Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

jueves, 16 de agosto de 2012

Reflexiones

Una Lección de Vida

En el año de 1995 me encontraba viviendo en Salt Lake City, E.U. La familia Burn-Muñoz me hizo el favor de hospedarme: me fué asignada una recámara contigua al jardín y a la alberca.

Fui objeto de grandes atenciones, con una característica principal y fué que en ningún instante me sentí huésped ni que se me otorgaban favores. La casa paterna está en un grande, hermoso y viejo suburbio de la ciudad. Don Lupe y Doña Mari, con los ahorros de su vida compraron una casa y otras en donde viven sus hijos.

En el amplísimo terreno tienen un par de caballos, corral para animales de granja y lugar para sembrar verduras. Cuando llegaron a los Estados Unidos llevaban grandes maletas que contenían una muda de ropa, muchas esperanzas y mucha voluntad de trabajo.

Muy seguido, casi cada semana, doña Mari o alguna de sus hijas comunicaban a sus padres y hermanos: -dos hombres y tres mujeres- que habían preparado una cena para la familia. Manuel y Martín, Amelia, María la “Chaparra” e Irma.

Había paseos los fines de semana, en una ocasión fuimos a las montañas que siempre tienen nieve, en una cañada se hizo una presa y recorrimos los cinco kilómetros de largo en la lancha de Manolo. En la casa de Amelia y John Burn en donde me hospedaron, me prestaron un libro sobre historias y cuentos, unas páginas estaban escritas en Inglés y la del frente en español.

Casi todos los cuentos contenidos en él tienen su origen en el estado de Nuevo México, aunque ese cuento lo escuché en Salvatierra y lo leí en el Distrito Federal, lo leí también en un libro editado en Barcelona.

En Salvatierra y en Nuevo México sitúan los hechos en la época de la Colonia y el libro español se refiere al tiempo de los Moros. Esto ahora me parece normal pues he notado que al narrar un cuento, cambia según la persona que lo cuenta y cambia también según las circunstancias del tiempo y del lugar. Lo que importa es contarlo en forma amena, actuándolo y logrando que quienes lo escuchan lo acepten como verdadero aunque sepan que es inventado.

El Cuento dice así:

“En tiempos de la Colonia… la familia estaba formada por el padre, la madre, un pequeño hijo de siete años y el abuelito. La nuera le dijo a su esposo: “amorcito yo no puedo asear ni darle de comer al abuelo pues llego muy tarde y muy cansada y cuando tú llegas él ya está dormido; creo que sería mejor atenderlo en un asilo con personas de su edad”.

-Después de algún tiempo, el esposo decidió llevar a su padre a un asilo y explicó: “Papá, estarás mejor atendido y platicarás con personas de tu edad”.

Al día siguiente, puso al abuelo en sus espaldas y se dirigió por el camino real hacia el asilo. Descansó varias veces en el camino y encontró una piedra grande sombreada por un árbol grande. Estaban muy cerca de su destino.

Dejó unos instantes solo al abuelito y cuando regresó lo encontró llorando. “Entiende papá”, -le dijo-, el abuelito lo silenció y comentó:

“Entiendo hijo, pero no lloro porque voy al asilo. Lloro porque recuerdo que hace algunos años yo senté a mi padre también en esta piedra para llevarlo al mismo asilo”.

El hijo se arrepintió y regresó a casa con su padre en las espaldas y éste fué atendido con esmero y amor hasta su muerte.

El otro cuento, narra que:

“En tiempos de Moros…, vivía una familia muy cerca del Camino de Santiago, en el norte de nuestra península Ibérica. El abuelo fue llevado al sitio en donde se guardan los vinos y las aceitunas porque no había lugar para él en la casa. Juani, el nieto, visitaba al abuelo con frecuencia.

La noche estaba llegando y el frío invernal se colaba por las paredes de madera y la nieve se acumulaba fuera de la bodega. Juani sacó de la casa una manta y unas tijeras; pidió a su padre que cortara en dos partes la manta.

El padre lo hizo y preguntó a Juani para qué quería la manta, ahora dividida en dos partes y Juani le respondió:
-El abuelo tiene frío y le ayudo a que se cobije.

-El padre repuso: -Llévale las dos partes, -a lo que Juani respondió:

-¡No!, Guardaré la otra mitad para cuando tú seáis viejo”.
R R S

El Secreto para un buen Matrimonio

Cuenta una leyenda que una vez llegaron hasta la tienda de un viejo sabio, tomados de la mano, una pareja que a simple vista se veía muy enamorada.
-Nos amamos y nos vamos a casar –dijo él sin apartar la mirada de su amada.
-Pero nos queremos tanto que tenemos miedo –decía ella-, queremos un hechizo, un conjuro o algo que nos garantice que podremos estar siempre juntos. ¿Hay algo que podamos hacer?

El viejo los miró y al verlos tan jóvenes y enamorados, no dudó en decir:
-Hay algo que pueden hacer, aunque es muy difícil.
-Bien –dijo el sabio- La joven tiene qué ir al norte y escalar una montaña, debe atrapar al halcón más hermoso y vigoroso que sus ojos vean. Cuando lo haga debe traerlo conmigo después de luna llena. En cuanto tú, muchacho, debes escalar una montaña situada al sur, ahí tienes que cazar a el águila más brava y traerla a mí.

Los jóvenes se miraron con ternura y después de una fugaz sonrisa salieron a cumplir la misión encomendada, ella hacia el norte, él hacia el sur.

Después de luna llena, ambos jóvenes llegaron con el sabio, en sus bolsas llevaban cada uno el ave encomendada. El viejo les pidió que con mucho cuidado las sacaran de las bolsas.
-¿Volaban alto? –preguntó el sabio al mirarlas.
-Sí –contestaron ambos-, ahora ¿qué haremos con ellas?
-Tomen las aves –decía el sabio-, átenlas entre sí por las patas, cuando las hayan anudado, suéltenlas y que vuelen libres.

Los jóvenes hicieron lo que el sabio les pidió y soltaron las aves. El águila y el halcón intentaron levantar el vuelo pero sólo consiguieron revolcarse en el piso. Unos minutos después, irritados por su incapacidad, las aves arremetieron a picotazos entre sí hasta lastimarse.

-Como verán –finalizó el sabio-, éste no es un conjuro, es una enseñanza. Jamás olviden lo que han visto. Son ustedes como un águila y un halcón; si se atan el uno al otro, aunque lo hagan por amor, no sólo vivirán arrastrándose, sino que además, tarde o temprano, empezarán a lastimarse uno al otro. Si quieren que el amor entre ustedes perdure: Vuelen juntos pero jamás atados.

Tomada del Libro: “Reflexiones y Pensamientos
para lograr un Matrimonio Feliz”

Historia

El Marquesado de Salvatierra

POSEEDORES DEL MAYORAZGO Y HEREDEROS DEL MAYORAZGO

Don Gabriel López de Peralta, hijo segundo del Tesorero Jerónimo López y de Doña Ana Carrillo de Peralta, primer poseedor del primero de los Mayorazgos que fundaron sus padres, casó con Doña Catalina de Sámano Turcios y tuvieron a Don Juan Jerónimo López de Peralta y Sámano Turcios, segundo poseedor del dicho primer Mayorazgo, casó con Doña Teresa María de Acevedo Carbajal, de la que tuvo a Don Juan Jerónimo López de Peralta Acevedo y Carvajal, tercer poseedor del primer Mayorazgo, casó con Doña Catalina de Soto Ponce de León, cuarta poseedora del Mayorazgo, casó con Don Juan Bautista de Luyando y Bermeo, Caballero de Alcántara, a quien se le concedió (siendo ya viudo, en 1708) el título de Marqués de Salvatierra, que no gozó por haber llegado éste después de su muerte. De este matrimonio fué hija la Primera Marquesa Doña Francisca Catalina Jerónima López de Peralta Sámano Turcios Luyendo y Bermeo, quinta poseedora del expresado Mayorazgo, casó en primeras nupcias con el licenciado Don Pedro de Eguaraz y Fernández de Hijar, y en segundas nupcias con Diego de Urrutia de Vergara Flores de Valdés.

Hija del primer matrimonio fué la Segunda Marquesa Doña María Josefa Jerónima López de Peralta Sámano Turcios y Eguaraz, sexta poseedora del Mayorazgo, murió sin sucesión y heredó el título su sobrino, el Tercer Marqués Don Juan Lorenzo Gutiérrez Altamirano Velasco López de Peralta Legaspi Albornoz Castillo y Urrutia de Vergara, octavo Conde de Santiago, octavo Marqués de Salinas, séptimo poseedor del Mayorazgo (hijo del séptimo Conde de Santiago, Don Juan Javier Altamirano de Velasco y de Doña Ana María Urrutia de Vergara y López de Peralta y nieto por línea materna de Doña Francisca Catalina Jerónima López de Peralta Sámano Turcios Luyando y Bemeo, primera Marquesa y de su segundo esposo, Don Diego Urrutia de Vergara Flores de Valdés), casó con Doña María Bárbara de Ovando y Rivadeneyra y tuvo de ella, entre otros hijos a la Cuarta Marquesa Doña María Isabel Jerónima Altamirano López de Peralta y Ovando, décima Condesa de Santiago y octava poseedora del primer Mayorazgo, murió sin sucesión y su hermana fué la Quinta Marquesa Doña Ana María Jerónima Altamirano Velasco López de Peralta y Ovando, décima Marquesa de Salinas, undécima Condesa de Santiago y novena poseedora del dicho Mayorazgo, casó con Don Ignacio Gómez de Cervantes y Padilla, Gentil hombre de Cámara y Maestrante de Ronda; tuvieron nueve hijos, entre ellos el Sexto Marqués Don Miguel Jerónimo López de Peralta Cervantes y Velasco, décimo y último poseedor in integrum del primer Mayorazgo (fundado por Jerónimo López y Doña Ana Carrillo de Peralta); poseyó además el Mayorazgo de Urrutia, firmó el Acta de Independencia de México, tuvo el empleo de Capitán de Guardia del Emperador Iturbide, fué Consejero de Estado, Gran Cruz de la Orden de Guadalupe, General de la República, Gobernador de Distrito, etcétera.

Casó dos veces y de su segunda esposa Doña Joaquina Estanillo, tuvo, entre otros, por hijo al que debió ser el Séptimo Marqués don José Cervantes Estanillo, casado con Doña Manuela Cortázar y Ceballos (hija del General Don Luis Cortázar, quien por su familia debía de ser la Cuarta Condesa de la Presa de Xalpa), y tuvo por hija a la que debía ser la Octava Marquesa Doña Dolores Cervantes y Cortázar, Quinta Condesa de la Presa de Xalpa, casó con don Antonio Riva y Echeverría, Diputado al Congreso de la Unión, tuvo seis hijos (murió en 1902), hermanas de la octava Marquesa Doña Enriqueta Cervantes y Cortázar y Doña Manuela Cervantes y Cortázar.

