –Sí, murmuró Mariano. Una nueva vida. Cuán feliz fuera yo, si en esa nueva vida pudiera yo verla siquiera UNA SOLA VEZ. Sí, siquiera una sola vez... –Nuevo silencio. –Volví yo a tomar el uso de la voz, diciendo: -No cabe duda que los dolores del alma son los mas intensos, particularmente los que proceden de “LOS AMORES DEL CORAZÓN, NO CORRESPONDIDOS”.

No hay cosa en este mundo mas grande e incomprensible que el amor. Yo y ustedes hemos sido testigos de numerosas tragedias de pérdida de seres queridos que perdieron la vida en los hospitales, en las carreteras, en la calles, etc. Donde madres y esposas caminan tras un séquito que con llanto incontenible expresan su dolor diciendo: -Amor mío, hijo mío, llévame contigo... Dios mío, mejor recógeme y concédeme que yo vuelva a ver a mi hijo, a mi esposa, a mis padres, etc. Es entonces cuando nuestro espíritu intuye que existe un Dios, otro reino en ese Más Allá, donde se encuentran nuestros seres queridos que se han ido de este mundo para siempre.

Entonces, ¿qué es lo conducente? Amigo Mariano y demás amigos que me escuchan. Nosotros que por nuestra edad, nos encontramos ya muy próximos a tener esa máxima experiencia, nos conviene ante todo acercarnos a la Iglesia de Cristo, tratar de comprender lo mejor posible su santa doctrina, practicarla y pedirle noche a noche que nos conceda un lugarcito en su Santo Reino y que conserve en él, a nuestros seres queridos que nos han antecedido y repito: que nos conceda estar con ellos, para no separarnos de ellos nunca más... Sí, amigo Mariano, cuando el Señor te conceda estar nuevamente frente a frente con tu esposa y que al verla, vueles diciéndole: ¡Amor mío, amor mío! Abrázame y tu alma y la de ella se fusionen y en adelante no vuelvan a separarse jamás, jamás. Cuan hermoso será pasear por los jardines celestiales en compañía de nuestros seres más queridos, alumbrados por la luz divina, escuchando las armonías y cánticos de voces y sonidos jamás oídos en nuestro mundo terrenal.

¡Vamos amigos míos! Que esta sea nuestra meta. Manos a la obra. Que esta perspectiva no nos abandone y sea en adelante el único y más grande objetivo en nuestra vida. Aquellos ancianos momentos antes, tristes y hasta pesarosos les cambió su faz. Se veían radiantes de júbilo, fué como si una nueva chispa les hubiere encendido en su corazón, aquel amor que ellos ya casi no sentían. Nada se dijeron, se pusieron de pie y muy afables simplemente se dijeron: -ESTE ENCUENTRO FUÉ MARAVILLOSO. y todos se fueron cada quien por su camino. Pero con una nueva fe, con una nueva esperanza.

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