Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

sábado, 28 de enero de 2012

Reflexiones


SAN ANDRÉS APÓSTOL, 30 de Noviembre.
Patrono de Salvatierra y de la Parroquia de Ntra. Sra. de la Luz

Su Vida
Andrés era hermano de Simón Pedro y como él, pescador en Cafarnaúm, a donde ambos habían llegado de su natal Betsaida. De los doce, el primero en ser sacado de las faenas de la pesca en el lago de Tiberiades para ser honrado con el título de “pescador de hombres” fué precisamente Andrés, junto con su hermano Simón Pedro.

Lugares de su Evangelización
Después de la ascensión del Señor, la Escritura no habla más de él. Teodoreto cuenta que San Andrés estuvo en Grecia; San Gregorio Nacianceno que estuvo en Epiro, y San Jerónimo que estuvo en Acaya. San Filastrio dice que del Ponto pasó a Grecia, y que en su época, siglo IV, los habitantes de Sínope decían poseer un retrato auténtico del santo y que conservaban el ambón desde el que predicaba. En la Edad Media era creencia general que San Andrés había estado en Bizancio, donde dejó como obispo a su discípulo Staquis (Rom 14,9). El origen de esa tradición procede de una época en que convenía a Constantinopla atribuirse origen apostólico para no ser menos que Roma, Alejandría y Antioquía.

Su Martirio en Patras
Una tradición narra la muerte de Andrés en Patras, capital de la provincia de Acaya, en Grecia, donde también él sufrió el suplicio de la crucifixión. Como su hermano Pedro, pidió ser colocado en una cruz diferente a la de Jesús. En su caso, se trató de una cruz en forma de equis, es decir, con los dos maderos cruzados diagonalmente, que por este motivo es llamada “cruz de san Andrés”. Esto es lo que habría dicho en aquella ocasión, según una antigua narración, titulada “Pasión de Andrés”: Que lo amarraron a una cruz en forma de aspa y que allí estuvo padeciendo durante tres días, que aprovechó para predicar a los que se le acercaban. Dicen que cuando vió que le llevaban la cruz para martirizarlo, exclamó: “Yo te venero oh cruz santa que me recuerdas la cruz donde murió mi Divino Maestro. Mucho había deseado imitarlo a Él en este martirio. Dichosa hora en que tú al recibirme en tus brazos, me llevarán junto a mi Maestro en el cielo”.

Se dice que sus reliquias fueron trasladadas de Patras, probable lugar del martirio, a Constantinopla y después de Amalfi. La cabeza, llevada a Roma, fué restituida a Grecia por Pablo VI. Consta con certeza, por otra parte, la fecha de su fiesta, el 30 de noviembre, festejada ya por San Gregorio Nacianceno.

Patrono de Salvatierra:
Cuando en el Siglo XVI los Frailes Franciscanos misionaron en estas tierras, encontraron una etnia de “Chochones” que había emigrado de Oaxaca. Los evangelizaron y les dieron como patrono al Apóstol San Andrés, llamando a su asentamiento San Andrés Chochones. Más tarde, al fundarse Salvatierra, conservó a San Andrés como su Santo protector y la ciudad llevó el título de “San Andrés de Salvatierra”.


OREMOS:
“Apóstol San Andrés, enséñanos a tus Salvaterrenses a seguir a Jesús con prontitud (Mt 4, 20; Mc 1, 18), a hablar con entusiasmo de Él a todos aquellos con los que nos encontramos, y sobre todo a cultivar con Él una relación de auténtica intimidad, conscientes de que sólo en Él podemos encontrar el sentido último de nuestra vida y de nuestra muerte” Amén.


Cristo en los Pobres
(continuación)

* Todos los años que llevo sirviendo a los pobres me han ayudado a convencerme de que ellos son quienes mejor comprenden la dignidad humana.

* Lo importante no es hacer muchas cosas ni hacerlo todo.
Lo que importa es estar preparados para todo, en todo momento.

* La pobreza no ha sido creada por Dios.
Somos nosotros quienes hemos creado la pobreza.
Ante Dios, todos somos pobres.

* Antes de juzgar a los pobres, tenemos que examinar con sinceridad nuestra conciencia.

* Si los países ricos legalizan el aborto, tales países se transforman realmente, en los más pobres del mundo.

* No deberíamos servir a los pobres como si fuesen Jesús.
Debemos servirlos porque son Jesús.

* Es más lo que nos dan los pobres que lo que pueden recibir de nosotros.

* Para servir mejor a los pobres, debemos comprenderlos, y para comprender su pobreza, no hay como experimentarla.

* Tenemos qué salir al encuentro de los que no tienen a nadie, de los que son víctimas de la peor de las enfermedades: la de no ser queridos, de ser indeseados, de quedar fuera de todo cuidado.

* Si los pobres no nos aceptasen, no seríamos nada.
Deberíamos estarles inmensamente agradecidos, porque nos brindan la posibilidad de amar y servir en ellos a Jesús.

* Ya lo sé, hay millones y millones de pobres.
Yo pienso en uno a la vez.
Jesús no es más que uno.
Nosotras nos ocupamos de las personas individualmente.
A los hombres no se los puede salvar más que de uno en uno.

* Es muy hermosa una costumbre bengalí según la cual, antes de ponerse a comer, se toma un cazo de arroz para dárselo a los pobres.

Tomado del Libro:
“La Madre Teresa de Calcuta, Vida y Meditaciones”

Canción

Quién te Ama

Quién te ama hermano, quién te ama
en las honras más negras de la vida
si los hombres te han dado ya la espalda
si es que buscas sin encontrar salida.

Quién te ama hermano, si has caído
si has perdido cien veces el camino
si tu vida ya no tiene sentido
si en escoria tu vida has convertido.

Quién te da descanso en la fatiga
quién te da alivio en el dolor
solamente Jesús, el Verbo Eterno
Solamente Jesús el Salvador.

Que tu rostro dibuje una sonrisa
que la paz llene tu corazón
porque Jesús te ama tendrás vida
eternamente serás siempre feliz
porque Jesús te ama, tienes todo
págale tú, brindándole Tu amor.


Letra y Música:
R H R

Bibliografía


Julio Ituarte
(1845-1905)
Compositor folklórico

Nació en la ciudad de México el 15 de mayo de 1845 y murió en la misma capital en el año de 1905. Según Baqueiro Foster, su biógrafo, los primeros maestros de Ituarte fueron don José María Oviedo y don Agustín Balderas. Más tarde, por sus rápidos conocimientos pasó a recibir las enseñanzas de don Tomás León, considerado como el mejor pianista y el maestro número uno de su tiempo. La primera presentación pública resonante de Julio Ituarte fue cuando tenía catorce años, en un concierto celebrado el año de 1859 e el Teatro Nacional, a beneficio del compositor Cenobio Paniagua, autor de la ópera Catalina de Guisa, en el cual tocó al lado de los más distinguidos profesores de la época.

Con don Tomás León, Ituarte aprendió mucho en relación con la técnica del instrumento; pero no así en cuanto a la interpretación, pues nunca estuvo conforme con la manera rígida y seca del maestro. Él quería encontrar en el piano mayor suavidad y dulzura, cuando fuera necesario, y pasar de un estado al otro mientras tocara, para tornar humanas y emotivas las otras. Y al escuchar a Lapuente, u pianista español, encontró que eso era lo que él anhelaba, por lo que se acercó al músico en busca de consejo, que el virtuoso extranjero le negó, como secreto profesional.

En 1866 se cumplieron al fin sus deseos, pues otro pianista español, Gonzalo Núñez, que igualmente le impresionara por su forma de tocar, se brindó con generosidad para enseñarle su técnica. Ocho y hasta diez horas de estudio en el piano fueron su tarea diaria cuando tenía veintiún años de edad. Y para compenetrarse mejor del secreto de las obras que ejecutaba, estudió composición con el maestro Melesio Morales. Así pudo abordar el repertorio de los pianistas de altura de ese tiempo: Thalberg, Prudent, Golschalk y Dholer. Debido a su pulcritud en el vestir, su carácter llano y afable, y sobre todo su capacidad profesional, le abrieron las puertas de los grandes salones, y la aristocracia lo aceptó en su seno.

Entonces el pianista comenzó a componer, y produjo obras grandiosas como La Tempestad, La Aurora y El Artista muere, fantasías que se sumaron a sus obras originales para piano, descendiendo hasta la transcripción de óperas y zarzuelas como Aida, Marina y La Tempestad. Un día tuvo la idea de aprovechar la música popular de México para hacer las fantasías en boga, e hizo un caprichoso concierto que tituló Ecos de México, con sones como El Palomo, Las Mañanitas, El Guajito, etcétera. Su innovación causó agradable sorpresa entre el público, y fue bien aceptada.

Entonces, Ituarte en los salones de la alta sociedad, y Ríos Toledano con su banda de música militar, hicieron llegar al sentimiento del pueblo la belleza de aquellos sones que embelesaban al público y habían sido el deleite de muchas generaciones. Los Ecos de México se tocaron con placer hasta los diez primeros años del siglo XX, y la gente escuchaba extasiada, cómo se tocaban a la manera de la música sinfónica, sones tan conocidos y apreciados como El Perico, Los Enanos, El Butaquito y los jarabes. Así fue como empezó el nacionalismo de la música en México.

Tomada del Libro: “Músicos Mexicanos” de Hugo de Grial

Narraciones

“Algo muy bello de Giovanni Papini”
Por : Rodolfo Mújica Pérez

En “El Libro Negro”, escrito por Giovanni Papini, aparece una descripción de un Soliloquio del genial poeta Roberto Browning titulado: LA CONVERSIÓN DEL PAPA; tal vez inspirado en las conversiones de San Pablo o de André Frossard. Giovanni Papini con su inigualable estilo lo describe en una forma, que embeleza el espíritu. Empieza así:

LA CONVERSIÓN DEL PAPA
(De Roberto Browning)
Dakar, 6 de abril.

Ninguno de los autógrafos inéditos que se hallan en la colección Everett, ahora propiedad mía, me invita más frecuentemente a una nueva lectura que el poemita de Roberto Browning. Fué Browning menos célebre que Cervantes y que Goethe –también de éstos tengo manuscritos en mi caja fuerte portátil–, pero me doy cuenta de que estoy más próximo a él que a los otros.

Se trata de uno de los imaginarios soliloquios que figuran entre los más felices inventos del poeta, y me asombra que jamás lo haya publicado. Su título es extraño: La Conversión del Papa. Creo que es una idea genial. En el poema habla el hijo único de un ignoto heresiarca bohemio de la Edad Media, heresiarca a quien Browning llama Jan Krepuzio; por haber profesado públicamente algunas teorías blasfemas sobre los motivos de la Redención, la Inquisición lo hizo apresar, torturar y finalmente fué quemado vivo en una Plaza de Praga.

Su hijo, el niño Aureliano, fué escondido en Alemania por algunos parientes lejanos, pero jamás pudo olvidar el fuego que había consumido a su padre. Una vez adulto y libre decidió vengarse de la Iglesia de Roma, empleando un nuevo sistema de venganza jamás ideado por otro.