Resumiendo: los herederos del Mayorazgo fueron diez, hasta el sexto Marqués, que fué el décimo poseedor in integrum, por haberse abolido en España y América el 20 de septiembre de 1820; los Marqueses fueron seis, cuatro mujeres y dos hombres, el sexto Marqués murió el 14 de marzo de 1864, 38 años después de que fueron abolidos los títulos nobiliarios en México.

El 20 de septiembre de 1820, las Cortes españolas abolieron los Mayorazgos laicos en España y América; in embargo, en el Decreto Español se procedía a desvincular las propiedades de la Iglesia; a estas organizaciones eclesiásticas se les prohibía comprar, vender o transferir bienes bajo la forma de tierras, rentas o hipotecas, así como a los individuos se les estaba vedado donar o legar bienes raíces a las organizaciones eclesiásticas. En México, los Mayorazgos se prohibieron en 1823, pero la desvinculación eclesiástica ocurrió hasta la Reforma de Benito Juárez, en la década de 1850. En cuanto a los títulos de nobleza, fueron abolidos el 2 de mayo de 1826 por el Senado mexicano con votación de 40 contra 1.

Durante la Guerra de Independencia, la finca del Marquesado fué ocupada tanto por las Fuerzas Realistas como las Insurgentes (cuando éstos tomaron la plaza al mando del cura Hidalgo), fué cuartel general de las Fuerzas Realistas de Agustín de Iturbide, después la ocuparon las fuerzas de cuerpo mixto de realistas fieles de Salvatierra y al final por algunas compañías del Ejército Trigarante en 1821, razón por la cual los ornamentos y vasos sagrados del Oratorio y otros, pertenecientes a la casa y molino, fueron depositados en el convento de Capuchinas y casas particulares de la ciudad. En esa época, 1818, fueron administradores Don Mariano Servín de la Mora, clérigo presbítero, Don Antonio Quiroz, Francisco Alcantud y Bermúdez; durante el porfiriato se desmontó el molino, y en 1912 Don Rosalío Lira trató de comprarlo.

Varios años después, los señores Arrechederra, de la fábrica de hilados y tejidos La Reforma, compraron la finca y la concesión del molino, el señor cura Espinosa adquirió el retablo, que fué trasladado a la sacristía de la iglesia parroquial. Para 1963, con motivo de las obras realizadas por el Plan Guanajuato, el gobierno del estado la ocupó como almacén de maquinaria y materiales.

En 1989, los arquitectos José Eduardo Barrón Guzmán y J. Carmen Becerra Cardoso, presentaron su tesis en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Guanajuato con el título de Rehabilitación del Molino del Mayorazgo en Salvatierra, Guanajuato, en la que tratan con mucha visión de convertir el lugar, aprovechando lo poco que queda del inmueble, en un sitio de cultura y recreo, que contará con teatro al aire libre, biblioteca local, museo y auditorio, cada uno de ellos con todos los servicios; desgraciadamente, hasta el año de 2004, ninguna autoridad gubernamental o institución particular se habían interesado por realizar este proyecto, que sería un atractivo de educación e ilustración para los salvaterrenses y para el turista, una atracción más en el hermoso bajío.

LICENCIA REAL PARA FUNDAR UN MAYORAZGO

CÉDULA REAL.- Don Felipe, por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalem, de Portugal, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdova, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algecira, de Gibraltar, de las islas de Canaria, de las Indias Orientales y Occidentales, islas y tierra firme del Mar Océano, Archiduque de Austria, Duque de Borgoña, de Bravante y Milán, Conde de Augsburg, de Flandes y de Tirol y de Barcelona, Señor de Vizcaya y de Molina & por cuanto por parte de Vos, Jerónimo López, vecino y Regidor de la ciudad de México, de la Nueva España, y Doña ana Carrillo de Peralta, vuestra mujer, nos ha sido fecha relación, que en aquella tierra tenéis mucha cantidad de bienes y hacienda, y en la dicha ciudad de México unas casas principales y que por tener intención de perpetuaros en la Nueva España y que vuestros hijos y descendientes hagan lo mismo, quería deshacer mayorazgo de las dichas casas y de otros cien mil ducados de los dichos vuestros bienes en Don Jerónimo López de Peralta vuestro hijo legítimo, suplicándonos os mandase dar licencia y facultad de ello, y habiéndose visto por los del mi Consejo de Indias, acatando los sobre dicho y lo que me habéis servido en aquellas partes, y porque de vuestras personas y servicios quede perpetua memoria lo he habido por bien, y así por la presente de mi propio motu y cierta ciencia y poderío real absoluto, de que en esta parte quiero usar y uso como Rey y Señor natural, no reconociente superior en lo temporal, doy licencia y facultad a vos los dichos Jerónimo López y Ana Carrillo de Peralta vuestra mujer, y a cualquiera de vos, para que de los dichos bienes y hacienda, muebles y raíces y rentas y heredamientos y otros cualesquier bienes que al presente tenéis, o adelante tuviéredes en la dicha Nueva España y en otras partes de las islas, Indias y Tierra firme del mar Océano o de la parte que de vos os pareciere, podáis, hacer e instituir el dicho Mayorazgo en vuestra vida o al tiempo de vuestro fallecimiento por vuestro testamento o postrimera voluntad, por vía de donación entre vivos o por causa de muerte o por otra manda o institución que quisiéredes y por bien tuviéredes o por otra cualquier vía de disposición y de dejar y traspasar los dichos vuestros bienes por vía de título de mayorazgo, en el dicho Jerónimo López de Peralta vuestro hijo, y a falta de él en otra persona, cualquisiéredes, según y como, lo ordenáredes y dispusiéredes con los vínculos, reglas e instituciones, vedamientos, sumisiones, penas, fuerzas, firmezas, cargas y gravámenes y otras cosas que pusiéredes y quisiéredes poner en el dicho mayorazgo, según y como por vos fuere mandado, ordenado y establecido, de cualquier manera, vigor y efecto o ministerio que sea o ser pueda, para que de allí adelante los dichos bienes de que las hiciéredes el dicho mayorazgo, sean habidos por bienes de mayorazgo inenajenables e indivisibles, sujetos a restitución y por causa alguna que sea o ser pueda necesaria, voluntaria, lucrativa, onerosa, obra pía, dote, ni donación propternucias no se puedan vender, donar, trocar, cambiar, empeñar ni enajenar por el dicho vuestro hijo o persona en quien así hiciéredes el dicho mayorazgo, ni por los otros sucedientes que sucedieren en él ahora ni de aquí adelante, en tiempo alguno para siempre jamás, por manera que la persona en quien así instuyéredes el dicho mayorazgo y sus descendientes y personas que hubieren de suceder en él, los hayan y tengan por bienes de mayorazgo inenajenables e indivisibles, sujetos a restitución según y de la manera que por vos fuere hecha, mandado, ordenado y establecido e instituido y dejado en el dicho mayorazgo, con las mismas cláusula, sumisiones, condiciones, e instituciones, cargos, gravámenes que en él pusiéredes y quisiéredes poner a los dichos bienes y a los que a ellos llamáredes y en ellos sucedieren, los cual podáis hacer al tiempo que en virtud de esta mi carta los metiéredes y vinculáredes y después, en otro cualquier tiempo que por bien tuviéredes, y para que vos, los dichos Jerónimo López y Doña Ana Carrillo de Peralta y cualquiera de vos, podáis revocar y enmendar el dicho mayorazgo y los vínculos y condiciones que le pusiéredes en todo o en parte de ellos, y deshacerlo y tornarlo a hacer e instituir de nuevo una y muchas veces, que yo del dicho mi propio motu y poderío real absoluto, de que en esta parte quiero usar y uso como dicho es, lo apruebo y doy por firme, grato, estable y valedero, ahora y para siempre jamás y desde ahora y por puesto si esta mi carta el mayorazgo que así hiciéredes y ordenáredes, y como si de palabra a palabra fuese aquí inserto e incorporado, lo confirmo y apruebo y he por firme y valedero para ahora y siempre jamás según y como, y con las condiciones, vínculos, firmezas, cláusulas, posturas, derogaciones, sumisiones, penas y restituciones que en el dicho mayorazgo por vos hecho, declarado y ordenado, fueren y serán puestas y contenidas, y suplo todas y cualesquier defectos, obstáculos e impedimentos y otras cualesquier cosas así de hecho como de derecho, forma, orden, sustancia o solemnidad que para validación o corroboración de esta mi carta y lo que por virtud de ella hiciéredes, es necesario y cumplidero de se suplir.

Tomado del Libro: “El Marquesado de Salvatierra”
de Francisco Vera Figueroa


Historia y Evolución de Salvatierra

El Mundo Prehispánico de Salvatierra; Frontera de Culturas

La Fundación de Urireo (continuación)

Al llegar fray Juan de San Miguel como guardián del convento Franciscano de Acámbaro en 1546, vió la necesidad de agrupar a los naturales en pueblos doctrina de indios, para facilitar su evangelización. Este fue el motivo y la causa principal que dio origen al pueblo de Urireo, juntando indios dispersos que se encontraban en: Cóporo, Cerro Prieto y Parácuaro.

Como los naturales eran de diferentes etnias (tarascos, otomíes y pames chichimecas), el pueblo se fundó destinándoles a cada uno un barrio alrededor del templo y teniendo como centro la cruz atrial. Los barrios aún perduran en el viejo pueblo: Cóporo, El Bajío, La Sierra y La Entrada.

La evangelización de Urireo estuvo al cuidado de los religiosos Franciscanos que partían de Acámbaro a Huatzindeo, edificándose la primera doctrina en el cerro del Calvario, que después atendieron los frailes del convento de Salvatierra hasta la secularización del curato en 1767. Al fundarse el curato de Chochones (Salvatierra) quedó el pueblo sujeto a éste. El cura tenía la obligación de visitarlos y celebrar la Sagrada Misa por lo menos una vez al mes y asistir a la fiesta solemne del Santo Patrono. Estas actividades las reportó el curato al obispado en 1643, manifestando la celebración del 15 de agosto en honor a María Inmaculada, cambiándole años después, la advocación por la de María Santísima de la Asunción de Urireo.

Por recomendaciones muy al estilo de fray Juan de San Miguel y de don Vasco de Quiroga, se fundó en el pueblo también un hospitalillo que funcionó con el nombre de Hospital de María Santísima de la Asunción de Urireo, del cual se tienen noticias todavía de su existencia para el año de 1659, en los registros de elecciones de priostes del hospital. Este estuvo asentado en las faldas del Cerro del Calvario (atrás del templo), de humilde construcción, pues eran unas cuantas chozas que perduraron hasta principios del siglo XX.

