Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

martes, 15 de noviembre de 2011

Historia de la Charrería

Los indígenas, durante el tiempo de la Colonia, en casi todo lo que hacían eran menospreciados, vejados y juzgados con rigidez, por tanto siendo el caballo un animal muy útil en la conquista, le tuvieron gran estima y no fue fácil permitir que los recién conquistados, los tuvieran, ni siquiera para amansarlos, pues se temía que descubrieran uno de sus secretos claves en la lucha por la conquista y los derrotaran.

Una de las primeras autorizaciones de que se tiene conocimiento - porque existe escrito -, fue la otorgada por el Marqués de Guadalcazar Don Diego Fernández de Córdova, quien otorgó autorización por mandato del Virrey Luis de Tovar Godínez al padre jesuita Gabriel de Tapia - procurador de la Compañía de Jesús - para que 22 indios, montarán a caballo, y así poder cuidar y pastorear más de 100 mil cabezas de ganado menor pertenecientes a la Hacienda de Santa Lucía, filial de la de San Javier en el distrito de Pachuca - ahora Estado de Hidalgo -. Esto ocurrió el 16 de noviembre de 1619, en la primera mitad del siglo XVII..

Ya en 1555, segunda mitad del siglo XVI, el segundo Virrey de la Nueva España, Don Luís de Velasco, había puesto en uso una montura distinta a la que usaban los españoles; así surgieron las primeras sillas mexicanas y los primeros frenos de estilo diferente, con características propias para las necesidades vaqueriles de la Nueva España.

Los caciques Otomíes, Nicolás Montañéz; Fernando de Tapia y el instructor Fray Pedro Barrientos, contribuyeron mucho a la cimentación de la cacharrería. ( Años 1531 a 1555 ). Por ese tiempo el santo varón Sebastián de Aparicio, adquirió la hacienda de Careaga, - entre Azcapotzalco y Tlalnepantla, en el Estado de México -, donde de se dedico a la agricultura y la ganadería, enseñando los indígenas que no mostraron interés en la agricultura una nueva actividad; la doma de bovinos y más tarde la del ganado caballar, a pesar de estar prohibido hacerlo, pues su uso era reservado sólo a los conquistadores. Surgiendo así este nuevo oficio que luego se extendió floreciente desde la Mesa Central, a todos los confines del Virreinato con el nombre de Charrería. Este ejemplar y virtuoso varón a los 71 años dejó la actividad civil donando sus propiedades al convento de Santa Clara en el Estado de México.

Así nació la charrería en las haciendas de los estados de Hidalgo, - cuna de la Charrería -, Puebla y Estado de México, extendiéndose más tarde por toda la Nueva España y floreciendo en el Virreinato de la Nueva Galicia, - actual Estado de Jalisco y sus alrededores-.

Posteriormente y poco a poco la Charrería creció, al generalizarse el uso de los caballos entre los habitantes de nuestro país, donde los hacendados y sus servidores de confianza hacían gala de su pericia y destreza en el manejo de los animales, consumando útiles y valiosas maniobras con arrojo, valentía y pericia.
En 1880 la Charrería profesional tuvo su origen, fue entonces cuando apareció el famoso "Charro Ponciano” cuyas hazañas reconocemos por los corridos y canciones.
Su nombre fue Ponciano Díaz, originario de la Hacienda de Atenco, en el Estado de Hidalgo - la primera ganadería que se estableció en América -, dio gran impulso e incremento a la Charrería, convirtiéndola en espectáculo de valentía y pericia digna de admirar. Combinaba la Charrería con la Tauromaquia, siendo así el primero en ejecutar la suerte de banderillas a caballo, inventada por Ignacio Gadea, otro charro mexicano, que perteneció al equipo de Don Ponciano Díaz, junto con Agustín y Vicente Oropeza, Celso González, Vicente Conde y Manuel González Aragón, pioneros de la Charrería actual con quienes partió a España en 1889, a dar una exhibición de Charrería y Toros al estilo mexicano.

En 1894 se reunió en Monterrey un grupo de 12 Charros capitaneados por Vicente Oropeza que salieron por primera vez a Nueva York y recorrieron varios lugares de aquel país con grandes éxitos. A Vicente Oropeza los norteamericanos le dieron el calificativo de Campeón de Lazo en el mundo, sorprendidos de la maestría y destreza con que floreada y lazaba.