Con nombre fingido se fué a un convento de Milán, y solicitó ser recibido como hermano lego. Su obediencia y bondad le valieron el premio deseado: se le recibió entre los novicios. Su celo por la vida monástica y por la Sagrada Teología pareció ser tan ardoroso y sincero, que al cabo de sólo tres años fué ordenado sacerdote. Obtuvo entonces ser enviado a predicar la verdad católica a países de infieles y cismáticos, y con su palabra y ejemplo logró convertir a ciudades enteras. Fué encarcelado por los enemigos de la verdadera fe, pero pudo huir de entre sus manos, y hasta se dijo que lo logró con la ayuda de un ángel.

Su nombre llegó a oídos del Pontífice reinante que lo llamó a Italia y le confirió un obispado. También como obispo y en breve tiempo, llegó a ser famoso en los pueblos. La austeridad de sus costumbres en medio de un clero corrompido, la victoriosa elocuencia de su palabra, la perfecta ortodoxia de sus enseñanza teológicas, todo hizo de él uno de los prelados más ejemplares e ilustres de su siglo.

Pero esto no le bastaba, precisaba obtener otros honores y dignidades para consumar la venganza premeditada. En sus vigilias jamás olvidaba la hoguera en la que habían hecho arde a su padre, según él injustamente. Debía vengarlo, en forma diabólica y clamorosa, precisamente en la capital de la Cristiandad, en Roma, en San Pedro. La palidez de su demacrado rostro era atribuída al ascetismo de su vida, pero en realidad no era más que el reflejo de su prolongado rencor, era el efecto de una fatigosa y perpetua simulación.

Murió el anciano Papa y se eligió a otro que había conocido y admirado a Aureliano, y en el primer consistorio lo creó cardenal. Aureliano ya se veía próximo a la meta, y su ardor apostólico en pro de la Iglesia, se acrecentó más y más. Fué Legado Pontificio, Doctor en un Concilio y Cardenal de Curia; en todo ello demostró ser un infatigable defensor de los dogmas y de los derechos de la Iglesia Romana. Ya casi era anciano, pero el alucinante pensamiento de la venganza no lo dejaba ni de día ni de noche.

También fué alcanzado por la muerte el Papa protector suyo, y en el cónclave subsiguiente Aureliano fué elegido Vicario de Cristo obteniendo la unanimidad de los sufragios. Aun entonces supo ocultar su inmenso gozo bajo la máscara de una tranquila humildad. Ya estaba próximo el gran día por él esperado y deseado secretamente durante dolorosos años de forzada comedia. Había sido elegido a comienzos de diciembre; entonces anunció al Sacro Colegio y a la Corte del Vaticano que la ceremonia de su coronación se realizaría la noche misma de Navidad. Desde muchísimo tiempo antes había planeado y soñado la inaudita escena; después del Pontifical, después de haberse realizado todos los ritos de la coronación, dueño ya de los privilegios y de las prerrogativas del Supremo Magisterio como cabeza infalible de la Iglesia Docente, entonces se pondría de pie para hablar al clero y al pueblo, y en el silencio solemne de la máxima basílica pronunciaría finalmente las tremendas palabras que vengarían para siempre al padre inocente. Diría que Cristo no era Dios, que había sido un pobre bastardo, un pobre poeta iluso víctima de su ingenuidad, y finalmente –aquí haría resonar su voz como un desafío satánico-, finalmente, con el sello de su autoridad proclamaría que Dios jamás había muerto porque jamás había existido.

¿Cuál habría sido el efecto causado por tan espantosas blasfemias, brotadas de los labios de un Pontífice Romano? Tal vez, después del primer momento de estupor ¿Lo habrían reducido, gritando que era un loco? ¿Lo habrían hecho pedazos sobre la tumba de San Pedro? No se preocupaba mucho por ello; la voluptuosidad brindada por tan estupenda venganza jamás tendría un precio demasiado elevado.

Llegó la vigilia de Navidad y anocheció. Todas las campanas de Roma tañían a fiesta, ríos humanos de nobles y plebeyos marchaban a la Plaza de San Pedro, llenaban el gran templo que parecía ser una inmensa cavidad luminosa, para poder asistir a la fastuosa ceremonia que celebraba simultáneamente el Nacimiento de Dios y la coronación de su Vicario en la tierra.

Desde una sala de su palacio Aureliano miraba y escuchaba. Veía aquellas multitudes de fieles gozosos y confiados, oía sus cánticos de Navidad, sus laúdes, sus himnos, y en todos ellos se transparentaba una sencilla pero infinita esperanza en el Divino Infante, en el Salvador del mundo, en el Consuelo de los pobres, de los perseguidos y llorosos.

Y en aquel instante, en aquella sala donde el nuevo Papa se había encerrado, solo, para concentrar sus pensamientos y sus fuerzas, sucedió algo que jamás fué conocido por otros, se realizó el inesperado y providencial milagro: el pensamiento de toda aquella pobre gente que corría hacia él, que creía en él porque había creído en sus palabras, ese pensamiento lo turbó, lo conmovió, lo sacudió y arrastró consigo. Experimentó un escalofrío, se sintió agitado por un temblor, le pareció que una luz jamás vista invadía la gruta oscura de su alma. Repentinamente se sintió inundado y vencido por una dulzura aniquiladora jamás experimentada en su larga vida, por una ternura infinita hacia todas aquellas almas simples, infelices y sin embargo felices, que creían en Cristo y en su Vicario, y súbitamente, el nudo negro y gravoso de la anhelada venganza se deshizo, se cortó, se disolvió en un llanto continuo, desesperado, que le quemaba los ojos y el corazón, que consumía su interior más que una llama viva. El Nuevo Papa se postró sobre el mármol del pavimento, y oró de rodillas, oró por vez primera con abandono total del alma, con toda la sinceridad de la pasión, como nunca había orado en toda su vida.

El viento impetuoso de la Gracia lo había derribado y vencido en el último instante. Hasta el mismo dolor del remordimiento por su infame pasado de fingimiento, de engaño y duplicidad, le parecía un consuelo inmerecido, un consuelo divino. Aquel dolor quemante lo podría acompañar hasta la muerte, pero purificándolo, salvándolo de la segunda muerte.

Cuando los ayudantes y acólitos penetraron en la sala precedidos por el Cardenal Decano, hallaron al nuevo Papa arrodillado, hecho un mar de lágrimas, y se sintieron grandemente edificados. Concluido el solemne rito de la coronación, el Pontífice quiso hablar al pueblo. Habló de Cristo y de su nacimiento en Belén, habló de la Madre Virgen, de los ángeles y los pastores, y lo hizo con tal calor de afecto que todos los oyentes, hasta los viejos cardenales apergaminados en su púrpura, lloraron como hijos que finalmente encuentran al padre a quien creían perdido. Y muchas mujeres, al salir de la Basílica iluminada a la oscuridad de la ciudad, afirmaron que al cabo de siglos un verdadero santo había ascendido a la Cátedra de San Pedro.

Libro

HISTORIA DE LA MÚSICA POPULAR MEXICANA

Modelos Actuales de Origen Folclórico
La Canción Huapango

El interés que comenzó a partir de los años veinte por conocer los sones originales de las diferentes regiones del país dió como resultado una intensa migración a la metrópoli de grupos de músicos procedentes de todos los estados de la república. En un trabajo del musicólogo Daniel Castañeda, hemos encontrado una ilustrativa enumeración de los conjuntos regionales que por aquel entonces se encontraban en la capital como músicos ambulantes: mariachis de Cocula, músicos y bailarines que ejecutaban sandungas, orquestas típicas con violín, arpa, salterio y bandoneón; trovadores de Tamaulipas y Veracruz con guitarras y violines; bandas jarochas de Veracruz tocando huapangos; cancioneros típicos de Oaxaca, orquestas de Guerrero tocando chilenas, gustos, sones y malagueñas en violines, vihuelas, guitarras y arpas; cantores de Michoacán y orquestas típicas de la región lacustre entonando sones, pirekuas o canciones de carácter sentimental. La investigación de Castañeda sigue conservando un gran interés porque señala el momento de la urbanización de los géneros y estilos de ejecución populares.

Un grupo de compositores de talento, a más de excelentes intérpretes e instrumentistas, que en ocasiones fué algo más que una mera transposición o urbanización; los casos de Andrés Huesca, de Nicandro Castillo y Elpidio Ramírez son ejemplares en ese sentido, ya que muchas de sus creaciones son indistinguibles de los más puros estilos de sones jarochos o huapangos.

Guerrero

En el estado de Guerrero se pueden distinguir con claridad dos grandes estilos que se desarrollan con amplitud en dos diferentes zonas geográficas: los sones de la Tierra Caliente que colinda con Michoacán y los sones de la Costa Chica que abarca desde Acapulco a Oaxaca inclusive. En la Tierra Caliente predominan los sones y los gustos. Estos últimos, derivados al parecer de los sones y jarabes antiguos, tienen un ritmo lento y hacen uso de copias de carácter lírico o picaresco, en tanto que el son es más rápido y de carácter bailable. La mayoría de los sones y los gustos hace referencia a la actividad ganadera y a los vaqueros denominados “cuerudos” por el abrigo de gamuza que utilizan. Otros sones y gustos describen las bellezas y fauna de la región. Existe en algunos casos cierta semejanza con la chilena guerrerense autóctona, al grado que muchos sones son interpretados al ritmo de chilena o viceversa.

La Costa Chica: la Chilena

La chilena que se practica en la Costa Chica desciende directamente de la lejanísima cuenca chilena. La azarosa historia del género en México se inició a mediados del siglo XIX, durante la fiebre de oro en California, cuando grupos de mineros chilenos viajaron hacia el norte deseando participar en la explotación del ansiado metal. Algunos de ellos hicieron prolongada escala en Acapulco, dejando el recuerdo de sus atractivos cantos y bailes. La chilena se adoptó en Guerrero, no sin sufrir algunas transformaciones que la convirtieron en una aproximación de son mexicano con baile de parejas y zapateado. Al igual que la cuenca, cuyo nombre proviene del adjetivo clueca, la chilena guerrerense es un baile que imita el cortejo del gallo y la gallina y se baila con un pañuelo en la mano, y es un baile de tarima al igual que los sones y huapangos. En Ometepec, Cuajinicuilapa, la tarima es llamada artesa o canoa, se hace de un solo tronco y sirve para una sola pareja.

La coplas se refieren generalmente a asuntos amorosos, pero suele también haber coplas de descripción de regiones. Por lo común utilizan cuartetos octosílabos con asonancia entre la segunda y la cuarta líneas, lo cual se presta magníficamente para la improvisación. Generalmente se canta en primera persona y siempre con declinación masculina, aunque lo cante una mujer. Al igual que muchos sones mexicanos, se alteran versos en estribillo y se termina con un verso de despedida. Su instrumentación más común incluía, a más del arpa, un violín, una jarana chica que podía ser de cinco, ocho o diez cuerdas.

En algunas ocasiones se usaba una percusión que podía ser la misma caja del arpa, una caja de madera o una tabla sobre un hueco en el piso percutida con la mano y un palo. A esto se le llama tamboreo; habría que señalar que tanto el tamboreo como el pañuelo durante el baile son elementos andinos. En la instrumentación actual, poco a poco se ha ido excluyendo el arpa, ya que los arpistas se están acabando en la región.