Su fundación legal como pueblo doctrina de indios se remonta cuando los naturales Juan Bautista y Juan Miguel, solicitaron tierras para la fundación del pueblo al virrey de la Nueva España, D. Lorenzo Suárez de Mendoza, Conde de la Coruña. El 10 de julio de 1580, les concedió una merced de tierras por una estancia para ganado mayor.

El pueblo tuvo dificultades para preservar sus tierras, ya que el alguacil del Santo Oficio de la Inquisición de México y vecino de Salvatierra, D. Fernando López Ballesteros, propietario de las tierras y hacienda vecina conocida como Ojo de Agua (Hoy Ballesteros) reclamó una parte de las tierras del pueblo, arguyendo que pertenecían a la hacienda, dado que habían sido las otorgadas por el virrey D. Antonio Mendoza a Bernardino Vocanegra. El 26 de septiembre de 1755, el virrey de la Nueva España, Conde de Revillagigedo, por Real Cédula ordenó la recomposición de las tierras del pueblo y las de la hacienda de Ojo de Agua, al juez de comisión D. Juan Fajardo y Barbosa.

Se terminaron dichas diligencias hasta el año de 1759, con la intervención de los comisionados de la Real Audiencia: D. Santiago Bermúdez, D. José Antonio Medina y D. Cristóbal Rico, los representantes de la hacienda de Ojo de Agua: D. Antonio de Estrada, y D. Cristóbal Flores, además de los representantes del pueblo. La Real Provisión les reconoció a los naturales 600 varas que por razón de pueblo debían
debían tener, además de un sitio y medio para ganado mayor, tomando como centro para medir los sitios la cruz atrial de la capilla mayor del pueblo.

En el muro de la iglesia se tiene la fecha de Mayo de 1853, que seguramente se refiere a la terminación de la reconstrucción de la obra, ya que la original es de tiempos de la Colonia. El curato se erigió en 1953, siendo su primer párroco el Pbro. D. Toribio Ojeda, esta parroquia atiende también los ranchos de: Ojo de Agua de Ballesteros, Cóporo, Los García y el Fénix.

La Fundación de Eménguaro

El viejo pueblo de Eménguaro tiene sus orígenes en los tiempos prehispánicos cuando se dio la expansión del reino de Michoacán, fue uno de los barrios del pueblo de frontera tarasca de Acámbaro, según las crónicas y declaraciones de los primeros estancieros en tierras chichimecas, como la de Martín Cofre en 1560. Estos pueblos de indios desaparecieron al ser llevados al Norte para poblar otras regiones, los naturales de Eménguaro, fueron trasladados al valle de Chamacuero, actualmente Comonfort, Gto. para vivir en las estancias de San Agustín, San Francisco y San Lucas.

Eménguaro, nombre purépecha que significa: lugar de maíz tempranero, y que desde antes de la llegada de los españoles fue conocido por los mexicanos con el nombre náhuatl de Xiupoctepillo, recibió con el tiempo a una nueva comunidad de tarascos que dio lugar a su fundación legal.

El quinto virrey de la Nueva España, D. Lorenzo Suárez de Mendoza, Conde de la Coruña, otorgó mercedes de tierras para la fundación del pueblo a Nicolás de el águila, Felipe Antonio y Martín de la Cruz, caciques otomíes del pueblo de Acámbaro. Dándoles posesión de las tierras D. Cristóbal de Vargas, alcalde mayor de Zelaya, el 17 de septiembre de 1581.

El 29 de octubre de 1590, el virrey D. Luis de Velasco (hijo), por una merced de tierras, le otorgó al pueblo dos sitios de estancia para ganado mayor, para el establecimiento de un hospital que fue encomendado a la Cofradía de la Inmaculada Concepción para su administración, y a la vez proporcionara los fondos para la veneración y fiesta del Arcángel San Miguel, Patrón del pueblo. Al año siguiente, el 24 de junio de 1591, este mismo virrey, les otorgó otro sitio para ganado menor a mano izquierda del camino de Huatzindeo en un lugar conocido como Chiltictepeque, para reforzar la economía y sostenimiento del hospital.

Como pueblo de indios sufrió modificaciones en la extensión de sus tierras, además de innumerables litigios por ellas. El 11 de marzo de 1650, obtuvieron los naturales licencia para vender a Sebastián Manrique una fracción de terreno, hecho que fue confirmado y autorizado por la Real Audiencia de México el 11 de marzo de 1652.

El 13 de agosto de 1663, arrendaron a Miguel Altamirano unas tierras de trigo y el molino. El 10 de abril de 1709, otorgaron en arrendamiento a los religiosos Carmelitas de Salvatierra, puestos y fajas de tierra limítrofes con la hacienda de Maravatío (Maravatío del Encinal), propiedad de los primeros, por un valor de 35 pesos en oro al año, y por seis años seguidos. Esto provocó un conflicto de límites de tierras entre los naturales del pueblo de Eménguaro y la hacienda propiedad de los carmelitas, en la que se disputaba entre otras cosas, el puesto de Pejo. Después de muchos autos y diligencias, se celebró un convenio entre ambos el 5 de noviembre de 1745. Tuvieron más litigios los naturales del pueblo, uno de ellos, fue con el convento de los religiosos Agustinos de Valladolid, por límites con las tierras que éstos habían adquirido en Batanes y San Buenaventura.

En estos autos y diligencias, ya aparecen como puestos y asentamientos los pueblos de Pejo y La Virgen.

La doctrina fué atendida por los religiosos Franciscanos hasta la secularización del curato en 1767. La construcción de su actual iglesia se inició en 1756, y se terminó en 1787, reedificándose en el año de 1875. El curato se erigió el 7 de septiembre de 1954, atendiendo en un principio los ranchos y comunidades de: Pejo, La Estancia del Carmen de Maravatío, La Virgen, La Huerta, San Antonio, La Palma, La Lagunilla, Las Canoas, Manríquez, La Catarina, San Jerónimo, Ojo de Agua de la Peña, El Mosquero, El Refugio, Estación Guzmán, Palo Blanco y Arroyo Colorado. Con la erección posterior del curato de Pejo, muchas de estas comunidades y rancherías pasaron a depender de él.

El Hospitalillo de Huatzindeo y el apostolado de Fray Juan Lozano.

Al iniciarse la segunda mitad del siglo XVI, en el fértil Valle de Huatzindeo, se instalaron los primeros estancieros para explotar de lleno sus recursos naturales, a través de las mercedes reales de tierras y aguas otorgadas. De esta manera se empezaron a formar granjas, estancias y haciendas, poco tiempo después, se formaron los primitivos pueblos de Santiago Maravatío y San Felipe Tiristarán (San Nicolás de los Agustinos), con un número reducido de habitantes llegando a ser apenas mayores que congregaciones, además de los pueblos de indios de Eménguaro y Urireo.

Uno de los primeros estancieros del valle fue el portugués Juan de Ibáñez (Joao de Illanes), por una merced de tierras que le fue otorgada en 1583, era tal la extensión de su propiedad, que años después, con ella se formarían las haciendas de Maravatío del Encinal, La Concepción, Santo Tomás y San Buenaventura.

Al morir Juan de Ibáñez en 1590, heredó su yerno Martín Hernández (el viejo) todas estas propiedades. En su matrimonio procreó una numerosa familia, entre ellos, su hijo Martín Hernández (el mozo), y dos hijas que ingresaron de religiosas al convento de Santa Clara de México, con los nombres de Sor Melchora de los Santos y Sor Antonia de San Martín.

Estando Martín el Mozo al frente de las propiedades por haber ya muerto su padre, éstas fueron embargadas y adjudicadas a diferentes propietarios, al no cubrir las dotes de las dos religiosas que ingresaron con las Clarisas. Esto originó la creación de las haciendas antes mencionadas.

El pleno corazón del valle y junto a la casa de Martín Hernández, se encontraba el convento de Huatzindeo, construido aproximadamente en el año de 1564, según la crónica del P. Juan B. Buitrón, y destinado originalmente a la recolección de diezmos. De pobre y humilde construcción, muros de adobe, techos de paja, y apenas unas cuantas paupérrimas celdas que daban alojamiento a los frailes.

Anexo al convento estuvo el hospitalillo fundado bajo la inspiración evangelizadora de Fray Juan de San Miguel, y organizado conforme a las reglas y prácticas establecidas para todo el obispado de Michoacán por el ilustre don Vasco de Quiroga.

La existencia de este hospitalillo influyó de tal modo en la evangelización, orden y civilización de los indios, a pesar de la hostilidad y agresividad de que fue objeto la escasa y pobre población asentada en su alrededor, de parte de aquellos que creían tener derecho sobre ese pedazo de tierra.

Tomado del Libro: “Historia y Evolución de Salvatierra”
de Miguel Alejo López

Narraciones

Mujeres Traicioneras
Por : R M P

¿Que hay mujeres traicioneras? Sí, si las hay y bastantes. Las ha habido en todo tiempo y lugar. Los procederes de estas mujeres han dado mucho qué hacer a historiadores, novelistas, psicólogos y poetas. Como también han dado lugar a la creatividad de Obras clásicas de la literatura y la música; particularmente del género popular, lo comprueban las canciones con mensajes de tristeza, sentimiento y hasta de coraje. Hay miles de canciones, tangos y baladas de muy fina inspiración, motivadas por la traición de la mujer amada. Los poetas han escrito muy sentidas poesías como “El Diagnóstico” de nuestro gran poeta Julio Flores, declamado por Manuel Bernal. Es una joya preciosa que le imprime un sentimiento que conmueve las fibras del corazón adolorido, de aquellos desdichados que han sufrido la traición de la mujer ingrata.

El sentir popular lo dice todo en sus canciones. Son expresivos los siguientes fragmentos: “Quiera Dios”, canta Ramón Ayala y sus Bravos del Norte: “Yo le dí mi corazón y mi alma, pero vino un desgraciado nuestro amor a separar; y la infeliz que tanto yo adoraba no supo nunca comprender todo mi afán”. Este otro de una canción compuesta por don Manuel M. Ponce “Marchita el Alma”. Canta Cravioto: “Yo quise hablarle y decirle mucho, mucho, pero mi labio enmudeció, pues ya era de otro su corazón”. Luego tenemos en tango argentino, como la máxima expresión de la mujer ingrata, por ejemplo: La Cumparsita, Mi Noche Triste, Noche de Reyes, La Copa del Olvido, La Última Copa, El Payador, Mi Lindo Julián; en este último tango el traidor fué Julián, abandonó a una mujer que tanto lo amaba, por seguir a una intrusa mujer. Todos estos tangos son muy viejos, pero se oyen siempre nuevos y de más emoción cuando son cantados por Carlos Gardel, Hugo del Carril, Víctor Baeza, el Ch. Sareli o nuestro inolvidable Emilio Tuero.