En 1900 hubo otra expedición de charros a París, promocionando el arte de la Cacharrería, quienes después viajaron a Europa con otros grupos de charros, los que regresaban contentos y gloriosos por la aceptación de lo que exhibían.
De entonces a la fecha, se han efectuado muchas excursiones al extranjero llevando esta inmortal tradición y arte. La mayoría a países donde existe alguna tradición relacionada con el uso del caballo, entre los países que sobresalen están: Argentina, Colombia; Venezuela, Chile; Estados Unidos, Canadá, España, Francia y Portugal.

La Charrería ha sido tema de poetas, pintores, músicos, historiadores, artesanos y personas de reconocida cultura; todos ellos amantes de nuestras tradiciones y raíces.

La Charrería por otra parte esta relacionada con la sastrería, sombrerería, platería, zapatería, fustería, talabartería, curtiduría, fabricación de sarapes, elaboración de reatas, herrajes, bordados y trabajos en pita. Así que, adentrándose en el tema de la Charrería, resulta interesante hasta para tomarlo como un tema para un programa cultural, a nivel escolar por tratarse de un valor histórico muy importantes.

La Charrería fue declarada “Deporte Nacional” por el Sr. presidente de la República Don Manuel Ávila Camacho, e instituido el 14 de septiembre como “Día del Charro”.
Por lo cual debe quedar claro que la Charrería nació en el campo y se reglamento en la ciudad, surgiendo la primera asociación en el Distrito Federal, con el nombre de “La Nacional” el 4 de junio de 1921. Posteriormente surge el 29 de abril de 1923, la segunda asociación de la República con el nombre de “club Nacional de Charros Potosinos”, ahora Potosina de Charros en la capital del Estado de San Luis Potosí y, el 8 de agosto de 1923, en Toluca Estado de México, la tercera asociación de charros del estado de México.

El 16 de diciembre de 1933 se funda la Federación Nacional de Charros que se dio a la doble y fructífera tarea de agrupar a todas las asociaciones de charros del país, para organizar competencias y elaborar un reglamento común que unificará criterios en la práctica de este deporte nacional.

La práctica de la Charrería se divide en 10 suertes, llamadas así porque el éxito de la ejecución dependerá en gran parte de la voluntad de la bestia con la cual se van a ejecutar, pues aunque exista la experiencia suficiente, en algunas ocasiones el animal no se presta y estas ejecuciones no se realizan con el lucimiento y éxito esperados.

El deporte de la Charrería está catalogado como uno de los más completos porque se practica al aire libre y en el se activan todos los músculos del cuerpo al comenzar el movimiento del caballo, o al aplicar la fuerza de poder a poder con los animales que están siendo sometidos.

Los Charros no perciben sueldo por actuar, aunque tengan que recorrer grandes distancias para hacerlo, y la cooperación que el público da por presenciar una charreada, subsidia parcialmente los gastos de la misma, siendo que el saldo lo pagan los integrantes del equipo o a veces toda la asociación. Ahí estriba también la nobleza del deporte, pues arriesgan su integridad siempre, desde que comienza su relación con el caballo, quien no tiene palabra de honor por nada y menos en cuestión de temperamento. Por lo cual se dice que, en el momento de meter el pie en el primer estribo, se toca el escalón más importante para llegar al cielo, acortando así la distancia entre este mundo y el de la eternidad.

Es el único deporte en el cual pueden quedarse a deber puntos, por no ejecutar las suertes bien, de tal modo que su resultado podría ser de 0 por no ejecutar la suerte, meno los puntos que acumule negativos como sanción por hacerlo además mal.
Cada año se ejecutan competencias entre los equipos del Estado para eliminarse y tiene derecho a competir en el Congreso Nacional, donde se eliminarán entre todos los de la República, para seleccionar a los mejores equipos del país. Tanto en los Congresos Estatales como en los Nacionales.

Los Congresos Nacionales de Charrería son muy solicitados por los gobiernos de los principales Estados, por la afluencia turística que éstos generan y por la difusión que se da a una importante tradición..

La Charrería esta considerada como reserva del Ejército en la rama de caballería, por lo que además de la disciplina deportiva, existe la obligación de observar ciertas normas adicionales al deporte.

En la Charrería todo esta reglamentado, hasta el modo de vestir; por lo cual conviene leer algo relacionado con la misma señalado en el reglamento de competencias. Para vestir con propiedad, pues debemos tener en mente que los colores adecuados en la práctica de la Charrería, deben ser colores serios, quedan eliminados - definitivamente - aquellos que son llamativos. Nunca deben verse en la Charrería, todos los tintes claros que denigren o pongan en tela de juicio la virilidad de quien los usa.