La más de las veces se utiliza una guitarra sexta y un requinto, aunque también suele interpretarse con una orquesta de alientos, formada por clarinetes, saxos, trombones, tambora y platillos. Por lo general, después de bailarse una chilena, se ejecuta un son de ritmo más enérgico.

La chilena se trajo al Distrito Federal por los años cuarenta y aunque hubo intentos de comercializarla como sucedió con el huapango y los sones, logró permanecer casi incontaminada. El compositor Álvaro Carrillo compuso en su juventud tres hermosas chilenas de un estilo purísimo y que se difundieron ampliamente; “Con cuidadito”, “La yerba buena” y “Pinotepa Nacional”.

José Agustín Ramírez fué también fiel a la tradición de Guerrero al componer canciones chilenas con temática geográfica y de gran fama como: “Caleta”, “Ometepec”, “Camino de Chilpancingo”, “La sanmarqueña”, “Por los caminos del sur” y “Cajita de Olinalá”.

La Jarana de Yucatán

La jarana yucateca es el resultado de la combinación de los “sonecitos” indígenas con los derivados de la música popular. Aunque también se afirma que el tipo zapateado de jarana yucateca, o sea la jarana de seis por ocho, desciende directamente de viejos aires del cante grande o cante chico de España y que solamente la jarana valseada desciende de los “sonecitos” típicos.

Por otra parte, algunos han creído ver una gran semejanza entre la jota española y la jarana yucateca, sobre todo en la forma de danzarse. Baqueiro Foster afirma que la vivaz jarana de ritmo movidísimo que se toca en las vaquerías de Yucatán es bisnieta del fandango español, como bien lo prueba la persistencia de angaripolas, peteneras y rondeñas en el repertorio que hasta hace pocos años se ejecutaba en las tradicionales vaquerías.

La jarana, tal y como se le conoce actualmente, es una forma bailable, de estructura binaria y de ritmo ternario. Su ritmo es rápido y alegre y se le escribe generalmente en tonalidad mayor. En cuanto a su construcción armónica, no puede ser más sencilla, pues modula por lo general a la dominante o a la subdominante. La jarana puede presentarse en dos formas; la de tres por cuatro tiene parecido a un vals y tiene, en efecto, cierta semejanza con la jota aragonesa. En un principio, esta forma valseada tenía únicamente carácter bailable, pero con el tiempo se le fué añadiendo un texto. En nuestros días se utiliza para la segunda parte de la jarana una melodía más popular de la misma manera que en los danzones.

Una de las últimas variantes de jaranas podría ejemplificarse en la clarísima y vital jarana de Armando González titulada “Lindo Motul”, cuya estructura podría parangonarse con la del rondó por la oposición de sus dos partes y retorno del tema inicial.

(continuará…)

Rincón para niños

Libro “Alma Latina”
La Embriaguez

Cuéntase que un día el genio del Mal se presentó a un pobre hombre bajo una forma que infundía pavor, y le dijo:

-Tú vas a morir; sin embargo, yo te puedo hacer una gracia, pero solamente bajo cualquiera de las siguientes condiciones; escoge: mata a su padre, maltrata a tu hermana o bebe hasta embriagarte.

- ¿Qué hacer? El pobre hombre se sentía atormentado. ¿Dar la muerte al que me ha dado el ser? ¡Es imposible! ¿Maltratar a mi hermana? ¿No es bajo y afrentoso? Prefiero tomar vino. Me embriagaré.

Y aquel hombre tomó el vino y una vez que estuvo en completo estado de embriaguez, maltrató a su hermana y mató a su padre.

Ningún remedio es tan eficaz contra la embriaguez como ver el lamentable y triste cuadro de cada ebrio.
Leyenda Árabe


El Conejo y el León

El conejo era un animal muy pequeño, pero tan astuto, que ni aun el león podía competir con él. Robó una vez el león un cervatillo a la cierva y no quería devolverlo. La cierva pidió ayuda a los grandes animales; pero éstos temían al león. Entonces acudió al conejo y éste dijo:

-Dí a todos los animales que se reúnan en consejo mañana delante de mi madriguera para juzgar el caso.

Entretanto, excavó un largo pasaje subterráneo desde su madriguera a otra salida escondida tras un arbusto distante. Los animales se reunieron en consejo y después de escuchar el caso, declararon que el cervatillo era hijo de el león. Ninguno de ellos se atrevió a decir la verdad, porque temían al león que los miraba con fieros ojos. Pero el conejo asomó la cabeza por su madriguera y gritó osadamente al león, con voz chillona:

-¡Pamplinas!, ¡el cervatillo es de la cierva! ¡El león es un malvado ladrón!

Lanzóse el león hacia él, pero el conejo retrocedió rápido y cruzando el pasaje salió por detrás del arbusto y escapó.

-Le mataré de hambre, rugió el león.

Y esperó cerca de la madriguera a que saliera el conejo. Día tras día se adelgazaba y debilitaba, pero quería seguir allí porque creía que si se retiraba para ir en busca de alimento, se escaparía el conejo. Así es que allí permaneció hasta que murió de hambre, entonces la cierva pudo recobrar su amado cervatillo.

¡El conejo venció con su astucia!

Algo mio

Tierra de Amor

Tierra de amor,
donde yo nací,
eres la flor
más bella y sutil.

Reina sin par
sonriente y gentil,
tierra bendita,
la mas bonita
de toda mi nación.

Tu cielo azul
de estrellas sin fin,
noches de amor
de tierna quietud,

la luna va
vestida de azahar
como una novia
que de su manto
deja caer la luz.

Salvatierra,
linda tierra,
paraíso celestial,
que te bañas
en las aguas
de tu Lerma sin igual.

Eres diosa
que orgullosa
de su encanto seductor,

se adormece,
y se mece
con la luz del astro sol.

Mario Carreño


Historia

Ecos del Sur: Salvatierra

La ciudad de Salvatierra, cabecera municipal, está situada en los 100°53’ 46” longitud oeste del meridiano de Greenwich y a los 20°12’ 56” latitud norte, su altura sobre el nivel del mar es de 1749 metros. La superficie del municipio comprende 581.82 kilómetros cuadrados, equivalente al 1.66% del territorio del estado. Su división territorial la conforman 64 localidades.

La región montañosa del municipio se encuentra al sur, formando parte de la sierra de Los Agustinos, y al norte con las estribaciones del cerro Culiacán, quedando entre estas dos formaciones orográficas, las tierras agrícolas y algunas prominencias como: cerro Pelón y cerro Grande, las Cruces, las Cañas, Tetillas, Cerro Prieto, Cupareo, el Conejo y San Gabriel. La altura promedio de estas elevaciones es de 2,000 sobre el nivel del mar.

El municipio está cruzado de sur a norte por el río Lerma. De cerro Grande bajan corrientes que se pierden en las partes bajas, algunas de ellas forman los arroyos, la Colorada, la Celaya y las Vegas. Otras han sido canalizadas para un mejor aprovechamiento y los sobrantes van a dar al río Lerma, que tiene como afluentes los canales Maravatío, Urireo y Tarimoro.

Salvatierra se encuentra localizado en la Cuenca Hidrológica del Río Lerma Santiago. Dentro del mismo municipio se distinguen tres subcuencas: la primera, la Subcuenca de la Presa Solís – Salamanca que abarca la mayor parte del municipio en la zona norte, centro y este. La segunda subcuenca, la del Lago de Yuriria se ubica en las zonas oeste y suroeste del municipio y la última región, la del Lago de Pátzcuaro se localiza en la parte sur de Salvatierra colindante con el municipio de Michoacán.

El municipio de Salvatierra se fundó en lo que los antiguos habitantes prehispánicos denominaban Guatzindeo o “Lugar de hermosa vegetación”, no fué sino hasta el primero de abril de 1644 en que se le concede el título de ciudad con el nombre de San Andrés de Salvatierra, en virtud de la ordenanza expedida el 9 de febrero del mismo año por el virrey García Sarmiento de Sotomayor. Esta licencia se otorgó conforme a lo dispuesto por Felipe IV, rey de España, en su real cédula dada en Cuenca el 12 de junio de 1642. Se señaló su jurisdicción en las diligencias que practicó don Pedro de Navia, fiscal de su majestad y justicia mayor de dicha ciudad el 19 de febrero de 1646 y se confirmó el 26 de noviembre de 1705.

El Título del Marquesado de Salvatierra fué expedido en Madrid por el rey Felipe V, el 18 de marzo de 1708. Tres siglos más tarde, en marzo de 2008, Salvatierra, la primera ciudad del Estado de Guanajuato y octava a nivel república, celebró sus trescientos años de nobleza, con eventos artísticos y espectáculos de primera calidad, circunscritos en la mezcla cultural español y mesoamericano, en una semana de festejos que tuvo lugar del 13 al 23 de marzo.


Sin duda uno de los monumentos más característicos d la Ciudad es el Puente de Batanes que por tres siglos fué un importante medio de comunicación entre las provincias de Guanajuato y Michoacán. De una gran solidez, este singular monumento ha sido fiel testigo de la historia de esta noble ciudad prácticamente desde su fundación. Corresponde también a Fray Andrés de San Miguel la construcción de este puente.
Su gran capacidad y notable conocimiento sobre hidráulica fueron el soporte para el buen culmen de una obra que ha resistido por incontables ocasiones los fuertes embates del caudaloso Lerma. De acuerdo con la naturaleza, esta joya colonial Salvaterrense presentaba dos torreones flanqueando sus extremos, estos tenían como finalidad el cobro por derecho de pontaje en beneficio de la orden de los Carmelitas Descalzos. Sobrio en su concepción, el Puente de Batanes presenta catorce ojos, 16 estribos y dos corta-aguas, originalmente sus medidas se especificaron en cinco varas de ancho por doscientas catorce de largo, es todo de piedra y conserva en gran medida el sabor y carácter que sólo conceden el tiempo y la historia.

El templo y convento de San Ángelo Mártir de los Carmelitas Descalzos cobró tal importancia en Salvatierra, que incluso fué motivo de numerosos conflictos dada la riqueza y poder alcanzado por esta orden en la región. Las enormes proporciones de este excepcional conjunto se extendían mucho más allá del monumento que actualmente se conoce como ex convento del Carmen. Con una singular disposición respecto a la traza urbana, este complejo se erigió bajo proyecto y dirección del insigne religioso Fray Andrés de San Miguel,
arquitecto, hidrógrafo y único tratadista de la colonia que deja en Salvatierra su vida y en ésta una de sus más valiosas obras. El templo presenta un espandaño de muy limpias proporciones resuelto en tres cuerpos. Este elemento, característico en las obras de Fray Andrés de San Miguel preside con sobriedad el conjunto integrado por el cuerpo conventual, la iglesia con capilla anexa, el atrio que un día fuera cementerio y la explanada “Agustín Carranza y Salcedo” mejor conocida como “del Carmen”, sin duda uno de los núcleos coloniales más importantes de Guanajuato.