Ahora vamos a tratar de analizar someramente esta cuestión, que al parecer no tiene solución en este mundo. Entre otros factores, yo encuentro estos cuatro: Primero, la predisposición. Segundo. la formación. Tercero: el dinero y Cuarto: el maligno. La primera es que ya la criatura nace con esas inclinaciones. Ya es instinto nato, muy difícil de contener. En cuanto al segundo factor referente a la formación de la persona, naturalmente es decisiva, pues una mala formación de la persona y un mal ejemplo, es como la cizaña sembrada en un suelo virgen, tiene que dar frutos malos.

Pero sucede que, a pesar de haber recibido la muchacha o mujer una buena preparación y haber tenido un buen ejemplo de sus padres, de esa familia salen mujeres traicioneras a su esposo y sin medir consecuencias, abandonan el hogar, al esposo y a sus hijos, atraída por tipos de costumbres pecaminosas. Mujeres que en su casa no les falta nada, pero que fácilmente se enamoran de otro hombre, formándose el triángulo amoroso, que termina en una tragedia. Por eso, el hombre que piensa casarse, va a jugarse “un albur”: si le sale buena la mujer, lo gana, si le sale una mala mujer, lo pierde.

Sobre el tercer factor referente “al dinero”, hay mucho qué decir y escribir. Al respecto HAY UN DICHO VULGAR QUE DICE: “Poderoso caballero es don dinero”. Sí, es una triste realidad para el que no lo tiene. Es así que el rico, el gobernante, el influyente; así como aquellos que tienen en sus manos los EMPLEOS, como los gerentes, los directores de planteles, los médicos, los profesionistas, etc, son el atractivo más fascinante para las mujeres traicioneras o con necesidades apremiantes de trabajo, por ejemplo: las viudas no muy viejas, con hijos qué mantener y educar, aún siendo recta mujer por sus necesidades de dinero, fácilmente dan su brazo a torcer.

Tantas cosas se pueden escribir sobre este punto del factor dinero, que no sabríamos elegir de qué lado estar. Unos lo aborrecen y maldicen. Otros lo adoran diciendo que es el Dios de la Tierra. La realidad es que el dinero “ES EL AMO DEL MUNDO”. Para terminar este tercer punto, me viene en mente un sabio concepto escrito por un gran pensador y filósofo español Don Jacinto Benavente, dice así: “En las novelas y en los cuentos se puede poetizar con la pobreza, en la realidad, no; no hay poesía posible. Sin la seguridad de lo necesario para la vida, nadie puede responder ni de su misma vida, ni de sus afectos más íntimos. Mucha razón tiene Don Jacinto, pues la pobreza es muy mala consejera.

Terminado el tercer punto, pasamos al factor número cuatro, que trata de la acción del demonio en la mente de las mujeres traicioneras. Al respecto hay un dicho bastante viejo que dice: “No hay mal que por la mujer no venga”. Yo digo: “No hay mal que por el diablo no venga”. El maligno ha encontrado en la mujer traicionera su mejor aliada. Por eso, los sacerdotes católicos predican en sus homilías diciendo a la mujer: ¡Hijas mías! Vivan rectamente tomando como ejemplo a la Santísima Virgen María. Sus hogares serán dichosos y darán buen ejemplo a sus hijas, etc.

Hemos oído de sobra que estas entidades malignas actúan en lo invisible, siendo su único afán corromper al género humano y desviarlo del buen camino para alejar a las almas de su buen Dios y ganarlas para su causa. Y es la verdad, no es ninguna hipótesis. Aunque los médicos, los ateos y los Psiquiatras nieguen esta realidad, desgraciadamente existe esa causa, desde el principio de la humanidad. Por eso, muchos creen que este problema no tiene solución. Desde luego que no la tiene, para aquellos que no la buscan porque no han pensado en su regeneración y alivio a estos males. Se me puede decir: “!Ah,! Entonces conoce usted esta terapia… ¿Cuál es? Yo respondo: Todos conocemos ese remedio, no es caro; además produce muy buenas ganancias. Esa terapia está contenida en “LA SANTA BIBLIA CRISTIANA”, en ella se encuentra la palabra de Dios que es la que sana estos y otros muchos males semejantes y que viene a ser como un regalo que “EL SEÑOR” da a sus hijos porque mucho los ama y no quiere que se pierda ni uno solo de ellos.

Para lograr tan loable propósito, es preciso hacer un esfuerzo, pues aparte de leer y meditar el libro sagrado, es del todo necesario acercarse a la Iglesia y a la Comunidad de hermanos en Cristo Jesús y al mismo tiempo solicitar la ayuda y asesoría de un sacerdote católico para recibir sus indicaciones para empezar a practicar las enseñanzas. Y si se desea acelerar los buenos resultados, se puede ingresar a un grupo fuerte de la Renovación Carismática del Espíritu Santo, donde se puede obtener la sanación definitiva conjuntamente con los sacramentales litúrgicos de nuestra religión como base de toda curación espiritual y corporal; sin tener que gastar fuertes cantidades de dinero, que a lo mejor no se tienen porque no todos somos ricos.

Fuera de esta terapia religiosa, no existe ninguna otra para aliviar las difíciles y raras enfermedades del espíritu y de la mente que repercuten en el equilibrio del cuerpo físico. Bueno, pues aquí está una opción para todo aquel o aquella mujer necesitada de una liberación y sanación, a fin de rehacer su vida y vuelva a su corazón la paz y la felicidad que ya tenía perdida y que la ha vuelto a encontrar, después de haber sufrido tanto ya sin esperanza alguna de sentirse dichosa y feliz como corresponde a todo aquel que agradecer ser hijo de Dios que le dió virtudes para alcanzar la belleza y la perfección; así como la alegría de seguir viviendo feliz en este mundo.

Los Refrescos no se Cobran

No es ninguna novedad y tampoco se falta a la verdad cuando se afirma que el ciudadano común no confía en la policía. Y no es para menos: el cuerpo policiaco ha
hecho todo lo necesario, y más, para ganarse esa desconfianza. Son múltiples las historias que a diario se leen o escuchan o, más grave aún, se viven, en las que los delincuentes pertenecen a las “honorables” fuerzas el orden y la seguridad. Y cuando no es así, los agentes policíacos que acuden al llamado de auxilio, muchas veces terminan por completar la faena o sirven de vía de escape a los culpables.

Pero no es bueno generalizar porque así es como a menudo se incurre en falsedades. Más bien, debemos reconocer que por increíble que parezca, a veces brilla la luz del entendimiento y la justicia en algunos de estos representantes de la autoridad que resuelven en forma correcta el lío para el que fueron llamados, dejando así constancia de que no todo está perdido. En esas ocasiones –pocas por desgracia- uno vuelve a tener fe en estos servidores públicos.

Una experiencia así me sucedió en un bar de medio pelo con el improbable nombre de “Xcaret” en la muy norteña y pragmática ciudad de Saltillo, donde trabajé un par de años para el gobierno de ese estado. Habíamos ido a ese lugar a sugerencia mía. Cuando mi amigo me preguntó, después de comer con su familia, que adónde quería ir, se me ocurrió ese lugar por cercano y además porque me tocaba pagar y en mi única visita anterior no me había parecido caro.

Tal vez por tratarse, esa primera vez, de la transmisión de una pelea de box, con pago de admisión y con el dueño al frente del bar, que la atención me pareció adecuada –de hecho repetí, sin cargo extra, el pozole norteño que dieron de botana- y no hubo ningún incidente que pusiera en riesgo la difícil armonía entre borrachos, más difícil aún en un evento boxístico.

Ahora sé que algo que contribuyó para que la fiesta transcurriera en paz, al menos para nosotros, fué que sólo tomamos cervezas. Fué también en esa ocasión cuando el dueño platicó ante nuestra extrañeza por el nombre del bar, que había tenido una luna de miel tan hermosa en Xcaret, que se había prometido llamar así al primer negocio que comprara.

Mi amigo era originario de Saltillo, pero residía en Hermosillo, y había venido a su tierra natal para que su mamá, ya cercana a los noventa años, conociera a la que sería su última nieta, y aprovechó mi estancia para liberarse un rato de su familia e irse de parranda conmigo. Nos habíamos conocido veinte años antes en la entonces poderosa Dirección General de Crédito, donde empezamos a trabajar el mismo día. Ese detalle, y el hecho de haber estudiado la misma carrera en el Tecnológico de Monterrey, durante los mismos cinco años, nos dió mucho de qué platicar.

Teníamos innumerables conocidos mutuos, habíamos asistido a las mismas convenciones, escuchado a los mismos conferencistas, gritado en los mismos partidos de futbol y basquetbol, habíamos estado en las mismas tomas de protesta y en los cocteles que se ofrecían al terminar éstas, nos habíamos desvelado en las mismas fechas en la sala de perforadoras de tarjetas donde se entregaban y recogían los programas de computadora. Sin embargo, y para nuestra extrañeza, no lográbamos recordar ni una sola vez de esos felices años estudiantiles del Tec, en la que uno hubiese visto al otro.

Este tema surgía siempre en nuestros múltiples recorridos por la variada y todavía segura vida nocturna de la capital mexicana, que ambos fuimos descubriendo a base de extraviarnos, en ocasiones durante horas, buscando algún lugar y de sufrir estafas que sin remedio se asestan a los provincianos en toda gran ciudad. Con este bagaje de conocimientos sobre bares, cantinas y tugurios adquirido en la ciudad de México, lo primero que hicimos después de sentarnos en una de las mesas del “Xcaret”, fué preguntar los precios de lo que pensábamos tomar –whisky para él y brandy para mí y al parecernos razonables, pedimos las primeras copas y comenzamos a platicar sobre los últimos cinco años, lapso que teníamos sin vernos.

A diferencia de mi visita anterior, el bar estaba semivacío y por lo mismo me pareció desangelado y con una decoración un tanto desagradable, de mal gusto, ambiente al que contribuía el hecho de que la encargada era una mujer de gordura excepcional y, como luego lo sufriríamos, de mal carácter. La mesera estaba más bien dedicada a ver la televisión que a atender a los clientes, por lo que había qué gritarle cuando necesitábamos algo, y entonces acudía presurosa, tomaba la orden y una tarjeta amarilla de cartón en la que la encargada del bar anotaba la cuenta, y regresaban igualmente presurosa con las bebidas y la mencionada tarjeta.

No se crea que la rapidez en el servicio se debía al loable propósito de alcanzar la excelencia. Me parece que era más bien con el ordinario fin de no perderse la secuencia de su programa televisivo. Aparte de eso y de que más tarde llegó un grupo de lugareños que reconocieron a mi amigo y lo saludaron efusivamente, como se acostumbraba en el norte del país, nada nos distrajo de nuestra plática, y se puede asegurar que hasta el momento en que decidimos pedir la cuenta, después de siete copas por cabeza y mientras nos tomábamos la “caminera”, habíamos estado a gusto.