Actualmente, los adornos de las chaquetas deben ser sobrios y de buen gusto; pues en estos tiempos lo más sencillo es lo más moderno, a excepción de los trajes y pantalones " cachiruleados” o adornados en minuciosa y artesanal combinación de gamuzas cortadas con gran maestría y esmero, lo que resulta ser una valiosa artesanía.

La camisa, cuando se usa con traje debe ser clara, estilo Charro, con botones de hueso en forma de pequeños bolillos alargados, a los cuales se les denomina " Tarugos " tomado el nombre de los trozos de madera prismática que se usaba en algunos pisos antiguos.

La corbata debe ser en forma de moños y en colores serios, siendo el color rojo el único permitido; por ser alegre y combinarse con todo.

Los zapatos deben ser de una pieza y contar con tacón plano espuelero. Cafés en sus distintas tonalidades, y grises ( éstos últimos más difíciles de combinar ) usando negros sólo con traje negro, o muy oscuro y de preferencia cuando no se necesite montar.

Para abreviar, sólo recordaré que actualmente existen cinco atuendos reglamentados por la Federación, estos son: el de Faenas, Media Gala, Atuendo de Gala, Gran Gala y Etiqueta ( estos dos últimos propios para usarse en ceremonias especiales o fiestas de noche).

Lo menos que debe usar quien desee o practique la Charrería, es el traje de Faena. Este consiste en un sombrero liso de fieltro o Palma, camisa estilo pachuqueño, de cuello pegado o corto, tipo militar, pantalón de corte charro, aunque sea sin adornos, botines estilo charro, corbata de moño en color serio, espuelas y chaparreras.

En otros tiempos no había tantos escrúpulos en el uso del atuendo charro por qué estas actividades se desarrollaban sólo en el campo, pero ahora debe presentarse el Charro vestido lo mejor posible, o sea con la mayor propiedad, conservando así la tradición y una personalidad uniforme de categoría y buen gusto. Y, en esto debe tenerse cuidado, pues con frecuencia vemos algunos cantantes, artistas y mariachis, portando trajes charros que denigran a la Charrería; además usan el pelo largo, lo cual también está prohibido por el reglamento de Charrería, por ser anti estético, antihigiénico y de poca personalidad.

La charrería se transformó en el único Deporte Nacional que existe... habrán otros más populares, pero ninguno que encarne la mexicanidad como éste.

Durante la Revolución Mexicana, mucha gente del campo, gente de a caballo, se unió al movimiento en varios estados, viéndose en la necesidad de suspender sus labores campiranas. Concluido el periodo revolucionario y debido entre otras causas, a la desaparición de las haciendas ganaderas se continuó ejercitando la charrería, pero ya no como una necesidad, sino como deporte.

El traslado de las esencias charras y campiranas a las urbes motivó la creación de las Asociaciones y como consecuencia la construcción de los lienzos como lugares idóneos para cumplir con los reglamentos y formalidades de los eventos; hoy existen más de 650 lienzos charros en toda la República Mexicana.

Ante la preocupación de los charros por la difusión de su arte, el orden y el respeto de los estatutos, se iniciaron pláticas para crear una Federación Nacional de Charros, misma que se fundó en la Ciudad de México el 16 de diciembre del año de 1933. Esta institución central de la charrería organizada, agrupa en la actualidad a más de 1500 asociaciones debidamente constituidas y diseminadas por todo el territorio nacional.

La Charreria en Aguascalientes

La Charreria en México nace en el siglo pasado, basada en las faenas propias del campo y la ganadería. Los antecedentes de la práctica de esta disciplina en el Estado de Aguascalientes se inicia en la labores propias en los campos, ranchos y haciendas, esparcidas por el territorio del Reino de Nueva Galicia, de la entonces Villa de la Asunción de las Aguas Calientes, ya entrando el siglo XX, se observa la practica de la charreria a través de un rudimentario reglamento que solo aplicaba algunas sencillas normas en la práctica llevadas a la competencia, es así como los camellones de la Alameda se convierte en el primer escenario popular de la Charreria en Aguascalientes.