En la actualidad, una gran parte de la crujía conventual es ocupada nuevamente para el servicio religioso; el resto, a través de un magnífico deambulatorio, permite el acceso a los claustros mayor y menor, a una parte de la antigua clausura y a otras dependencias destinadas a los más diversos usos.

Muy entrada ya la segunda mitad del siglo XVIII, y en medio de una gran actividad constructiva, llegan a Salvatierra un grupo de religiosos dominicos para establecer un hospicio junto a la capilla que ya existía en el antiguo barrio de “Cantarranas”, llamado así por la vecindad con el canal de “Gugorrones”, a favor de la proliferación de ese anfibio. A la par de la construcción del hospicio, los dominicos erigieron también un nuevo templo, éste se concluyó en el año 1793, presenta una portada en tres cuerpos labrada en cantera rosa con acceso en arco de medio punto. La nave sobre la planta de cruz latina, está techada con bóveda de arista y con cúpula sobre tambor octagonal. De construcción más reciente, la torre presenta cuatro cuerpos también sobre composición octagonal integrándose con acierto al conjunto al que se accede a través de dos arcos con carácter barroco.

Merece especial mención el pequeño cementerio ubicado al costado oriente del templo, en el que se conservan algunos monumentos funerarios de innegable mérito. Gozan de gran devoción y veneración en este templo, las imágenes de el Señor de la Clemencia, San Nicolás de Bari y la Divina Niña Infantita, para quien se realizan alegres y coloridas fiestas que llenan de bullicio la normal tranquilidad de este barrio.

El templo de San Juan tuvo concluída su construcción en 1735, su nombre a San Juan Bautista se debe, Santo Patrono del barrio, a cuya advocación se dedicó la primera capilla edificada a mediados del siglo XVII que posteriormente se integró al actual templo aprovechándole en su mayor parte para el crucero y la sacristía. Este conjunto conserva la única cruz atrial en Salvatierra que llega a nuestros días; presenta también en su frontispicio restos de su decorado original con una gran profusión de motivos vegetales abrazando a una sencilla portada labrada en cantera, la nave, con planta de cruz latina, está techada con bóvedas de artista y el crucero con una sencilla cúpula de media naranja con linternilla también en cantera.


Bajo la advocación y el título de “El Señor del Socorro” se venera con gran devoción una imagen de Cristo Crucificado que según la tradición provienen de un árbol al que al retirársele su corteza, fueron descubriendo la imagen ya formada y perfecta de un crucifijo, declarando los escultores que la talla era tan perfecta que no era menester más que ponerle la encarnación. En honor al Señor del Socorro se realizan anualmente festividades en las que se agradece el buen temporal; artísticos arcos formados

con frutos de la región engalanan este barrio, antiguamente exclusivo de indios, y convirtiendo esta colorida fiesta en una de las mayor arraigo y singularidad de las muchas que a lo largo del año suceden en esta ciudad.

Los conventos de monjas fueron en las ciudades novohispanas un legítimo motivo de orgullo, su presencia significa que la localidad tenía los excedentes económicos necesarios para su sustento y sobre todo, “Un buen número de hijas virtuosas, honra de las familias que daban prestigio a los conventos y que al mismo tiempo lo recibían de ellos”.

El templo y convento de las Capuchinas en Salvatierra presentan las características comunes a casi todos los conjuntos de este tipo: la nave del templo paralela a la calle con portadas gemelas de ingreso, coro alto de grandes dimensiones, coro bajo y tribuna con presbiterio. El carácter barroco de este conjunto, es evidente en varios detalles con ornamentación mixtilínea, destaca el antiguo claustro de novicias con tres arcos por deambulatorio, dos de ellos en media claraboya. Las portadas gemelas de acceso al templo presentan también ornamentación barroca en cantera blanca contrastando armónicamente con los muros en severa fábrica de tezontle.

Esta joya de la arquitectura religiosa en Guanajuato se ejecutó bajo proyecto original de Don Joaquín de Heredia, arquitecto mayor, supernumerario de la corte de México, académico de mérito de la Real Academia de San Carlos de la Nueva España y agrimensor general titulado por su majestad de tierras y aguas en este reino.

Bajo el gobierno porfiriano, promotor de un desarrollo en el que el país vió transformar su vida y fisonomía, época de aparente bonanza en la que se hicieron posibles grandes proyectos y notables adelantos, se gesta y construye uno de los monumentos más distintivos de Salvatierra: “El Mercado Hidalgo”. Es en 1910 cuando a iniciativa del entonces jefe político, Sr. Enrique Montenegro se comienza la construcción de este soberbio edificio que se concluyó hasta 1912 ocupando el lugar del otrora, jardín de la meditación del Convento Carmelita de planta Basilical, el conjunto se compone de cinco naves: tres interiores y dos exteriores.

La central y mayor está techada con estructura metálica que en cierta forma, fué uno de los símbolos del progreso tecnológico en el Porfiriato, orientada de oriente a poniente. La fachada principal presenta un fino trabajo en cantera rosa estructurándose en dos cuerpos, ambos rematados por estilizados frontones.

El inferior y mayor, roto en su base, posee dentículos gigantescos, seguramente producto de la mente ecléctica de la época, el superior, de más discretas proporciones, se apega más a los cánones greco-romanos. El carácter ecléctico del edificio es evidente en la diversidad estilística de su composición, su acceso principal flanqueando por dos vanos en platabanda apoyados sobre columnas libres, es un arco de medio punto también apoyado sobre columnas libres, este espléndido frontispicio se compone por tres calles formadas por cuatro robustas pilastras de donde penden con elegancia cuatro guirnaldas; destacan también los tableros imitando persianas y la elaborada guirnalda del reloj.


Las ruinas del Marquesado, que componen al Santuario Cultural el Mayorazgo de la Universidad de Guanajuato, como en la actualidad se conocen, datan de 1686 y se construyeron por Don Juan Jerónimo López de Peralta y Sámano Turcios, sobre un molino sesenta años más antiguo, presentaba entre sus dependencias, además del molino, varias galerías para el almacén de granos y semillas destacando en el conjunto el magnífico deambulatorio de trece arcos coronado con balaustrada y rematando con la antigua capilla doméstica de un innegable carácter barroco.
Ésta presentaba un artístico retablo ultra barroco cubierto en hoja de oro, que actualmente puede admirarse en la sacristía del Santuario Diocesano.

El Santuario Diocesano es una obra del clero secular, cuyo monumental conjunto se levanta al noreste de la Plaza de Armas, presenta un artístico frontispicio en cantera rosa con una composición
evidentemente barroca. El interior contiene altares de un depurado Neoclásico, tradicionalmente atribuidos a los arquitectos, Francisco Eduardo Tresguerras y Manuel Tolsá; presenta también bellísimo decorado con elegantes elementos bizantinos en su pintura mural, merece mención especial el artístico cancel. Todo tallado en madera de sabinos y obra del Salvaterrense, José Dolores Herrera que deja en ésta, la mejor prueba de su innegable talento y una valiosa herencia para su pueblo de origen. El conjunto está dominado por dos monumentales torres gemelas estructuradas en 4 cuerpos con elemento neoclásico al igual que el tambor de la cúpula de media naranja cubierta en azulejo.

De muy reciente remodelación, la casa cural presenta un elaborado claustro de estilo neobarroco con arquería en sus dos plantas, al centro una fuente con carácter de baldaquín anima el espacio con el juego de sus ángeles pétreo y el relajante murmullo de sus aguas. En este importante monumento es posible admirar una gran cantidad de obras de relevante valor artístico, destacando sus hermosas esculturas y algunos lienzos.

Un testimonio magnífico del pasado agrícola de Guanajuato es la Hacienda de San José del Carmen, localizada a tan sólo 9 kilómetros de Salvatierra. Este extraordinario complejo que data de principios del siglo XVI, fue sin duda la hacienda más importante de las muchas establecidas en la fértil región del valle de Huatzindeo; la enorme bondad de estas tierras merecieron que alguna vez se considerara a la zona: “El granero de la nación”. Esta hacienda en el municipio de Salvatierra comienza a formarse a partir de una encomienda de sitios, uno con cal y el otro con cantera, otorgada a la orden de los frailes Carmelitas en 1648 para que edificaran un convento. A raíz de otras donaciones y compras de terrenos que hacen los frailes, dicha propiedad comienza a crecer considerablemente y deciden bautizarla con el nombre de San José del Carmen, en honor a la orden religiosa.

En el año de 1664, deciden vender la propiedad a Don Nicolás Botello quien se encarga de ampliarla aún más, aunque a su muerte, sus endeudados herederos deciden vender la extensa hacienda a sus antiguos dueños, los frailes del convento del Carmen de Salvatierra. Con el correr del tiempo, la hacienda fue pasando de mano en mano a través de ventas y heredades y en el año de 1872, San José del Carmen pertenecía a un tal Francisco Llamosa y durante años subsecuentes, su familia se encargó de agrandar los dominios de la hacienda, a tal grado que llegó a contar con dos grandes presas para la retención del agua en épocas difíciles. Después de la década de 1920, las prioridades de San José del Carmen fueron repartidas y así otro gran latifundio del Bajío llegó a su fin. San José del Carmen es una de las más bellas y extensas haciendas con las que cuenta el estado de Guanajuato.

El antiguo templo y convento de San Buenaventura, conocido actualmente por Templo de San Francisco, es un monumento histórico que presenta un enorme atrio todo recintado en piedra, al cual se accede a través de dos puentes salvando un antiguo canal para irrigación llamado “Gugorrones”. El conjunto se compone además por Huerta, una sobria Casa Conventual con claustro de dos niveles y dos templos, el menor, originalmente llamado “De la Tercera Orden” y ahora conocido como “San Antonio”, es una edificación barroca que data de la primera mitad del siglo XVII en cuya sacristía se firmó la Cédula Real de Fundación de la Ciudad. El templo mayor se concluyó en 1774, éste presenta un bello frontispicio que refleja un barroco sobrio donde destacan cuatro columnas tritóstilas flanqueando el acceso en arco de medio punto coronado por una clave tallada en cantera con una artística representación del arcángel San Miguel, mención especial merece el fino trabajo de cantería del altar mayor de este templo y las dos esbeltas y bien proporcionadas torres barrocas que presiden todo el conjunto.

Si se desea disfrutar del eco turismo, el ecoparque “El Sabinal” abre sus puertas para la convivencia familiar, en sus más de 6 hectáreas de áreas verdes, con juegos infantiles, palapas y azadores de piedra, el Sabinal está ubicado en la ribera del río Lerma. Asimismo, en la comunidad de Ballesteros se encuentra el ecoparque rural de ojo de agua, el cual cuenta con palapas, albercas nutridas de agua de manantial, así como áreas infantiles y bungalows.

Las festividades son en su mayoría de índole religiosa; las principales son: el 10 de enero, San Nicolás Tolentino celebrada en la comunidad llamada San Nicolás de los Agustinos; del 27 de enero al 10 de febrero, se lleva a cabo la Feria Regional en honor de la Candelaria, celebrada en la cabecera municipal; en fecha movible, se celebra la Semana Santa; el 16 de julio, día de la Virgen del Carmen; el
29 de septiembre, día de San Miguel Arcángel; 4 de octubre día de San Francisco; 1 y 2 de noviembre, se celebra el día de Todos los Santos y Fieles Difuntos; el primero y segundo domingo del mes de noviembre se conmemora la fiesta del Buen Temporal; el 20 de noviembre, aniversario de la Revolución Mexicana; durante el mes de octubre, en fecha movible, se celebra la fiesta de la Virgen del Rosario; el 25 de noviembre, el Señor del Socorro; el 6 de diciembre, San Nicolás de Bari; el 8 de diciembre, día de la Purísima Concepción; y el 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe.