Pero todo fué que nos dijeran a cuánto ascendió el monto de lo consumido, para que empezaran los problemas: de entrada, el total me pareció muy alto en relación con la cuenta mental que había hecho, por lo que pregunté a la mesera, en broma, que si también nos estaban cobrando la puerta del baño que mi amigo había destrozado. Ella lo tomó muy en serio y para evitarse líos y poder seguir viendo la televisión, fué a llamar a la encargada quien, con todo su peso a cuestas, llegó hasta nuestra mesa, puso la tarjeta amarilla ante mis ojos y me dijo que ahí estaba todo apuntado, que no tenía nada qué reclamar.

-¡Yo no tengo la obligación de estar revisando esa tarjeta! -le dije. Además el bar está muy oscuro, ni porque apunten ahí algo significa que estemos de acuerdo –agregué en tono todavía más o menos amable-. Lo único que quiero es que me diga qué es lo que nos está cobrando -insistí.

-Pues lo que se bebieron ¿qué más? –exclamó en forma burlona-. Si ya llevan aquí varias horas.

-Cuántas cubas y cuántos jaiboles nos está cobrando –le dije ya con un dejo de desesperación. Tomó la famosa tarjeta, se puso a contar y, al cabo de un minuto, para mi sorpresa porque estaba seguro que nos había cargado copas de más, dijo la cifra correcta:

-Ocho whiskys y ocho brandys, y... –en voz baja añadió- y como veinte refrescos.

-¿Qué? ¿Cómo? –Grité y por poco salto de la silla-. Cómo que ¿cobran los refrescos? Esos van incluidos siempre en las bebidas. En todas partes se incluyen.

-¡Pues aquí no! ¡Aquí se cobran aparte! Por eso se les pone la tarjeta con la cuenta en la mesa, para que luego no reclamen.

-¡Los paga o llamo a la policía! –replicó amenazante, con las manos puestas sobre la mesa.

-¡Haga lo que quiera! ¡Yo-no-le-voy-a-pa-gar-los-re-fres-cos! –le dije acentuando cada sílaba. Me volteé hacia mi amigo y la encargada se fue.

Cuando nos quedamos solos, mi amigo me pidió que lo dejara asumir esa parte de la cuenta –me imagino que por pena con los tipos que lo habían saludado y para no verse inmiscuido en un escándalo de cantina en su tierra natal-. Pero yo, que consideraba que estábamos siendo estafados y, además, que en Saltillo no éramos de ninguna manera provincianos, sino todo lo contrario, me negué rotundamente. De hecho, lo convencí de que sería una vergüenza permitir ese robo en una tierra de gente derecha, como se ven los norteños a sí mismos.

Después de eso nos pusimos a hacer la cuenta de lo que en justicia nos debían cobrar y a discutir cuál sería la propina adecuada. Estaba contando el dinero para dejarlo en la mesa y tratar de salirnos, cuando vi caminando hacia nosotros a la gorda encargada del bar, muy oronda, seguida por un policía ya entrado en años, pero todavía macizo.

En esos instantes pensé, con la certeza que da la fama pública de la policía, que íbamos a terminar pagando los refrescos y si nos alterábamos aún más, hasta sobornando al agente para no pasar la noche en los separos municipales. Mi amigo me echó una mirada recriminatoria de: “¡Te lo dije!”, y empezó a mover la cabeza.

Jamás me cruzó por la mente que el policía fuera a darnos la razón y sólo como una especie de salida airosa, en cuanto se paró a un costado de nuestra mesa, atiné a decirle:

-¡Qué bueno que llegó usted, jefe, para que nos defienda de esta vieja ladrona!

-¿Por qué? ¿Qué pasó? –dijo el policía, un tanto desconcertado.

-¡Imagínese usted que nos quiere cobrar los refrescos que vienen con las cubas! –le contesté en actitud de víctima.

-¡Claro! –Intervino la gorda, tranquila al sentirse con el poder a su lado-. en este bar se cobran los refrescos aparte. Así lo hemos hecho siempre. Y entonces volví a sentir la confianza en esos esforzados servidores públicos.

Con la seguridad de un experimentado bebedor hablando sobre algo elemental, el agente de policía, después de un breve momento de reflexión, dijo en un tono que no admitía réplica y con un acento norteño que nunca me ha sonado tan musical:

-¡No señora! ¡Los refrescos no se cobran con los tragos!

Tomada del Libro: “Relatos de Salvatierra y otros lugares”
de: Víctor M. Navarrete Ruiz


Libro

HISTORIA DE LA MÚSICA POPULAR MEXICANA

El Radio
(continuación)

El discurso inaugural de la orgullosa “Voz de América Latina desde México” no dejaba lugar a dudas: “su alcance, claridad y transparencia le permitirían ser la fuerza impulsora de cultura más allá de nuestras fronteras”. (La noche de su concierto inaugural llegó un reportaje telefónico de San Antonio, Texas, que comprobaba que había un auditorio atento a la transmisión.) “Personalidades distinguidas han designado a nuestro país el puesto de abanderado en el desenvolvimiento cultural del continente; acá se han hecho los ensayos ideológicos más importantes.

Ahora el afán de nacionalismo adquiere un sentido de cultura netamente mexicana. Nuestra música, nuestras canciones son nuestras y tienen contenido de nuestro propio espíritu. Y si manifiesta lo que nuestro espíritu es, es necesario que vaya más allá de nuestras fronteras. Es necesario que se diga en otros pueblos: Así canta el alma torturada de México”. En el programa inaugural de la XEW participaron sólo artistas de fama tan reconocida como Ortiz Tirado, el tenor Juan Arvizu, Josefina Chacha Aguilar, la Marimba Chiapaneca de los Hermanos Foquez, la Orquesta Típica de Policía de Miguel Lerdo de Tejada, el compositor Jorge del Moral, Néstor Mesta Chayres, Ana María Fernández y Agustín Lara.

La historia demostraría que ese “destino manifiesto” de la XEW, aunque había sido un tanto exagerado, demostraba conciencia de las amplias posibilidades de difusión. Durante los años treinta, multitud de intérpretes y cantantes difundieron a través de la radio miles de canciones que, si bien no siempre expresaban “el alma torturada de México”, demostraban las muchas facetas, influencias y modalidades de la canción mexicana. En sus programas encontró acogida tanto la nueva canción ranchera: trío Tariácuri, trío Calaveras, Lucha Reyes, trío Garnica-Ascencio, como la canción romántica: Lara, Curiel, Grever o Cárdenas, interpretada por los Hermanos Martínez Gil, Fernando Fernández, Juan Arvizu, las Hermanas Landín, las Hermanas Águila y hasta un regionalismo adaptado a las necesidades radiofónicas representado por Los Costeños, Los Cancioneros del Sur, el trío Calaveras, Los Vaqueros, etcétera.

En efecto, la difusión de los programas radiados por XEW iba mucho más allá de las fronteras de la ciudad de México. Se escuchaba en provincia, en Cuba y en Sudamérica. Como resultado de esa difusión y atraídos por el vellocino de oro de la transmisión multiplicadora, a más de una popularidad y sueldos que se creían espectaculares, comenzaron a llegar al Distrito Federal músicos y cancioneros de todas las regiones de México. Algunos encontraron acomodo en la XEW o en alguna de las estaciones menores, otros en el teatro de revista, en tanto que la mayoría terminó vagando por calles y mercados. Así llegaron a la capital los primeros sones mariachis, los sones de Veracruz, los huapangos, las canciones de Yucatán y las chilenas de Guerrero. Atraídos por el auge radiofónico arribaron también a México numerosos artistas extranjeros con su equipaje de congas, rumbas, puntos guajiros y tangos.

Los compositores comerciales de la XEW no se hicieron esperar. En 1938 se inauguró la XEQ con un programa más bien ecléctico: el barítono Ramón Vinay, los Ecos de la pampa con la orquesta de Juancito López, el cubano Sergio de Karlo con sus canciones “Flores Negras” y “La Última rumba”. Dentro de los mexicanos destacaba Lola Cárdenas, Lupe Acevedo, la compositora y pianista Consuelo Velázquez, Guillermo Álvarez, Carlos Puig y Amparo Montes.

El último intento del Estado por recuperar el control de la radio fué la creación de la radiodifusora XEFO del Partido Nacional Revolucionario denominada Radio Nacional de México. Puesta al servicio de la ideología renovadora y además de la propaganda de la doctrina del partido, la flamante estación tenía entre su elenco a artistas de la talla de Pedro Vargas, Lerdo de Tejada, Alfonso Esparza Oteo, sin contar con grupos debutantes como el dueto Mixteco y el dueto Los Mayab. Por sus micrófonos actuaron el trío Calaveras, Carlos Mejía, y las boleristas Victoria Grajeda Gómez y Chela Campos.

En 1946, al desaparecer el PRM y sustituirse por el actual PRI, la difusora estatal se esfumó y dejó la radiodifusión en manos de la iniciativa privada. Para el año 1942, el negocio de la radio era fuertemente competitivo, pero aún era posible la creación de una difusora como Radio Mil con los lineamientos de las antiguas radiodifusoras, es decir, transmisiones en vivo y con buena cantidad de artistas locales como Emilio Tuero, Ana María González, Cuco Sánchez, etcétera.

La expansión nacional de la radio se inició con la creación de la primera cadena, la Radio Continental. A ella siguió La Cadena Azul, formada por la XEQ y catorce estaciones de provincia. Poco a poco la constitución de los programas se fué transformado para dar primacía a los programas grabados y anuncios comerciales. Muy pronto, los programas con música viva serían objeto de “programadores especiales”.

Los programas en vivo más cotizados de los años cuarenta fueron el programa Verde y oro de la XEW con Manolita Saval, el programa de Canels con Ferrusquilia, Panseco, la orquesta de Ernesto Riestra y el trío Durango; el programa Casinos Imperial de México con Tin-Tán, Marcelo Chávez, la orquesta de Everett Hoagland y Chela Campos; Cantares de mi tierra con Manuel Medel. En 1951, un nuevo grupo compró 85% de las acciones de Radio Mil, con lo que se aceleró el proceso de “uniformación”; la mayoría de los programas se elaboraría con música grabada y sólo quedarían programas honoríficos como Así es mi tierra (1945-1951), dedicado a homenajear a los compositores de otras generaciones: Barcelata, Palmerín, Bermejo, Esperón, etcétera.