La charreria hoy en día

Se encuentra catalogada como la imagen representativa del deporte más mexicano por excelencia. En la actualidad son parte importante de la fuerza montada del ejército, es así como los charros que oficialmente están considerados reserva armada, son símbolo de patriotismo y mexicanidad, razón por la cual se les autoriza concluir las paradas militares del 16 de septiembre y participar en diversos desfiles y eventos cívicos que se realizan con motivo de festejos a la patria.

El Charro, comprometido con su país ha ido perfeccionando y depurando las faenas campiranas, dando lugar a un deporte espectáculo, ya que en él se funde la tradición con la valentía, el peligro con la gallardía, la caballerosidad con el compañerismo, lo cual como resultado da una charreada.


La palabra “Charro” parece derivarse del término “zar” que en vasco significa campesino. Sin embargo, más allá de las palabras y sus orígenes, el charro mexicano tiene tanto de vasco como de andaluz o indígena.

La sangre del charro es mestiza como lo es su tradición. La historia de la charrería está unida a la de los caballos europeos llegados a América. Los “cuacos”, como se les dice cariñosamente, son los verdaderos iniciadores de la charrería mexicana.

LOS CABALLOS EN MÉXICO

En 1519, Hernán Cortés desembarcó con 16 caballos en las costas de lo que es hoy la República Mexicana. Para la población indígena, que nunca antes había visto a aquel animal, caballo y jinete le parecieron uno mismo. Apenas fundada la Villa Rica de la Veracruz, llegaron refuerzos integrados por más jinetes, por supuesto, acompañados de sus respectivos caballos. En la conquista de México participaron muchos caballos, aunque casi todos son anónimos, algunos aparecen con nombre y descripción en el testimonio que Bernal Díaz del Castillo dejó. Registra el nacimiento del primer potro en tierra americana, hijo de una yegua castaña.

Los conquistadores usaban espada, puñal y lanza, sus trajes correspondían a la moda de la época, estaban formados por armaduras de metal y a veces, mallas, yelmo y rodela del mismo material. Así como sus atuendos eran especiales, también lo eran los aperos de sus caballos; todos portaban una barda (especie de protección o armadura) que los cubría desde la cabeza hasta parte de las ancas, hecha de baqueta y fierro. Había varios tipos de silla: la brida, la media, la estradiota y la jineta.

La caballería pesada montaba la “brida”, que tenía estribos largos y camas de freno anchas. La silla media o bastarda, era intermedia entre la jineta y la brida. La estradiota, parecida a la brida en sus estribos largos y la cama del freno ancha, era muy larga y estaba diseñada para que los muslos del jinete, estirados, se encajaran en ella, a veces llevaba una arandela metálica para resguardar la mano del caballero.

La llegada de caballos y los enfrentamientos bélicos hicieron que los animales que salvaron su vida huyeran a los montes, donde se reprodujeron. Estos cimarrones fueron los primeros caballos que los indígenas poseyeron y aprendieron a domesticar, aunque les estaba prohibido, so pena de muerte, montarlos. Para los españoles estaba claro que los caballos, mulas y armas de conquista eran un peligro potencial si estaban en en manos de los indígenas y criollos en la Nueva España.

Desde 1572 hasta 1611 hay ordenanzas en las que explícitamente se restringe tanto el uso de caballos y mulas como el de armas entre los indios. Desde el principio los peninsulares se esforzaron en la crianza de ganado caballar y bovino, y para ello usaron la mano de obra de la tierra conquistada.

Cuando el poder imperial de la Corona española estaba bien establecido en las colonias habían cambiado las circunstancias y las necesidades de los españoles. Se obligaron a modificar la legislación respecto a los caballos. El primer escrito del que se tiene noticia, lo otorgó el virrey Luis de Tovar Godínez en 1619, mediante el cual, autorizó que 20 indígenas de la Hacienda de San Javier, ubicada en lo que hoy es el Estado de Hidalgo, montaran “caballos con silla, freno y espuelas”.

Los caballos eran parte de los bienes que enorgullecían a los propietarios. Pasear a caballo por las calles vestido de gala para mostrar la calidad del binomio caballo-jinete como pareja indisoluble, era la mejor manera de hacer patente dicho orgullo. Los jinetes y sus monturas fueron parte de las celebraciones especiales. La fiesta de San Hipólito, que se celebraba el 13 de agosto, era una de las más tradicionales. Desde el virrey hasta las autoridades religiosas y los conquistadores viejos, exitosos o no, desfilaban a caballo en lo que se conocía como el paseo del Pendón.