Desde el año de 2007, Salvatierra reconoció cultura brava de su historia, y aprovechando el tricentenario del Marquesado de su tierra, creó una festividad con el nombre de la “Marquesada”, el cual tiene como principal atractivo el encierro de toros estilo Pamplona, recordando la tradición taurina salvaterrense, ya que en la actual colonia de la Esperanza se celebró la primera corrida de toros en honor a la independencia de México, firmada, valga la acotación por el sexto Marqués de Salvatierra.

Escudo
Está constituido por un óvalo divido en cuatro cuarteles, en dos de ellos ostenta la Cruz de San Andrés, una simboliza a la antigua congregación de San Andrés Chochones, lugar en que se asentó la nueva ciudad y la segunda a esta misma que oficialmente se fundó con el nombre de San Andrés de Salvatierra, otro de los cuarteles tiene un campo de trigo, tres ases de espigas que simbolizan los tres molinos de pan moler que existían en la ciudad; el cuarto cuartel presenta el antiguo puente de Batanes y simbolizan la unión del Valle de Guatzindeo con la nueva ciudad. La ornamentación exterior es relativamente reciente, resultante de un concurso popular realizado en el año de 1943.

Tomado del Libro: Ecos del Sur de Rodrigo Carrasco Ramírez

Estampas de Salvatierra

En el año de 1511, Erasmo de Rotterdam dedicó a Tomás Moro o, Santo Tomás Moro para los católicos, su obra “El Elogio de la Locura” cuando fué su huésped en Inglaterra. Para Erasmo, la “señora locura” es la estupidez que afecta a todos los serse humanos, y a todas las capas sociales, desde el Papa hasta los señores funcionarios, pero no afecta a los hombres más sencillos de la tierra. La locura se encuentra siempre presente en la vida humana aunque no se reconozca. Erasmo defiende a esos seres sencillos, por su sinceridad y comportamiento genuino ante la sociedad entera. Sin duda su obra en una dura crítica a la cultura y costumbres de su época, pero sin duda también, encaja perfectamente en la nuestra.

Todas las ciudades y pueblos, a través de su existencia han tenido sus propios locos que vagaron y vagan por su calles y plazas y, ¿no son éstos los seres más sencillos y sinceros del mundo? En Salvatierra, ellos también vagaron por todos los rumbos, dejando siempre ese sabor especial de su estado mental para dar colorido y forma al paisaje urbano y a la personalidad social de una ciudad que se niega, generación tras generación, a olvidarlos, o dicho de otra manera, cada generación tuvo sus propios locos. En un planteamiento más profundo se puede afirmar que cada pueblo tiene los locos que merece.

Ellos, con su actuar, sin el lastre de las trabas, prejuicios, valores, y tapujos sociales, ya sean del orden moral, legal, religioso o de cualquier otra índole, han quedado, y seguirán quedando insertados en lo más profundo de la conciencia colectiva y la memoria oral de nuestra gente. Mas allá de cualquier otro salvaterrense, por ilustre y destacado que haya sido. Con sus atributos, que sin duda Dios se los dió para trascender los tiempos idos; es relativamente fácil y común encontrar; en cualquier lugar a una persona que recuerde con lujo de detalles a algún loco en su existencia y pueda describir cómo vestía, por dónde vagaba, qué hacía o cuál era su gracia que lo hizo diferente a los demás.

Pero es casi imposible, encontrar a alguien que nos pueda decir cuando menos someramente quién fué Federico Escobedo, Agustín de Carranza y Salcedo o el Cardenal Posadas Ocampo, y menos de qué meritos gozaron para estar entre los hombres ilustres que ha dado la ciudad. Si a alguien le preguntamos por un loco, de inmediato obtendremos una amplia, rica y abundante respuesta colmada de datos de alguno de ellos, pero preguntémosle si sabe quiénes fueron los importantes hombres que dieron su nombre a algunas de nuestras calles como Fernando Dávila, Arteaga o González Ortega: estamos seguros de que no nos van a saber decir absolutamente nada.

Como salvaterrense,, yo tuve y tengo mis locos, con los que conviví y sigo conviviendo en mi existencia diaria, y me son tan importantes como el presidente municipal, el señor cura o el diputado, sin ellos Salvatierra no sería el Salvatierra que amo y quiero, rico en patrimonio histórico, cultural y lleno de tradiciones, pero sobre todo lleno de hombres y mujeres comunes y corrientes, que nos dan una inmensa riqueza humana.

Recuerdo en mi niñez a Correa, aquél loco que le daba por gritar en la Calle Hidalgo bronqueándose con medio mundo, ni los perros se le escapaban. A Margarita la Loca, siempre con su sonrisa sincera saludando en voz alta y por su nombre a todo aquél que se cruzara en su camino. Dimas, el loco que le daba por imitar a los agentes de tránsito en el cruce de las calles de Hidalgo y Guillermo Prieto, siempre con su remedo de cobija sobre sus hombros y despidiendo aromas y olores naturalmente originales. El “siete balazos”, aquel hombre largo, greñudo y chueco, armado siempre con un tremendo bordón con el que pretendía golpearnos a la bola de chiquillos cuando le gritábamos este apodo, correteándonos hasta la puerta de la escuela.

De mi adolescencia y juventud no puedo dejar de recordar a Cozo, el pacífico y servicial loquito que cotidianamente merodeaba en la terminal de los camiones Flecha Amarilla en la calle de Zaragoza. El Zugui todavía se me revela caminando por la entonces calzada de Alderete –hoy calle de H. Colegio Militar- - rumbo a la estación, para continuar por la vía del tren hasta la Esperanza y llegar a donde los comerciantes tiraban las frutas y verduras pasadas o podridas que ya no podían vender, para comer algunas de ellas y llenar la panza, o medio matar el hambre. Se me estaba olvidando, ¿recuerdan a la Endiablada?, aquella muchacha media loca que causó un verdadero tumulto en la puerta de la Parroquia cuando la metieron en el templo dizque para sacarle al pingo, la verdad es que nunca supe su paradero o si realmente traía hospedado en su espíritu a Lucifer.

De tiempos recientes, no debo dejar pasar a Güicho, caminando por nuestras céntricas calles y al que la gente le sacaba vuelta, no sólo por su aspecto, sino que andaba que se rebanaba de mugroso. También a aquel loco medio teporocho o teporocho medio loco, que conocimos como el ¡Ay Dolor! y al que cuando alguna vez lo metieron en la cárcel por hacer escándalo en la vía pública y se escapó en la madrugada por el caño del drenaje atormentado por la cruda para salir por una de las coladeras de la calle, llevando consigo aromas de todos los calibres, y se le rebautizó socialmente como el ¡Ay Olor!. A la inolvidable Santa, siempre acompañada por sus fieles perros y dándose unas marometas en la carretera.

A Alejandro “El Gasolino” quien desde chiquillo, repasaba a todos los carros estacionados sobre alguna de nuestras calles, tratando de destapar el ducto de la gasolina para inhalar sus vapores. Lo confieso, nunca supe el nombre de aquella loca mujer con rasgos europeos y de aspecto gitano que siempre cargaba un gano cuando caminaba por la calle, lo único que indagué fue que arribaba a la ciudad a bordo del tren que venía de Acámbaro. A Mari, la simpática y tierna loquita que vivió en la calle Zaragoza y a la que los estudiantes de la Prepa, para cumplir con su servicio social, se turnaban para procurarle su comida. Y a la “Huesitos”, siempre lanzando improperios a quién se le pusiera enfrente por el rumbo donde anduviera; los que menos se le escapan eran los policías, pienso que algo le han de haber hecho.

Mi mente se llena de recuerdos cuando veo quizá, al último exponente de esta aristocracia citadina, algunas veces en la Central de Autobuses, y otras, por las tardes y noches, frente al portal de la Luz tratando de ayudar a los conductores a estacionar su automóvil, es Quique, el loco que nunca usó zapatos en su vida, y le vienen guangos el frío, la lluvia, el sol y hasta los vidrios.

Pero sobre todo y sobre todos, guardo un recuerdo grato y una enseñanza valiosa de uno de ellos, el “Cinquito Bonito”. Se pasaba todo el día en las inmediaciones del Mercado Hidalgo estirando su mano a todo el que se encontraba para pedir una moneda con la consabida frase: “Cinquito bonito”. Cuando la palma de su mano se llenaba de esas “josefitas” de cobre, se dirigía a la cantina “Las Lomas de Porullo” en la calle de Escobedo y las intercambiaba por un buen trago de aguardiente que irremediablemente se incrustaba entre pecho y espalda. Hecho esto, volvía a la carga hasta llenar otra vez la palma de su mano con las dichosas moneditas para seguir libando las glorias de esas bebidas espirituosas y recitando los versos del Ánima de Sayula: “Por la vida del rey Clarión y la madre de gestas que… son éstas, las que me pasan a mí”.

Un buen día desapareció del escenario urbano, nadie supo decir qué fue de él o en dónde paró. Algunos años después, siendo yo un estudiante en Guanajuato, me encontré por el rumbo de Campanero a un grupo de turistas visitando la ciudad, para uno era común ver estos grupos, pero ese día, se me hizo conocida la persona que lo guiaba, ¡Era el “Cinquito Bonito!”, impecable, muy limpio, vistiendo de traje y corbata y, hablando en inglés: era guía de turistas. Como el Ave Fénix, resurgió de sus cenizas.

Ahora en mi madurez reflexiono sobre el valor intrínseco que todos los seres humanos tenemos y no lo sabemos sacar a flore cuando pensamos que todo está perdido y nuestra existencia vale menos que un comino. El hombre, por la gracia de Dios, tiene el gran poder de rehacerse a sí mismo, cuando quiere y tiene deseos de luchar, para dejar de seguir causando lástimas y vergüenzas. ¿Cuánta razón tenía Erasmo! Y me pregunto, en mi ciudad, ¿Quiénes serán los locos?

De Cuento…

No sé cuánto de cuento tenga la vida –aunque dados los acontecimientos cotidianos que acompañan a todo nacimiento, mucho debe tener-, pero dicen que transcurría el año 1644 cuando, una noche de tormenta torrencial y rayos, el Río Lerma parió, entre los islotes de carrizo, a una niña trigueña, azucarada y bien acicalada, y que el viejo Culiacán la bautizó, vestido de fraile con sotana, como Salvatierra la Chochona. Desde aquel oscurecer con lluvia que vió el amanecer de la ciudad, muchos ojos la han visto crecer y transformarse, sufriendo una muy larga metamorfosis que aún no llega a su final, y que parece nunca llegará.