A fines de los años cuarenta, la decadencia de la radio era tan notoria el descontento del público tan grande, que en una celebérrima polémica periodística del año 49 sobre la decadencia de la canción mexicana, las mayores críticas y reproches se las llevó la radio. Los ataques publicados, más que una acusación concreta, eran una protesta por la habitual falta de imaginación de programas. “La radio había terminado con la canción mexicana”. Las radiodifusoras eran las culpables de que se “pervirtiera el gusto estético musical porque daban a conocer lo peor de la producción, afirmando enfáticamente por medio de sus locutores que se trataba de lo mejor”.

El musicólogo Gabriel Saldívar expresaba: “Los fieles intérpretes calurosamente elogiados por los radiolocutores son el instrumento de que se valen los compositores para dar a conocer su inspiración que es el resultado de las monedas recibidas a cambio de un contrato para entregar tantas o cuantas ‘canciones mexicanas’ a plazo determinado”. El malestar era general: según sus críticos la radio había coadyuvado a la decadencia de la canción mexicana. Cuando Alonso Sordo Noriega creó la XEX en 1947, se hacía eco a una alarma general por la “procacidad” creciente de las letras de las canciones.

La estación que se preciaba de “entrar a los hogares con un acento de dignidad y decencia, desterrando todo lo innoble que pueda manchar la pureza de nuestros hijos o el recato de nuestras esposas” expidió a los pocos días de inaugurada una “lista negra” de canciones que no podían escucharse a través de sus micrófonos. He aquí la inofensiva lista: “La última noche”, “Diez minutos más”, “Tú ya no soplas”, “Juan Charrasqueado”, “Aventurera”, “El hijo desobediente”, “Pecadora”, “Toda una vida”, “Frío en el alma” y “Traigo mi 45”. Los años cincuenta marcaron el final del apogeo de la radio; al aparecer la televisión, las difusoras se concretaron cada vez más a ofrecer programas de música grabada, más baratos de producción.

(continuará…)

El rincón para niños

Los Tres Ladrones

Llevaba un mujik al mercado de la ciudad un jumento y una cabra, con objeto de venderlos. Del cuello de la cabra pendía un cascabel.

Tres ladrones vieron al mujik y uno de ellos dijo:
-Voy a robarle la cabra sin que lo note siquiera.

Otro exclamó:
-Pues luego le robaré yo el jumento.
-La cosa no es tampoco difícil, dijo el tercero, y por lo que a mí se refiere, estoy resuelto a robarle toda la ropa que lleva puesta.

Acercóse furtivamente el ladrón a la cabra, le quitó el cascabel que ató a la cola del jumento y se llevó el animalito. Engañado el mujik por el sonido del cascabel, sólo notó en una revuelta del camino que la cabra había desaparecido, y sin pérdida de tiempo, corrió en su busca.

Entonces salió el segundo ladrón al encuentro del mujik y le preguntó si había perdido algo. El mujik contestó que le habían robado una cabra.

-La acabo de ver en este instante, -repuso el ladrón-, en poder de un hombre que pasaba por el bosque. Aún puedes alcanzarla si te das prisa. Durante tu persecución te guardaré yo el jumento...

Cuando volvió el mujik y vió que el jumento había desaparecido, rompió en amargo llanto y echó a andar como un desesperado. Junto a un estanque, encontróse de manos a boca con un hombre que también lloraba.

Como es natural, preguntóle el mujik lo que tenía.

El hombre le refirió que le habían encargado que llevara a la ciudad una talega llena de dinero, que se había dormido junto al estanque, y que durante su sueño se había caído al agua el saco.

Entonces le preguntó el mujik por qué no se arrojaba al agua en busca de su tesoro:
-Porque tengo miedo, -dijo el hombre-, y sobre todo, porque no se nadar. Pero de buena gana daría veinte monedas de oro al que lograra pescarme la maldita talega.

El mujik no pudo ocultar su alegría y pensó:
-Sin duda quiere Dios reparar la pérdida que acabo de experimentar con el robo de mi cabra y de mi jumento.

Desnudóse con toda la rapidez que le fué posible y se sumergió en el agua; pero no pudo dar con la talega de oro.

Cuando salió del estanque, vió que su ropa había desaparecido del sitio donde la había puesto. El tercer ladrón era quien se la había robado.
L T

El Tren y el Asno

Mudo, grave, terco hostil,
marchaba un asno servil,
de esos de a legua por hora,
ante la locomotora
de un tren de ferrocarril.

Monstruo que agitó el problema,
del progreso fiel emblema,
que avanzaba raudo y ciego,
con las entrañas de fuego
y una nube por diadema.

-¡Paso!, gritaba el coloso
con acento pavoroso,
y el burro, sin hacer caso,
proseguía al mismo paso,
displicente y desdeñoso.

-¡Aparta! ¿No me conoces?
dijo la máquina a voces;
y el borrico, con desdén,
dió un rebuzno de: ¡Alto el tren!
y le soltó un par de coces.

Mártir de la vil acción
fué el soberbio garañón;
y siempre ha de ocurrir eso,
cuando en el tren del progreso
da coces la tradición.

L C

La Piedra en el Camino

Había una vez un hombre muy rico que habitaba un gran castillo cerca de una aldea. Quería mucho a sus vecinos pobres y siempre estaba ideando medios de protegerlos, ayudarlos y mejorar su situación. Plantaba árboles, hacía obras de importancia, organizaba y pagaba fiestas populares, y junto al árbol de Navidad que preparaba para sus hijos.

Pero aquella pobre gente no amaba el trabajo, y esto les hacía ser esclavos de la miseria. Un día el dueño del castillo se levantó muy temprano, colocó una gran piedra en el camino de la aldea y se escondió cerca de allí para ver lo que ocurría al pasar la gente.

Poco después pasó por allí un hombre con una vaca. Gruñó al ver la piedra, pero no la tocó. Prefirió dar un rodeo siguió después su camino. Pasó otro hombre después del primero, e hizo lo mismo. Después siguieron otros y otros. Todos mostraron disgustos al ver el obstáculo, y algunos tropezaban con él; pero ninguno lo removió.

Por fin, cerca ya del anochecer, pasó por allí un muchacho, hijo del molinero. Era trabajador, y estaba cansado a causa de las faenas de todo el día. Al ver la piedra, dijo para sí:

-La noche va a ser obscura y algún vecino se va a lastimar contra esa piedra. Es bueno quitarla de ahí. Y en seguida empezó a trabajar para quitarla. Pesaba mucho, pero el muchacho empujó, tiró y se dió trazas para irla rodando hasta quitarle de en medio. Entonces vió con sorpresa que debajo de la gran piedra había un saco lleno de monedas de oro. El saco tenía un letrero que decía:

-”ESTE ORO ES PARA EL QUE QUITE LA PIEDRA”.

El muchacho se fué contentísimo con su tesoro, y el hombre rico volvió también a su castillo, gozoso de haber encontrado un hombre de provecho que no huía de los trabajos difíciles.

Tomados del libro “Alma Latina”

Leyendas

La Calle del Ahorcado

Nuestras calles como las de todas las ciudades, pasan por un proceso de transformación a través del tiempo y el espacio, no sólo en su paisaje arquitectónico sino también en sus nombres con que son conocidas en las diferentes épocas de la historia de una ciudad. Esto se debe a una diversidad de factores: políticos, patrióticos, religiosos, hechos importantes, personajes ilustres o célebres y hasta caprichos populares. La cuestión es pues, la necesidad de que sean identificadas.

En nuestra ciudad, las actuales calles no siempre fueron conocidas con un solo nombres en su totalidad; en sus diferentes tramos o cuadras se les conoció con nombres diferentes. La historia de nuestra Calle Principal o Calle Hidalgo es un buen ejemplo de lo anterior.

Recién fundada la ciudad en 1644, esta calle fue de las primeras. Al tramo comprendido entre la carretera y la Calle 16 de Septiembre se le llamó Calle Real a la Laborcita. Era esta una fracción de terreno de labor agrícola relativamente
pequeña situada atrás de lo que hoy es el Templo de Santo Domingo, entre las dos acequias, propiedad de Doña Anna Talía Ponce de León según lo hace constar Don Agustín Gómez, Escribano Real y de Cabildo de la Ciudad de Salvatierra en auto fechado el 23 de marzo de 1724.

A partir de 1750 a este mismo tramo se le conoció como Calle a la Cárcel o de la Cárcel, porque se instaló el reclusorio de la ciudad en la esquina que hoy forma ésta con la de Manuel Doblado. En la primera época independiente se le llamó Calle de Iturbide en honor a uno de los consumadores de nuestra Independencia nacional, y a partir del centenario de la Independencia tomó su actual nombre.

La parte céntrica de esta calle entre el Jardín Principal y la Calle de Guillermo Prieto se le conoció en la Colonia como Calle Real; en la primera época independiente como Calle Nacional; y tomó el nombre actual junto con los demás tramos.

El último tramo comprendido entre la calle de Guillermo Prieto y la Fábrica la Reforma, se le conoció primero como Calle al Molino y después Calle de la Esperanza, por encontrarse el Molino de la Esperanza en los terrenos que hoy ocupa la Fábrica. En la primera época independiente se le conoció como Calle de Capuchinas, en 1865 al triunfo de los liberales y las Leyes de Reforma; a la Fábrica y a la calle se les bautizó con el nombre de Reforma, este nombre duró hasta principios del siglo XX en que se le homologó con los demás tramos con el nombre de Calle Hidalgo.

En conclusión: el nombre de la Calle Hidalgo en toda su longitud lo tomó a principios del siglo XX con motivo del primer centenario de nuestra independencia nacional.

Pero, ¿Calle del Ahorcado?

Cuenta una narración que al tramo de la calle que se le conoció como calle de la Cárcel, los vecinos la bautizaron por mucho tiempo como la del Ahorcado, por los hechos y sucedidos que allí acontecieron.

Hacia finales del siglo XVII, allá por el año de 1675, Salvatierra era ya próspera en su actividad económica, su agricultura destacaba en toda la nación, se le empezaba a conocer como el granero de la Nueva España. Sus ricas tierras y abundante agua, habían hecho de sus haciendas verdaderos resortes de crecimiento económico, y de sus dueños y encomenderos hombres inmensamente ricos. Por esos tiempos, tres eran las ciudades más prósperas de lo que hoy es el Estado de Guanajuato: León, San Luis de la Paz y Salvatierra.

Esta situación atrajo muchas gentes a nuestra ciudad en busca de mejoría para solventar sus necesidades y hacer su vida más llevadera. Como en todo, llegó gente buena y honrada, pero también vinieron malvivientes en busca de la vida fácil y la riqueza ajena.

Entre estos últimos, llegaron cinco individuos encabezados por un mulato a quien apodaban: “El Cubano”; hombre listo y vivido, nacido en la Ciudad de Matanzas en Cuba; primera Colonia Española en América. Se hospedaron en el viejo Portal de los Carmelitas, en uno de sus mesones.

