Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

martes, 10 de abril de 2012

Biografía

Jesús Romero Flores

Jesús Romero Flores nace en La Piedad el 28 de abril de 1885. Realizó sus primeros estudios en su ciudad natal, para después trasladarse al Seminario de Morelia y terminar sus estudios profesionales en el Colegio de San Nicolás, de donde obtuvo su título de Profesor de Instrucción Pública. Al regresar a La Piedad fundó la escuela particular Colegio León XIII. Desde sus años de seminarista comenzó a publicar poemas en El Bien Social y en La Libertad; ya en su ciudad fundó los semanarios Don Quijote y El Distrito.

En 1906, Don Quijote convocó a un concurso literario y, como se suspendiera el periódico, el concurso no llegó a realizarse, por lo cual Donato Arenas y José Gallegos publicaron el siguiente soneto a Romero Flores:

¡Jesús!.. así exclamaba leyendo tus “Celajes”
hambrientos de matices, por más que te sonrojes.
(Si oírlo te molesta, no es bueno que te enojes:
ya sabes que entre “puetas” las bromas son salvajes)

Romero que a “los montes azules” hacen viajes,
donde a tu “musa pálida” de los cabellos cojes…
Jesús Romero, amigo, no es bueno que te arrojes
a promover concursos y que después te rajes.

¿Flores? También las riegas. En el bregar no cejes,
mentor infatigable que a la niñez diriges;
la polka japonesa preciso es que ya dejes;
Olvida el baile exótico, no escribas versos mijes;
que te dirán los zoilos, si sales de tus ejes:
Jesús Romero Flores, ¿por qué no te corriges?

Sin embargo, a pesar de esos deslices, siempre se ha reconocido a Romero Flores como un poeta en toda la extensión de la palabra, quien supo cultivar con sabiduría la belleza en sus versos.

LA CASA DE MIS TÍAS

Hoy volví a ver la casa de mis tías
en la mansa quietud de la plazuela
de mi ciudad y recordé los días
de infancia, a la salida de la escuela.
Con sus pesados muros
su sombra la parroquia proyectaba;
a otro lado se alzaba,
con su sombrío portal
de cárcel y la Casa Consistorial.
Yo era pequeño, e iba
al hombro mi bolsillo
de percal despintado,
donde a veces guardaba algún membrillo
un “Fleury” y un “Amigo” deshojado.
¡Qué olor de vieja casa conventual!
Con amplios corredores,
en donde siempre tristes y sombrías
deambulaban mis tías:
doña María Josefa, doña Antonia,
Doña Mariana (que era mi madrina)
doña Librada, todas con su cara cetrina
y con su falda de amplia crinolina.
Tarde por tarde yo me detenía,
trasponiendo el lumbral de la cancela
al volver de la escuela…
¡Y qué cosas aquellas que veía!
En el amplio portal una bordaba
algún paño de altar, o corporales,
con un dibujo caprichoso y vario;
mientras una leía a Francisco de Sales,
otra en silencio hacía
ramos para la fiesta del Rosario
Cuando había visita
esta era de Fray Luis de Portugal:
se abría entonces la espaciosa sala
con muebles de caoba y malaquita;
y, bajo sus capelos de cristal,
santos de Guatemala
adornados con flores
y múltiples esferas de colores.
Todas en el estrado se sentaban
y sólo al contestar la vista alzaban;
se comentaba el último sermón,
contábanse milagros
de San Judas Tadeo o San Ramón
y de San Malaquías
se hablaba de las santas profecías.
Yo embobado escuchaba
tanta sutil historia
que el tiempo desterró de mi memoria.
Cuando el sueño me hacía cabecear
llevándome a mi casa a descansar.
¡Oh la vieja casona de mis tías,
en la quieta plazuela,
que me hace recordar aquellos días
de infancia, a la salida de la escuela!

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