Han de saber que nació persignadita y se sigue persignando, como si el diablo la persiguiera en cada callejón y esquina; pero no es tal, lo que sucede es que, cuando nacieron los Chochones, una sarta de hombres dizque bien intencionados, ataviados con capuchas, látigos y cruces, les hicieron creer que los demonios habitaban en su entorno y que era menester desterrarlos para que no se los fuesen a llevar a los más profundos pozos del infierno, y desde entonces, los espíritus de aquellos míseros incautos se pusieron a vagar por toda la ciudad, metiéndose en el ánimo de todos aquellos que nacían, transmitiendo el miedo y el oscurantismo a las nuevas generaciones; es por eso que a través de los tiempos el estigma se sigue perpetuando.

Diversas denominaciones religiosas se disputaron a sangre y fuego la posesión de aquel vasto territorio rico en pesca, agricultura, caza y mano de obra barata que, al final, construiría la propia destrucción de su cultura original y digna. Dicen que los sabinos centenarios, abuelos del tiempo, que bordean el río, gritaban de terror al contemplar la sangre derramada vertirse en la corriente; y fue así como brotaron, majestuosos, los templos y conventos que albergaron las mentes atroces de la Santa Inquisición y también los nobles ideales de algunos santos pensadores que amaron de verdad a los Chochones.

Se cuenta que cuando la niña Salvatierra comenzó a convertirse en señorita, en sus calles nacieron piedritas de río muy bien acomodadas, por donde paseaban carruajes tirados por troncos de machos, mulas, burros y caballos, y por sus banquetas de loza rústica caminaban los finos pies entaconados de las niñas y damas elegantes de aquel tiempo, y también los pies enhuarachados, unos, y otros a raíz, de los Chochones pobres, encalzonados de manta y engañados; y que por las noches unos faroles mortecinos daban luz a la ciudad, mientras los viejos narradores dejaban escurrir historias sobre el corazón de los mozuelos de ese entonces; que en los callejones los espíritus malos esperaban parroquianos para espantarlos, mientras los mesones se apretujaban de rebuznos y ronquidos.

Las eras transcurrieron. La joven Salvatierra, poco a poco, se convirtió en señora santurrona y rezandera, pero con un perfil señorial encantador, envidiable y envidiado por otras muchas señoras ciudades del estado. Con el paso de los siglos parió el Mayorazgo, el puente de Batanes, los recintos de El Carmen, Capuchinas, San Francisco, más reciente El Santuario Diocesano, y tuvo también algunos abortos, pero estos han sido poco tomados en cuenta, aunque han hecho mucho daño, tanto como la inquisición, descabezando casi a la ciudad. Le nacieron también los literatos, poetas, escritores, filósofos, músicos, médicos, arquitectos, militares, revolucionarios, religiosos y pedagogos; de los abortos arriba mencionados, tristemente son algunos que se autodenominan políticos, quizás no todos, pero sí los más dañinos en el metamorfoseo de la ciudad.

Hay voces en el eco que cuentan que la luna se bañaba desnuda en los remansos del río y que allí permanecía nadando, en espera de que el sol se aproximara a admirar sus formidables y sensuales formas redondeadas y que, una vez cumplido su capricho, daba un salto enorme y se escondía detrás del cerro de Tetillas para ver pasar por la tarde los caballos blancos que tiraban el carruaje del astro solar enamorado. Dicen que todavía se escucha el grito del auriga en todo el valle de Huatzindeo, azuzando los corceles.

Con el Corazón en Nuestras Calles y Plazas

Nuestras calles y plazas como las de todas las ciudades, pasaron por un proceso de transformación a través del tiempo y del espacio, no sólo en su paisaje arquitectónico, sino también en sus nombres con que fueron conocidas en las diferentes épocas de la historia de una ciudad. Esto se debe a una diversidad de factores: políticos, patrióticos, religiosos, hechos importantes, personajes ilustres o célebres y hasta caprichos populares. La cuestión es pues, la necesidad de que sean identificadas. En nuestra ciudad, las actuales calles no siempre fueron conocidas con un solo nombre en su totalidad, a sus diferentes tramos o cuadras se les conoció con nombres diferentes.

La historia de la calle Principal o calle Hidalgo es un buen ejemplo de lo anterior. Recién fundada la ciudad en 1644, esta calle fue de las primeras. Al tramo comprendido entre la carretera y la calle 16 de septiembre se le llamó calle Real a la Laborcita, eres ésta una fracción de terreno de labor agrícola relativamente pequeña situada atrás de lo que hoy es el templo de Santo Domingo entre las dos acequias, propiedad de doña Anna Talia Ponce de León, según lo hace constar don Agustín Gómez, escribano Real y de Cabildo de la ciudad en auto fechado el 23 de marzo de 1724. A partir de 1750, a este mismo tramo se le conoció como calle a la Cárcel o de la Cárcel, porque se instaló el reclusorio en la esquina que hoy forma ésta con la calle de Manuel Doblado. En la primera época independiente se le llamó calle de Iturbide, en honor al consumador de nuestra Independencia. Al quedar abolido el Primer Imperio en 1823 y al nacimiento de la primera República Federal, se le llamó calle Nacional, y a partir del I Centenario de la Independencia tomó su actual nombre.

A la parte céntrica de esta calle entre el jardín Principal y la calle de Guillermo Prieto se le conoció en la Colonia simplemente con calle Real. En la primera época independiente como calle Nacional. Y tomó el nombre actual junto con los demás tramos.

Al último tramo comprendido entre la calle de Guillermo Prieto y la fábrica la Reforma, se le conoció primero como calle al Molino y después calle de la Esperanza, por encontrarse el molino de la Esperanza en los terrenos que hoy ocupa la Fábrica. En la primera época independiente se le conoció como calle de Capuchinas. En 1867, al triunfo de los liberales y las Leyes de Reforma, a la fábrica y a la calle se les rebautizó con el nombre de Reforma. Este nombre duró hasta principios del siglo XX, en que se le homologó con los demás tramos con el nombre de calle Hidalgo. En conclusión, el nombre de calle Hidalgo en toda su longitud lo tomó a principios del siglo XX, con motivo del Primer Centenario de nuestra Independencia Nacional.

La Calle de Morelos es la de mayor longitud que atraviesa la ciudad. En la Colonia al tramo comprendido entre la calle de Guillermo Prieto y su prolongación hacia el Sur, se le conoció primero como camino viejo a Acámbaro o calle que sube al Barrio, después como calle de la Palma.

De los demás tramos, cada cuadra tuvo su propio nombre. Entre Guillermo Prieto y González Ortega se le conoció como primera calle del Biombo, y a la calle de Colón como la segunda del Biombo. Enseguida, por donde el canal Gugorrones corre en su costado, se le conoció primero como calle Nueva y luego como calle de las Tenerías, por la gran cantidad de curtidurías allí asentadas aprovechando el agua del canal y el desagüe del río.

A la parte dónde hoy se encuentran las escuelas Emperador Cuauhtémoc y la E.S.T. No. 2, se le denominó primero calle de San Francisco y luego como calle del Cementerio, por estar allí asentado el camposanto del convento, después se le conocería simplemente como La Tapia, por la larga barda que la colindaba. Y a la cuadra donde está el templo y convento Franciscano, se le conoció siempre como calle de San Francisco o calle Vieja de San Francisco.

Entre Madero y 16 de septiembre se le llamó calle del Molino, por estar allí el molino de la Ciudad que aprovechaba la caída del agua del canal, a este lugar se le conoció también como barrio de San Buenaventura, con el tiempo la cuadra cambió su nombre por calle de Rubí en honor al insurgente Juan Rubí, que juró lealtad a la Suprema Junta de Zitácuaro, hecho prisionero, fue fusilado en la plaza del Carmen.

De 16 de septiembre a Manuel Doblado, donde precisamente se encontraba la huerta de El Infiernito, se le conoció primero como calle de la Carnicería o Carnicería Vieja, allí se distribuía la carne que provenía del rastro ubicado a espaldas del templo de Santo Domingo, tomó por último también el nombre de calle de Rubí. Los demás tramos después de la calle de Manuel Doblado tuvieron varias denominaciones: calle a la Laborcita, calle del Indio Triste, pero se le conoció mejor por la calle del Calvario, por encontrarse en ella, a un costado de la hacienda de Sánchez y antes de construirse el templo de Santo Domingo, una pequeña capilla de adobe donde los indios veneraban al Señor de la Clemencia.

A la calle Juárez se le conoció poco después de la fundación de la ciudad como calle de Maguelles en su tramo de 16 de septiembre a la carretera, después los vecinos también le dieron el nombre de calle de las Ánimas. Al tramo comprendido entre las calles Zaragoza y Madero, se le conoció como calle del Carmen, y cuando se abrió el tramo que llega hasta el mercado Hidalgo al fraccionarse la huerta del Carmen a mediados del siglo XIX, se le bautizó con su nombre actual. Ahí se encontraba la puerta seglar del convento.

La calle de Guerrero durante la Colonia y la primera época independiente, existía solamente el tramo comprendido entre Guillermo Prieto y Altamirano, se le conoció como calle de la Mora. El tramo entre la calle de Guillermo Prieto y el mercado Hidalgo, fue trazado en la época Juarista cuando se fraccionó la huerta del Carmen. Y la cuadra comprendida entre Altamirano y H. Colegio Militar, se trazó en el último tercio del siglo XIX, se le conoció también como calle de la Estación.

La calle de Ocampo, que antiguamente llegaba hasta la altura de la calle de Zaragoza, se le llamó recién fundada la ciudad calle de las Zacaterías o de Zacateros, por venderse en ella el pasto para los animales. Durante todo el siglo XIX y principios del XX, se le denominó calle del Pinzán, por existir en ella algunos de estos árboles. Al fraccionarse la huerta del Carmen, la calle se prolongó hacia el Sur. Tomó el nombre de calle de la Estación en el Porfiriato cuando se tendió la vía del Ferrocarril y conducía a ese lugar.

La calle de Fernando Dávila fue dedicada a partir de 1920 al general que llevó este nombre, fue él quien en el año de 1917, al mando de sus fuerzas hizo posible la retirada del temido bandolero Inés Chávez García y sus huestes acantonadas en el pueblo de San Nicolás de los Agustinos, fue gobernador del estado en el año de 1916. A esta calle se le llamó en un principio calle del Portal, y en la primera época independiente se le conoció como calle de la Columna, ambos nombres se debieron a que empieza precisamente en el lado oriente del viejo portal de los Carmelitas, hoy de la Columna.

La calle de Degollado fue conocida como calle de la Carnicería, en ella se vendía este producto traído del rastro. Se le conoció después como calle de la Clemencia en honor al Santo Cristo venerado en el templo de Santo Domingo. Con el tiempo, tuvo dos nombres más: calle de la Parra a la cuadra donde se encuentra la Iglesia y calle de las Sinforosas a la cuadra siguiente, esto debido a una santa devoción de los vecinos, sobre todo de las mujeres, a Santa Sinforosa, esposa de San Getulio y sus siete hijos mártires, celebraban su festividad cada 18 de julio.

Atrás del templo de Santo Domingo está la calle de Zarco, se le conoció primero como calle del Rastro y después como de La Soledad. Al final de la Guerra de Independencia fue llamada Paraje de los Ajusticiados.