Posteriormente, se celebraron las fiestas de las cañas para festejar la llegada del Viejo Continente de las autoridades, la consagración de los templos y las imágenes y los aniversarios de los poderosos. El derroche y la fastuosidad eran habituales.

NACIMIENTO DE LA CHARRERÍA

A partir de este momento, los mismos terratenientes, que eran españoles, obtuvieron autorizaciones para que los indios a su servicio pudieran montar. Una vez a caballo, los indígenas tuvieron que adaptar aparejos, aperos e indumentaria especiales para tal efecto. Los materiales empleados fueron los mismos de los que disponían antes de la llegada de los conquistadores, agregando otros de lana, de origen europeo. Las fibras naturales como la lechuguilla o el maguey sirvieron para hacer cuerdas y reatas. Las pieles de venado para confeccionar pantalones resistentes. Hasta que de los materiales accesibles y su propia inventiva surgió un estilo de indumentaria que, con el tiempo, conformó lo que hoy es el atuendo del charro mexicano.

Algunos dicen que el pionero de la charrería fue el cacique chichimeca Nicolás Montañéz, quien se alió con el virrey Velasco I en las luchas por la conquista de Querétaro en el siglo XVI. Otros sostienen que el beato Sebastián de Aparicio (1502-1596) es el verdadero padre de la charrería, ya que él fue quien se dedicó a enseñarle a los indigenas tanto las artes de la montura como el cuidado del ganado caballar y bovino. Las grandes haciendas poseían ganado mayor, los vaqueros y caporales, para atender su trabajo, empezaron a desarrollar destrezas que posteriormente se convirtieron en actividades divertidas y de lucimiento en las que los vaqueros mostraban sus habilidades para lazar o colear al ganado.

La charrería, con el tiempo, pasó de ser una labor rural local a un arte nacional, que se extendió en todo el territorio de la Nueva España.

EL ARTE DE LA CHARRERÍA

Tiene su origen concreto en Salamanca. El charro de ese lugar usa pantalón negro bastante ceñido, polainas, chaleco de cuero de mediavaca oscuro, chaleco y chaquetilla igualmente de color oscuro con botonadura y filigrana bordada. El sombrero es calañés, con gruesas toquillas y entorchados de oro y plata o de vivos colores realizados por artesanos. La mujer lleva traje negro, blanco o dorado. Porta además refajo, dengue, delantal y camisa de mangas.

La indumentaria del charro mexicano se adaptó a las faenas del campo, a la ganadería en concreto. Lleva pantalones untados carentes de polainas que le facilitan montar, la chaquetilla se adapta fácilmente a los movimientos que hace para lazar y correr. Luce zapatos finos de una sola pieza de color café, negro o caoba. Si usa botas, lleva las llamadas federicas, de tubo bajo y bien lustradas. Con ellas interpreta el Jarabe Tapatío o cualquier otro baile típico como el de Los Compadres o los sones costeños como El Chihualteco, La Culebra, El Maracumbé o El Venadito.

Su atuendo, según el evento en que participe, es de cuatro clases: de faena, de media gala, de gala y el de las grandes ceremonias. Por lo general luce sombrero de fieltro o de palma, chaqueta de gamuza, tela, o bien blusa, pantalón de gamuza con tres mancuernas a cada lado, zapatos de una sola pieza de color café o bayos, corbata en forma de mariposa y la funda del revólver. El caballo o la yegua que monta lleva silla de esqueleto o de canteras, reata, freno y otros arreos.

La charrería, en su forma más primitiva, nació en los campos del actual Estado de Querétaro. Sus formas más elaboradas empezaron a desarrollarse en los Estados de Hidalgo y de México. Las formas más contemporáneas y que más se asemejan al arte charro que conocemos actualmente se dieron en los Estados de Guanajuato, San Luis Potosí, Michoacán, Guerrero y Colima. Pero la verdadera cuna de la charrería es el Estado de Jalisco, donde nació el charro Colima y Jalisco. La charrería, como disciplina deportiva, arte y acto suceptible de premios y concursos data oficialmente de 1930, año en que tuvo lugar en el Distrito Federal la primera competencia charra, la cual, desde sus orígenes, obedece a un reglamento estricto y a un código de comportamiento que todo charro debe cumplir cabalmente.