Al poco tiempo, empezó la población de altos recursos a alarmarse, la mayoría de sus casas habían sido robadas. Los ladrones habían sustraído además de monedas de oro, objetos preciosos y algunas obras de arte.

El Regidor de la Guardia de su Majestad empezó las pesquisas y pronto dió con los responsables, eran los cinco fuereños alojados en el viejo mesón del portal. Al detenerlos no se les encontró todo el producto de sus robos, sólo un Santo Cristo de oro, que fué reconocido por uno de los vecinos afectados como de su propiedad. Fueron trasladados a la cárcel situada en la Calle Real a la Laborcita, en la esquina que actualmente forman las Calles de Hidalgo y Manuel Doblado.

Por más que hicieron las autoridades, los ladrones no revelaron dónde habían ocultado su tesoro. La gente del pueblo decía que estaba enterrado en el viejo Panteón de los Franciscanos; otros, que estaba oculto en la Huerta del Carmen cerca de la Calle de las Moras-hoy Guerrero-; los más fantasiosos, que lo habían arrojado al Canal Gugorrones en bolsas de cuero, para después cerrar las compuertas de alimentación, secarlo y sacar su tesoro.

Una vez en la cárcel, el Cubano convenció a un guardia del reclusorio para que los ayudara a escapar, con la promesa de que también lo incluirían en el reparto de lo hurtado. El custodio, conocido como hombre avaricioso, y que por tal virtud lo apodaban “El grullo” accedió al trato.

Cuando le tocó la guardia nocturna, deslizó una cuerda por la pared del patio de la cárcel por donde treparon los detenidos y después de algunas peripecias alcanzaron la calle, logrando escapar. El Grullo fué el último en bajar a la calle por la cuerda, pero ésta por algún motivo desconocido se le enredó en el cuello. Quedó el guardia colgado a media altura y sobre la pared; ¡ahorcado!.

El tesoro nunca se halló, de los ladrones nada se supo, pero del Grullo se dijo que Dios no necesita; ni vara ni cuarta para castigar. Aunque no era el nombre oficial, los vecinos preferían llamarla: Calle del Ahorcado.

La Niña que Oró a la Virgen en Capuchinas

La versión original de la presente leyenda salió a la luz pública en el periódico salvaterrense “Antena”, un semanario dirigido por el Sr. Vicente España, correspondiente al Número 11 y está fechado el 16 de abril de 1946, el autor de la colaboración es F. Sánchez Esquivel.

En una humilde casa del viejo Callejón del Bosque –hoy Altamirano- allá por el año de 1822, vivía Angelita; niña que contaba con apenas seis años de edad, acababa de perder a sus padres y con ellos, también su bienestar y alegría.

Vivía a la sazón en ese rinconcito salvaterrense, su abuela encontrábase vencida por los años y apenas i podía balbucear algunas palabras de ternura a los oídos de su nieta; diríase que se trataba de otra niña tan desamparada como Angelita.

Era el de ellas un cuadro desolador. Pronto el ayuno y la vigilia hicieron de la niña débil, presa de una afección febril... en su delirio pronunciaba a cada instante el nombre de su madre... ¡Mamá... mamacita linda... tráeme agua, tengo sed... mamá... mamacita, ¿Qué es de Juanita? ¿No vendrá a jugar más conmigo?... ¡Ya no me quiere Juanita!.

Y la abuela imposibilitada física y económicamente para prestar atenciones a la niña enferma, llevando sus diminutos ojos al cielo clamaba con desesperación: ¡Virgencita de mi devoción y de mi vida, si no tiene remedio su mal y si no lo ha de seguir sufriendo así, llévatela mejor con los querubines del Señor!. Y gimiendo la anciana dormíase vencida por el cansancio y el dolor, junto al lecho de la enfermita.

Acertó a pasar por el barrio un médico quien urgido por una buena vecina atendió a Angelita y sacando de su maletín algunos remedios se los proporcionó. Días después la niña volvía a la vida, sin más aliciente que tristeza ni más esperanza que su miseria.

Algunas tardes después, el campanario del Templo de las Capuchinas llamaba a la oración del Rosario. Era la hora en que el crepúsculo invita a los grandes de la oración y los niños al recogimiento. Sin pensarlo y como si alguien la guiara, encaminó sus pasos al templo, atravesando lentamente el Jardín de Capuchinas y la Calle Real.

Sin saber cómo se encontró ante el Altar de la Virgen, con toda su ingenuidad, con toda su pureza y obedeciendo los impulsos de su corazón, se arrodilló ante la madona musitando esta oración: ¡Señora, ya ves como vengo a ti, me siento muy sola, en mi desamparo vengo a cobijarme bajo tu manto, quiero que me abraces y me beses como lo hacía conmigo mi madre que en tu seno esté! ¡Ayúdame Señora, protégeme!. Y aunque no sabía rezar por pequeña, apretó entre sus manos un Rosario que traía.

La niña no supo más de sí hasta horas después que despertó en su lecho donde solícita la acariciaba su abuela. Sucedió que ante el Altar de la Virgen había sufrido un desvanecimiento debido a su misma debilidad, y manos piadosas la habían conducido a su casa.

Cuando más entretenida estaba, vió acercarse a ella una sombra de mujer; alzando sus ojos de muñeca, encontró sorprendida a una dulce señora igual a su madre. Angelita, le dijo, la Virgen te ha escuchado y me ha mandado en tu socorro; levantándola entre sus brazos la llevó hasta su casa. Sobre la humilde cama la abuela con una sonrisa de satisfacción en los labios como si se extasiara todavía en la contemplación de su nieta; yacía para siempre en las sombras de la muerte.

Sin explicarse como, fué conducida al Templo de las Capuchinas donde el sacerdote la recibió, la protegió internándola en el Convento de allí mismo para su educación. Pasaron los años, tomó el hábito de las Capuchinas con el nombre de Sor Ángela de la Anunciación. En sus pláticas con su superiora y guía espiritual le decía: “me hacía daño la efervescencia humana allá afuera, donde los hombres indiferentes al sufrimiento y destino de los otros, con la faz grave a la que nunca puede alterar ni el dolor; en su ambiente donde el amor se vende y la dignidad se paga y el débil es presa del poderoso”.

“También en este rincón hay desventuras, pero más fugaces, quizá menos crueles que las de allá. Y cuando ellas llegan a nosotros con ímpetus de fatalidad, basta rezar con devoción el Rosario ante la Virgen, para que se desvanezcan como sucede en el mar después de las tormentas”.

Muchos, pero muchos años después, cuando Sor Ángela había pasado a mejor vida en gracia de Dios y bajo la protección de María, sus hermanas fueron
exclaustradas en la época juarista. En una celda vacía los piadosos vecinos encontraron su Rosario, guardándolo celosamente por mucho tiempo.

Dice la tradición que ese Rosario fué el que se le ofreció a la Virgen en el día de su coronación en ese Templo.

Tomadas del Libro: “Leyendas, Cuentos y Narraciones de Salvatierra, Segunda Parte” de Miguel Alejo López

Los Monjes del Subterráneo

Hacia la mitad del siglo XIX, en un mes de julio, cuando la noticia de que la piqueta demolería el austero edificio del convento de San Pedro de Alcántara, una de las más auténticas joyas arquitectónicas que nos legara la Colonia. Este convento se comunicaba con el Templo de San Diego y se extendía hasta el célebre pasaje de Los Arcos, trecho en el que estuvo situada la Plaza de San Pedro de Alcántara; los Arcos eran los portales de dicha Plaza.

Hubo indignación entre los fieles, que juzgaron que era un sacrilegio y que, quienes habían ordenado su destrucción como los que materialmente la realizaban, habrían de condenarse, y hasta se temía que ocurriera un accidente como castigo de tamaña profanación.

Un tal don Encarnación Serrano, ex_Jefe Político de la Administración Pública, había adquirido el sagrado recinto en suma irrisoria, para levantar en su lugar el tristemente célebre hotel “Emporio”. Por todo esto la voz popular maldijo y condenó al dueño lo mismo que al nuevo y malhadado edificio. Y quien habría de decirlo: la maldición se cumplió. Pocos días después de iniciada la innoble tarea, la cúpula del convento inesperadamente se vino abajo, sepultando en sus escombros a seis infelices albañiles que al fin y al cabo, sólo cumplían con su trabajo.

La vida de aquellos inocentes exacerbaron aún más los ánimos del pueblo que veían en ello un castigo divino. Pero esto no se detuvo ahí, pues otras y peores desgracias siguieron a la primera. El maleficio se extendía hasta los propios huéspedes, que enfermaban y morían, víctimas de males inexplicables.

Tanto así, que el propietario del hotel, se vió obligado a venderlo, consumándose la misma suerte de la demolición por la piqueta. En esas condiciones el terreno quedó abandonado hasta que el Gobernante a la sazón, el General do Florencio Antillón, dispuso la construcción del soberbio Teatro Juárez, allá por 1872, bajo la dirección técnica del arquitecto don Juan Noriega.

Pero, aquí viene la leyenda a la que vamos a referirnos sucintamente: dos monjes del convento hicieron suya la causa del inopinado despojo, y por el costado derecho del teatro sus figuras esqueléticas se aparecen a los que por algún motivo aciertan a pasar por ese sitio.

Más aún, después de inaugurada la llamada calle subterránea, oficialmente del Padre Hidalgo, las dos sombras de los religiosos, con el inconfundible aspecto que les da el hábito largo hasta el suelo y el capucho cubriéndoles casi por completo el rostro, en las noches, posiblemente como un gesto de protesta o quizás con la idea de seguir cuidando su monasterio, son vistos entre las dos y tres de la madrugada.

Los gendarmes que vigilan la calle, y algunos trasnochadores, aseguran que las dos sombra se filtran por el muro del Teatro, descienden a esa especie de celda que se halla como formando parte del Templo, bajan a la calle y caminan por el pavimento hasta perderse por la parte posterior del Hotel San Diego, siempre musitando una oración...

Tomada del Libro: “Leyendas de Guanajuato, Historia y Cultura”

Biografía

Humberto Ávalos

Humberto Ávalos nace en Morelia hacia el año 1916. Estudió en el Colegio de San Nicolás, en cuyas aulas mereció, por su precocidad y su talento, el mote de El Chamaco; publicó sus primeros poemas en los periódicos estudiantiles y se hizo famoso por la calidad de su obra. En el año de 1934 publicó, junto con otros universitarios, el Cuaderno de Poemas; aunque lo mejor de su obra poética se publicó en la revista Voces.