La calle de Manuel Doblado fue conocida durante la Colonia como calle de Pirindas a la cuadra comprendida entre las calles de Morelos e Hidalgo, por asentarse en ese lugar durante la Colonia, indígenas pertenecientes a esta etnia otomí y de oficio pescadores en el río Lerma. Al término de la Guerra de Independencia se le conoció como calle de Cortazar, en honor a don Luis Cortazar, uno de los consumadores de nuestra gesta histórica y padre de la esposa del 7° Marqués de Salvatierra. Después se le conoció como calle de Centeno en honor del insurgente salvaterrense Ignacio Centeno, ejecutado en 1811.

A la calle de 16 de septiembre, se le conoció en la Colonia como Calle de la Luz a un costado de la Parroquia, y al tramo comprendido entre Hidalgo y su prolongación hacia el río como Calle de la Cadena.

La calle de Madero tuvo varias denominaciones en sus diferentes tramos. Desde el costado del templo de San Antonio a la esquina que forma con Hidalgo, se le llamó primero calle de la Tercera Orden. Tiempo después, a la cuadra comprendida entre las calles de Hidalgo y Morelos, se le conoció primero como calle de los Esquiveles, por vivir allí la familia Esquivel y Vargas, luego como calle de l Alhóndiga, ya que en ella estaba tal edificio –hoy jardín de Niños Cuauhtémoc-, y por último calle de la Enseñanza por la escuela allí ubicada. Al tramo comprendido entre la calle Juárez y a la salida a Celaya, se le conoció como calle de San José y luego calle de la Capilla, ya que en la esquina que forma con la calle de Ocampo, se encontraba en la época colonial una capilla dedicada a este Santo Patriarca.

A la calle de Leandro Valle se le conoció con nombres diferentes en sus tramos. Entre Morelos e Hidalgo, calle de las Arrecogidas, entre Hidalgo y Juárez, calle del Señor de Chalma, y entre Juárez y Ocampo, calle del Sepulturero. Con el tiempo, a toda la calle se le conoció como callejón del Ángel, con excepción del tramo conocido en la Colonia como la calle de las Arrecogidas, al cual se le denominó después calle del Dr. Ruiz.

La calle de Zaragoza fue conocida siempre como calle de Zavala o calle Real de Zavala. Existen dos versiones acerca del origen de su nombre: la primera versión la sustenta el historiador Ruiz Arias, asegura que se debió al apellido del primer arrendador del molino del Mayorazgo o de las Ardillas, la segunda versión asegura que fue nuestra gente por no decirle camino Real a Zalaya –Celaya- le decían Zavala.

La calle de Federico Escobedo se abrió cuando se fraccionó la huerta del Carmen, se le conoció como calle de Salazar cuando se fraccionó la huerta del Carmen. A partir de los años veinte como calle de Obregón. Y a la muerte del ilustre humanista y escritor en 1949, se el bautizó con su nombre. A principios del siglo XX, el antiguo callejón de Cuauthemón, hoy calle de Arteaga, fue bautizada con este nombre en honor al general José María Arteaga, militar republicano de la época juarista que combatió a conservadores y franceses en esta zona, fue fusilado en la ciudad de Uruapan en el año de 1865. Esta calle fue abierta cuando se fraccionó la huerta del Carmen por motivo de la nacionalización de los bienes del clero decretada por el presidente Juárez.

El nombre de callejón del Padre Eterno tiene su origen en una conocida leyenda, para otros, el nombre se debió a un vecino que así apodaban por la larga barba que tenía. A esta calle de González Ortega se le conoció también como calle o callejón de Moctezuma.

A la calle de Guillermo Prieto, entre las calles de Hidalgo y Guerrero se le denominaba calle del Arco, por cruzarla en ese tramo el acueducto que llevaba el agua al convento del Carmen desde el molino de la Esperanza (hoy Fábrica La Reforma), había ahí también una pila que sirvió por muchos años como proveedora de agua a los vecinos. Al tramo que comprendido entre la calle Morelos y el puente, se le conoció simplemente por este nombre, calle del Puente o al Puente. La calle de Altamirano también ha sufrido modificaciones en su nomenclatura, se le conoció por diferentes nombres hasta principios del siglo XX: calle del Álamo y después calle del Bosque y calle del Fiscal. Su actual nombre se le impuso en 1920. Pero en definitiva el nombre más popular con que se le ha conocido siempre es calle de los Chirimoyos, por las ramas y frutos que colgaban sobre su tapia.

A la calle de Ignacio Ramírez se le conoció con los nombres de: calle de San Juan y calle del Socorro, por se la calle donde está el templo del Barrio de San Juan. El actual nombre se le impuso también en 1920.

La calle de H. Colegio Militar se llamó hasta hace unos veinticinco años calle de Alderete, es una calle relativamente nueva, se abrió hasta principios del siglo XX. La bautizaron con este nombre en honor a Andrés de Alderete, supuesto fundador de nuestra ciudad en el año de 1643. Esta versión de la fundación la plasma en su crónica el canónigo de la catedral de Morelia don José Guadalupe Romero en la visita que realizó a esta ciudad en el año de 1860. Según nuestros historiadores: el Lic. Melchor Vera, don Vicente Ruiz Arias, don Jesús García García y otros, coinciden en señalar que Andrés de Alderete no existió, y no se sabe de dónde tomó su nombre el canónigo Romero, pues el referido fundador no aparece por ninguna parte en los documentos de la fundación.

A la calle de Allende se le llamó calle de Cortés, pero no en honor al conquistador, sino por haber vivido en ella antiguos vecinos conocidos genéricamente como los Corteses. A principios del siglo XX, se le conoció como calle del Tres Dos, el nombre se debe a una piquera que con ese nombre en ella estuvo.

En lo que respecta a nuestras plazas. El Jardín Grande, como lo conocemos los salvaterrenses, se trazó en el momento mismo de la fundación de la ciudad. Se le llamó Plaza Mayor (Plaza Maior) durante el periodo Colonial, Plaza de Armas durante la primera época independiente, y Plaza de la Constitución a partir de 1917. Pero su nombre tradicional siempre ha sido el de Jardín Grande. A la plazuela del Carmen siempre se le conoció con este nombre, incluyendo la explanada o también Cementerio del Carmen. A esta última se le bautizó al ser demolido el Teatro Ideal, con el nombre de Agustín de Carranza y Salcedo, en honor al principal fundador de la ciudad. Y el jardín de Zaragoza se conformó en 1705 al alinearse la calle Real.

El Jardín de Capuchinas, siempre fué conocido con este nombre, se trazó como tal en 1942 y se le denominó jardín Amado Nervo. Volvió a ser rediseñado en 1962 dentro del Plan Guanajuato, y se trazó también la plaza de la Hermandad, en lo que fue la antigua casa del capellán de Capuchinas.

El jardincito de los Niños Héroes ha pasado también por un proceso de cambio de nombres. Durante la Colonia se le conoció como jardín del Diezmo y se conformó también en 1705, por estar allí la finca destinada para tal fin. Durante el Porfiriato se le bautizó con el nombre de jardín 2 de abril, en honor a la victoria de don Porfirio Díaz en Puebla. Posteriormente se le conoció también como Emiliano Zapata; muchos salvaterrenses lo conocen simplemente como el jardincito del Club de Leones.

Los portales de las plazas y jardines, datan unos de ellos del siglo XVIII y otros del siglo XIX. El primero en construirse fué el portal de los Carmelitas o de la Columna y se le conoció por el apeadero del Carmen, porque ahí fueron instalados varios mesones para dar hospedaje a los viajeros. El portal del Jardín de Zaragoza fué construido en 1790, y a partir de la época independiente se le bautizó como portal Guerrero. El portal de la Luz, frente a la plaza de la Constitución y sobre la calle de 16 de septiembre, fué construido a finales del siglo XVIII. El portal de la Presidencia se construyó en la segunda mitad del siglo XIX al construirse el palacio Municipal. En esta época se construyeron también los portales de la Explanada del Carmen y el pequeño portal de la Brisa en la bajada del puente de Batanes.

Estas son pues nuestras calles y plazas y sus nombres, dejo a su respetable criterio y buen gusto, cuál le parece mejor para cada una de ellas.

Karol Wojtyla me salvó la vida en 1945

Jerusalén, 6 Feb (ZENIT). “Me acuerdo perfectamente. Me encontraba allí, era una niña de trece años, sola, enferma, débil. Había pasado tres años en un campo de concentración alemán, a punto de morir.

Y Karol Wojtyla me salvó la vida, como un ángel, como un sueño venido del cielo: me dió de beber y de comer y después me llevó en sus espaldas unos cuatro kilómetros, en la nieve, antes de tomar el tren hacia la salvación”.

Edith Zirer narra el episodio como si hubiera sucedido ayer. Era una fría mañana de primeros de febrero de 1945. La pequeña judía, que todavía no era conciente de ser el único miembro de su familia que sobrevivió a la masacre nazi, se dejó llevar en los brazos de un sacerdote de 25 años, alto, fuerte, que sin pedirle nada, simplemente le dió un rayo de esperanza.

Hoy aquel sacerdote, según ella, es el obispo de Roma. Edith querría agradecer finalmente aquel gesto. “Sólo un pequeño gracias en polaco por aquello que hizo, por la manera en que lo hizo, para decirle que nunca me olvidé de él”, dice desde su hermosa casa ubicada en las colinas del Carmelo, en la periferia de Haifa.

Edith tiene 66 años y dos hijos. Reconstruyó su vida en Israel, donde llegó en 1951, cuando todavía padecía las lacras de la tuberculosis y los fantasmas de la guerra alteraban sus sueños.

Durante todo este tiempo se ha guardado esta historia. Cuando en 1978, Karol Wojtyla subió a la cátedra de Pedro, comenzó a sentir la necesidad de hablar, de contarlo a alguien, de mostrar su agradecimiento. La pregunta surge inmediatamente: pero, ¿cómo puede estar segura de que aquel sacerdote es el Papa? ¿Por qué ha esperado tanto?. Estos interrogantes se los han planteado también los periodistas de “Kolbo”, el semanario de Haifa que hoy publica un artículo sobre este asunto. “El relato es convincente. No trata de hacerse publicidad, todos los detalles que ofrece parecen creíbles”, dicen los redactores. Tan convincentes que la embajada israelí ante la Santa Sede ya está moviéndose para tratar de poner en contacto a la señora Zirer con la secretaría del Papa.

La narración habla por sí misma. “El 28 de enero de 1945 los soldados rusos liberaron el campo de concentración de Hassak, donde había estado encerrada durante casi tres años trabajando en una fábrica de municiones –explica Edith, quien entonces tenía trece años-. Me sentía confundida, estaba postrada por la enfermedad. Dos días después, llegué a una pequeña estación ferroviaria entre Czestochowa y Cracovia”. Precisamente en Cracovia, Wojtyla acababa de ser ordenado sacerdote. “Estaba convencida de llegar al final de mi viaje. Me eché por tierra, en un rincón de una gran sala donde se reunían decenas de prófugos que en su mayoría todavía vestían los uniformes con los números de los campos de concentración. Entonces Wojtyla me vió. Vino con una gran taza de té, la primera bebida caliente que había podido probar en las últimas semanas.

Después me trajo un bocadillo de queso, hecho con pan negro polaco, divino. Pero yo no quería comer, estaba demasiado cansada. Él me obligó. Después me dijo que tenía qué caminar para coger el tren. Lo intenté, pero me caí al suelo. Entonces, me tomó en sus brazos, y me llevó durante mucho tiempo. Mientras tanto la nieve seguía cayendo. Recuerdo su chaqueta marrón, la voz tranquila que me reveló la muerte de sus padres, de su hermano, la soledad en que se encontraba, y la necesidad de no dejarse llevar por el dolor y de combatir para vivir. Su nombre se grabó indeleblemente en mi memoria”

Cuando finalmente llegaron hasta el convoy destinado a llevar a los detenidos hacia Occidente, Edith se encontró con una familia judía que le puso en guardia:
“Atenta, los curas tratan de convertir a los niños hebreos”. Ella tuvo miedo y se escondió. “Sólo después comprendí que lo único que quería era ayudarme. Y quisiera decírselo personalmente”.

…Edith Zirer, casada hoy y con dos hijos, que vive en Haifa, en una colina del Monte Carmelo, quiso estar con el Papa (59 años después de lo ocurrido) en su histórico viaje a Tierra Santa para darle personalmente las gracias justamente en el Memorial del Holocausto Yad Vashem. Fué un día inolvidable para ella y para toda la población judía, así como una lección universal de la humanidad…”.

El mendigo que confesó a Juan Pablo II

Un sacerdote norteamericano de la arquidiócesis de Nueva York se disponía a rezar en una de las parroquias de Roma cuando, al entrar, se encontró con un mendigo. Después de observarlo durante un momento, el sacerdote se dió cuenta que conocía a aquel hombre. Era un compañero del seminario, ordenado sacerdote el mismo día que él. Ahora mendigaba por las calles.

El cura, tras identificarse y saludarle, escuchó de labios del mendigo cómo había perdido su fe y su vocación. quedó profundamente estremecido. Al día siguiente, el sacerdote llegado de Nueva York tenía la oportunidad de asistir a la Misa Privada del Papa, a quien podría saludar al final de la celebración, como suele ser la costumbre. al llegar su turno, sintió el impulso de arrodillarse ante el Santo Padre y pedir que rezara por su antiguo compañero de seminario, y describió brevemente la situación al Papa.

Un día después recibió una invitación del Vaticano para cenar con el Pontífice, en la que solicitaba llevara consigo al mendigo de la parroquia. El sacerdote volvió a la parroquia y le comentó a su amigo el deseo del Papa. Una vez convencido el mendigo, le llevó a su lugar de hospedaje, le ofreció ropa y la oportunidad de asearse.

Confesó al Papa. El Pontífice, después de la cena, indicó al sacerdote que los dejara solos, y pidió al mendigo que escuchara su confesión. El hombre, impresionado, le respondió que ya no era sacerdote, a lo que el Papa contestó: “una vez sacerdote, sacerdote siempre”. “Pero estoy fuera de mis facultades de presbítero”, insistió el mendigo, que recibió como respuesta: “Yo soy el Obispo de Roma, me puedo encargar de eso”.

El hombre escuchó la confesión del Santo Padre y le pidió a su vez que escuchara su propia confesión. Después de ella, lloró amargamente. Al final, Juan Pablo II le preguntó en qué parroquia había estado mendigando, y le designó asistente del párroco de la misma, y encargado de la atención a los mendigos.

La Sexta Visita de Juan Pablo II

La ciudad de los palacios llamada así por la gran cantidad que de ellos, en ella se encontraban.

Quedan muchos en el centro de la ciudad y, en lo que fué la periferia, está el muy famoso Castillo de Chapultepec cuya belleza supera a su fama. Lugar bello y real desde antes de la llegada de los conquistadores.

Todos los calificativos asignados al Paseo de la Reforma, destacando su belleza, se quedan cortos al visitarlo y disfrutarlo. Complace al espíritu deambular por las calles del centro de la capital de la muy bella y real, leal e imperial ciudad de México.

Las calles que salen del centro de la ciudad también están desbordantes de historia y hermosura: la avenida Chapultepec, el paseo de Bucareli, la Calzada de Tlálpan, que, al final de ella, se bifurca para continuar hacia el que fue el pueblo de Tlálpan y el otro camino se dirige a la maravilla mundial que es el pueblo y lago de Xochimilco que está lleno de plantas, flores, trajineras, vendedores de artesanías y de momentos que se estampan en el recuerdo.

El Bosque de Chapultepec, la alameda de la colonia de Santa María la Ribera con su kiosco morisco, la Alameda Central que se extiende bellamente como si fuera un vestíbulo del Palacio de las Bellas Artes, lugar éste en donde explotan las emociones mezclándose con la luz de sus vitrales y el cuerpo recibe el frescor de sus mármoles; en donde los sentidos, pletóricos de placer, muestran la verdadera esencia del artista: su alma.

La capital de la República Mexicana, la ciudad de México, Distrito Federal, cuenta con más bellezas como la avenida más grande del mundo: la Avenida de los Insurgentes, por sí sola, hermosa, por sí misma, señorial, que un día se engalanó aún más, con la presencia de un jefe Supremo de la Iglesia Católica: el Papa Juan Pablo Segundo.

La Avenida de los Insurgentes, desde el Viaducto hasta la colonia San José Insurgentes, iba recibiendo a la gente que, desde muy temprano, fué formando el tumulto que deseaba conocer a un Papa que había decidido salir de su claustro tradicional.

Vino para inaugurar una conferencia de Obispos.

En parejas y en pequeños grupos se fué formando una aglomeración distribuida a lo largo de varios kilómetros.

La invitación insistente y firme de una esposa puede hacer que se abandone el descanso y que se venza la renuencia de formar parte de una conglomeración. Desde la colonia Las Águilas bajamos por las calles de Cóndor, Fujiyama y, siguiendo por la calle Barranca del Muerto, llegamos a la esquina con la avenida de los Insurgentes. La espera fué larga, tediosa, calurosa, el dolor de las piernas crecía y los minutos tenían flojera; empezó a crecer el ruido de una avalancha, las columnas de gente distribuída en ambas aceras que había mantenido la espera con un orden ejemplar, empezó a elevar la voz y el murmullo fué tomando las diferentes formas de sorpresa, alegría y euforia.

Los vítores y las porras iban jalando al vehículo del Papa, quien, con la piel requemada saludaba lanzando bendiciones y sonrisas. Él no se imaginaba que su visita a México iba a ser tan cansada y agotadora.

El pueblo mexicano entrega su simpatía y su amor en forma desbordante. El Papa Juan Pablo Segundo se sintió aprisionado por el pueblo y abochornado por tanta muestra de cariño. Correspondió de la misma manera; bajo el sol ardiente, sonreía, bajo la lluvia, poca o intensa, sonreía, bajo el peso del cansancio, sonreía, siempre sonreía. Sus sermones cumplían con su cometido pastoral, él les daba un tono paternal y amable.

Pero esa relación de pueblo y pastor no fue suficiente a pesar de la forma inusitada en que se daba, la amistad crecía, el trato era cada vez más abierto y profundo.

El pueblo inventaba porras, unos le daban serenata y él, a pesar de su cansancio, salía al balcón sumamente complacido. Una mejor relación entre un pueblo y un líder no se ha dado en la historia. Hubo más visitas del Papa a México, fueron cinco y todas tuvieron el mismo matiz. Él se consideró mexicano y el pueblo lo consideró propio.

Hoy día veinticinco de agosto del año dos mil once, empezó otro peregrinar por una parte de la República Mexicana; ya no vino el Papa Juan Pablo Segundo, ahora vinieron las reliquias del Beato Juan Pablo Segundo. El pueblo las recibió igual que a su persona y ahora con veneración para el amigo, con gran respeto y admiración para aquel que fué su guía y que nos amó tanto como el pueblo de México lo amó y lo seguirá amando.

¡Así sea!
RRS

Lo escuché en la Radio… en una de las visitas de S.S. Juan Pablo II a México

El alma habita en el cuerpo
pero no procede del cuerpo.

Los cristianos viven en el mundo
pero no son del mundo.
El alma invisible está encerrada
en la cárcel del cuerpo visible.

Los cristianos viven visiblemente
en el mundo
pero su religión es invisible.

La carne combate y aborrece al alma
sin haber recibido de ella
agravio alguno
sólo porque le impide
disfrutar de los placeres.

También el mundo
aborrece a los cristianos
sin haber recibido agravio de ellos
solo porque se opone a sus placeres.

El alma ama al cuerpo
y a sus miembros
a pesar de que éste la aborrece.

También los cristianos
aman a los que los odian.
El alma está encerrada en el cuerpo
pero es ella la que mantiene
unido al cuerpo.

También los cristianos
se hayan retenidos en el mundo
como en una cárcel
pero ellos son los que la
mantienen en la razón del mundo.

El alma inmortal habita
en una tienda mortal.
También los cristianos
viven como peregrinos
en moradas corruptibles
mientras esperan la
incorrupción celestial.

El alma se perfecciona
con la mortificación
en el comer y beber.

También los cristianos
constantemente se multiplican
mortificados más y más.

tan importante es el puesto
que Dios les ha asignado
del que no les es lícito desertar.

I S J

Ante El Señor

Desde el fondo de mi Alma invoco
al Señor que nos ama con ternura;
que en su exceso de amor para Él fué poco
apurar el Gran Cáliz de amargura
y por mí, pecador, tan necio y loco,
se entregó hasta sufrir la desventura.

No bastaría Señor, mi vida entera
para darte las gracias por ese Hecho;
si con creces por Ti mi vida diera
Te ofrendaría mi corazón maltrecho
que en Lámpara Votiva convirtiera.

Mi alegría, Señor, es invocarte,
ayúdame a no ser tan obcecado,
y cuando llegue la hora de mi muerte,
Te pido con fervor, contrito y reverente,
que con Tu bendición se borre mi Pecado
y así Vivir Contigo eternamente.

Al iniciarse hoy otro Año Nuevo
gracias Te doy Señor por mi existencia,
por el amor que tienes a este siervo
que implora arrepentido Tu clemencia.

J. E R B.

Hermosa la Violeta

A Aurorita

Hermosa la violeta,
hermosa por callada,
hermosa por fragante,
porque sin pedir nada
derrama en la pradera
la sublime fragancia
oculta entre las hojas
como alma consagrada
a Dios en el silencio
del Sagrario del alma.

Hermosa entre las flores,
aprendiste la magia
del silencio que canta
en los ríos de la gracia
con voz que solo escuchan
los oídos del alma.

Canta, canta, violeta,
tu silencio de gracia;
te escuchan las estrellas,
los cielos, las galaxias
y responden a coro
el mar y las montañas,
las conciencias felices
de los santos y santas,
el mundo del silencio
y el mundo de la gracia.

Eres tú la violeta
del jardín de las almas.
Si te llaman Aurora
es Aurora que canta
el servicio callado
que te llena de gracia.

Tomada del Libro: “Mi Desierto, Poesías”
del Padre Rafael Alcántar Mondragón

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