A pesar de contar con un gran talento y una inteligencia preclara, el destino de Ávalos no fué muy favorable, ya que se deslizó por la pendiente de una bohemia mal entendida y cayó en las garras del vicio. Al final de su vida (1965), se llegaron a recoger algunos manuscritos de sus últimos poemas, desgarrados, incoherentes y desorbitados –como ya para entonces era su propia existencia-. Sin embargo, queda como una tarea necesaria el hacer el esfuerzo por publicar toda su obra, ya que es de lo mejor de la lírica michoacana y, que por desgracia, se conoce poco.

Presentamos aquí el gran sentimiento que Ávalos experimenta por la ciudad capital: Palabras a Morelia. Esperamos lleguen a disfrutar este magnífico poema.

Morelia, noche azul, flor luminosa
abierta en la penumbra más fulgente;
recóndita provincia silenciosa,
donde hoy florece mi inquietud solemne.

Morelia, ensoñación, cuna gloriosa
de los poetas de más limpia frente;
ciudad, con su ternura misteriosa,
infinita, latente, tibia, fuerte.

Morelia, luz y sol, extraña diosa
que flirtea con la historia palpitante;
aquí se yergue la bondad católica
y el socialismo púrpura, triunfante...
Morelia, dinastía de claveles y rosas,
sueño con las tarascas de tu fuente,
con tu jardín de serenatas rojas,
tu estudiantina y juventud valiente.

Morelia, noche azul, lucero de oro
en el cielo de República naciente,
en tus calles he hallado ese tesoro
que encenderá ilusiones en mi mente.

Morelia, con tus sílfides aladas,
con tu belleza trémula de nieve,
con tus gráciles círculos, inflamas
la mente del poeta que te quiere.

Morelia, con noctámbula bruma encantada
en tus rincones de romance siempre,
encontré una sonrisa que escapaba
de unos labios que besan sabiamente.

Morelia, con tu feria, tu luz y tu candencia,
tienes un “no sé qué” que me estremece;
pues pareces lo mismo novia tierna,
que mujer sugestiva que padece.

Morelia, no es la flor de tu riqueza,
es la hermosura breve del jardín
la que realza tu fulgida nobleza,
con su florida senda de arlequín. [...]

El valor y la herencia diste a Patria
con tus caudillos y tu genio fuerte;
sepultaste al imperio que explotaba
las enérgicas fuerzas de tu gente.

Diste cultura al hombre y una espada
al guerrero de cólera rebelde;
para salvar al mundo y a la Patria
sólo cultura y pólvora requiere. [...]

Morelia, con tus dulces de colores,
la fantasía bonita de tus templos,
el agresivo gesto de tus héroes,
pareces un idilio de luceros.

Pareces una gema matinal,
desperezando el trino de las jaulas;
pareces una amante angelical,
algún poema de magnolias blancas. [...]

Morelia. Yo tus besos cautivos conquistadora
tras una reja de oro, suavemente,
para apresar tu boca perfumada
y tus formas de náyade ferviente.

Morelia, no se cansa mi pluma de escribirte,
porque la vida que viví en tu valle
es tan inmensa como la diadema
que pongo en los requiebros de tu talle.

Morelia, con tu nombre, gloria siembra,
quien gloria ante su nombre vive y tiene
y en los ritmos azules del poema
te doy la gloria que me dio la tierra.

Morelia, la enervada pasión de mi quimera,
por ti se agita y por ti se enciende,
y en tus aguas la aurora coronada
se proyecta con luces de relieve.

Morelia, con tu sólida presencia
de vetusta ciudad tan mañanera,
pareces más provincia que muñeca;
más flor que complicada enredadera.

Morelia, aun por fin alienta alerta
para ti las ternuras del poeta,
porque siendo tan bella y tan perfecta
nunca faltan motivos al poema.

Algo Mío

Canción del Mar

Mira qué inmenso mar, ¡Qué bello es!,
qué raro embrujo esconde en su rumor,
parece decir una y otra vez:
(sueña), (sueña) al compás de mi canción.

Tiene la brisa, la magia divina
que acaricia con dulce suavidad
tiene el sutil perfume que fascina
¡(Oh) qué hermoso sueño hecho realidad!

Tiene el límpido cielo la belleza
que inspira en su esplendor y hace soñar
¡(Ah) cuán hermosa es la naturaleza,
con su sol, cantos, viento, cielo y mar!

Mario Carreño

lunes, 13 de agosto de 2012

Poesías

Sin Nombre

El jardín de la pureza
donde nacen los amores
ahí duermen los deseos, que sorprenden a la ignorancia
y se queda sumergida la bondad ante el abuso,
por aquel que hizo mal uso
pues nació sin corazón, desconoce la razón.

Todo le es indiferente
y se presume inocente
no le conviene voltear,
reconocer sus raíces,
ya no desea cambiar
ha perdido sus matices.

Y mejor reprime el llanto
por el tesoro perdido,
y causa gran espanto
hasta presume ser santo.

Solo que no ha comprendido
que nació en la belleza
de aquel jardín tan querido
que el malvado echó al olvido.

No fermentó con el tiempo,
así quedó cercenado,
por vivir contra el viento
y murió desesperado.

I S J.

Mar (Presencia Divina)

Inmensidad profunda de los mares
donde mi mente vuela como ave,
cual gaviota lánguida o alegre
que se mece al vaivén de sus caudales.

A su brisa, que golpea mi rostro
y cariñosa se aleja al vaivén de su cuerpo
y en melodioso canto vuelve al puerto
donde mi ser espera casi yerto.

Al color de sus aguas unas veces verdosas,
azul cielo, según sea el mirar, hasta pueden ser rosas,
como el nadar de las sirenas vanidosas,
que a lo lejos se dibujan como diosas.

Ante su señorío me postro:
y en un ceremonial... inclinado en tierra
está mi rostro.

I S J.

Muchacha

¿Qué te pasa muchacha,
has llorado?
¿Te trata mal la vida?
¿O ha sido el destino?,
¿O será el corazón que
sangra por lo mucho que
ha sufrido?
Ya no llores muchacha,
manda al olvido esas
penas y angustias que
te han oprimido.
Ya no llores muchacha,
goza el momento, has a
un lado ese sufrimiento
y ríe a la vida y a cada
momento, que es lo único
que nos llevamos dentro.
Ya no llores muchacha,
es el momento, el pasado
quedó ayer, hoy, hoy,
ya no llores muchacha.

J B

Paz

Una palabra que no se oye más,
una palabra que se tiene qué recuperar,
una palabra que se tiene qué practicar.

Paz y amor en los hombres,
cero corrupción y maldad,
yo no quiero un mundo lleno de crueldad,
y menos matar.

Yo no quiero violencia,
yo no quiero crueldad,
solo quiero un mundo,
lleno de amor y paz.

Que se practique más
el amor y la compasión,
ya no más violencia,
y menos actos de corrupción.

G T R R
(11 años de edad)


La Pareja Ideal

Tú y yo,
somos la pareja ideal,
porque Dios nos ha unido,
para hacer un gran pacto,
conformado de comprensión y amor,
y no de odio, de crueldad.

Somos una gran orquesta,
tú el instrumento y yo el titular,
tú eres la pieza que completa
una gran orquesta
que en cualquier lugar sonará.

Somos un regalo
incomparable y sin igual,
porque somos irrepetibles,
y sin duda alguna
somos una pareja perfecta.

Gracias por ser mi compañera
y mi amiga sin igual,
doy gracias al cielo
por darme así a una persona muy
especial.

G T R R

Gracias Dios Mío

Gracias Dios Mío,
por dejarme vivir,
un sentimiento, el cual,
no se repetirá más.

Gracias Dios Mío,
por amarme y quererme,
por vigilarme y cuidarme.

¿Qué sería sin Ti?
sencillamente no existiría
porque tú me prestaste la vida,
para aprovecharla como si nadie más que Tú
existiera.

Gracias por todo,
¿Qué sería sin Ti?
mi mundo se acabaría
sin tu hermosa y grande alegría.

G T R R


La Pesca Milagrosa
Jn. 21, 1-6

“Voy al lago a pescar” y quien pensara
que, aunque Pedro lo dijo, no pescara
ni los peces, siluetas de montaña,
que duermen en el fondo de los lagos
ni el blanco pez de luz de la mañana
ni el pez de nube de contornos vagos.

Pero llegó el Señor a la ribera
bello y divino. Sin saber que él era
“Echen la red a la derecha, dijo.
La pesca fué tan grande que pescaron
todo el pez de la fe. Así los bendijo
el que en un mundo de dolor lloraron.

Vuelve, Señor, al lado de mi vida,
lago de mi pobreza y de mi muerte,
y en redes rotas y en la fe perdida
pescaré los milagros de quererte,
de volver a creer a tu llamado
y “no quitar la vista de tu arado”.

Tomada del Libro: “Mi Desierto, Poesías”
del Padre Rafael Alcántar Mondragón

Papá Dios

Papá,
Papá Dios,
en este día yo quiero alabarte
como te alabaré
eternamente si tú me lo permites.

Papá,
Papá, ¿Por qué
nos amas tanto si no lo merecemos?
ah, será porque
somos tus hijos y a ti nos parecemos.

Papá,
Papá Dios,
es mi deseo por siempre alabarte
como te alaban hoy
todos los santos y ángeles del Cielo.

Papá,
Papá Dios,
que no sabemos cuánto nos has amado
por nuestra salvación.
Tu hijo amado murió crucificado
¡ay!, ¡ay!, ¡ay!, murió crucificado.


Yo tengo un Amor

Yo tengo un amor maravilloso,
yo tengo un amor que es tan hermoso,
yo tengo un amor que me ama tanto,
que por mí sufrió,
que por mí murió
en una cruz.

Yo tengo un amor puro y sincero,
porque es Dios y hombre verdadero,
de todos mis amores es el primero,
porque Él es Jesús,
es el Hijo de Dios
que tanto quiero.

Yo tengo un amor que sí me quiere,
que murió en una Cruz y nunca muere,
que es tanto su poder que todo puede,
por eso soy feliz
y siempre alabaré
su Nombre.



Te Amo

Te amo con delirio, te amo con locura,
como se llega a amar cuando es por vez primera.
Te amo pues tú eres una dulce quimera
que perturba mi ser de tal manera,
que besarte en tu boca yo quisiera.

Se revuelve mi mente en el deseo
de beber de tu copa hasta las heces,
de embriagarme en el néctar que me ofreces
y así poder decir: “me perteneces”.

Te quiero como el Sol ama a la Luna
ansioso de algún día estar con ella,
te quiero como se ama a una estrella
que se ve a la distancia siempre bella.

No quisiera olvidarte, no podría;
mi corazón es tuyo, tú eres mía,
nunca te olvidaré pues tú lograste
abrir una mansión de bellas fantasías
que nunca realicé; estoy muy triste.
Todo fué solo un sueño; en realidad... No existes....

J. E R B.

Nos gustaria saber lo que piensas del blog, escribe un comentario (* campos obligatorios)