Historia del Traje de Charro

El traje de charro como simbolo de identidad de México, por su tradicion de origen campirano refleja parte de la cultura e identidad nacional.
El traje de cahrro representa lo mexicano y antes que nada, al mexicano surgido del mestiso a partir del siglo XVI.

A finales del siglo XVIII, el traje de charro y sus complementos eran finisimos trabajos artesanales y de gran calidad, destacandose entre otras, los bordados, botonaduras de oro y plata, exagerados por su ornamentacion y coloridos.

A mediados del siglo XIX, fue modificado y definido el traje de charro, reflejando una imagen, que hasta en la actualidad se fue procurando conservar los detalles originales de su diseño.

A Maximiliano de Habsburgo, lo cautivo el pais, asi como el arte de la charreria. Por eso gusto de vestirse de charro, su rropa fue confeccionada apegandose en lo general a la ropa charra, aunque de paño negro y con detalles muy propios, tales como chaqueta corta y sin adornos; el pantalon cerrado con doble botonadura pero desechando las botas altas de gamuza. Gusto de tocarse con un sombrero negro de ala planchado con toquilla y galon de plata.

Puede afirmarse que llevo y ennoblecio la prenda, no por tratar de ganar simpatia, que a pesar de todo la obtuvo mas que otra cosa por su porte.
Gusto de viajar algunas ocaciones por rutas charras, siendo bien recibido en las ricas haciendas pulqueras y ganaderas, de las que conocio muy a fondo sus costumbres.

En efecto hubo identidad y lo siguieron gran cantidad de charros adinerados y hacendados que como de costumbre tambien procuraban dar la mejor imagen, exagerando siempre su imagen, en las botonaduras en oro y plata.

Actualmente para México las personas que visten este atuendo en otros piases, REPRESENTAN A LOS MEJORES EMBAJADORES DE NUESTRA IDENTIDAD NACIONAL.

En el siglo XIX, durante la época de la colonia, los terratenientes, poseedores de ganado y propietarios de grandes extensiones de tierra, fueron los mayormente beneficiados con la economía rural, para la cual, requirieron de gran cantidad de trabajadores.

Las haciendas prósperas, llegaron a emplear varios centenares de peones permanentes, un tanto eventuales y en menor cantidad de arrendatarios y de aparceros que se encontraban en los límites de las haciendas, esparcidos en rancherías o congregaciones y en pequeños caseríos.
El agro mexicano giró durante varios siglos en torno a la economía de las haciendas, predominando aquellas criadoras de ganado mayor, en donde
surgieron, una significativa escala de trabajadores protagonistas de hechos que darían origen al charro y a la charrería.

Los trabajadores de las Haciendas, teniendo mayor injerencia la población de libre movilidad como los arrendatarios, aparceros y rancheros, dejaron grata memoria escrita de aquellas faenas camperas, finalizadas en festejo, conocidas como Rodeos.

Charros en la época colonial

Conforme a lo reglamentado en 1574, el rodeo era una batida circular que hacían los vaqueros montados en sus caballos para bajar el ganado de las serranías y concentrarlo en un punto donde se haría la selección de animales, ayudándose de largas puyas con punta de hierro, similares a las garrochas.

Los animales sin marca “orejones” se repartían entre los distintos “señores de ganado”, y los de marca desconocida eran entregados a los representantes de las autoridades virreinales como bienes mostrencos.

La faena de amansar y arrendar o hacer a la rienda los caballos que, como el ganado bovino se habían multiplicado en estado semi-salvaje en las grandes planicies, requería de hombres diestros y entrenados.

Para separar el ganado que vagaba sin reconocer límites de la Hacienda a la que pertenecían, se designaba un sitio llamado rodeo. Ahí se reunían para contar, reconocer y vender el ganado mayor.

Enseguida los vaqueros marcaban a las bestias con el hierro del hacendado en sitios especialmente designados, ocasión que se convertía en una celebración colectiva.
Nacieron entonces los herraderos y así algunos animales eran elegidos para la agricultura o el transporte, y se procedía a caparlos para facilitar las labores.

La actividad conocida como “Coleadero” surgió como una necesidad, pues a menudo, las haciendas tenían demasiado ganado; una vez que los animales estaban separados, los vaqueros acostumbraban derribarlos, tirándolos por la cola. Surgía así entre los jinetes un enfrentamiento amistoso-deportivo.

Los Charros… De sus andanzas y faenas…

Durante las dos primeras décadas del siglo XX tenían todavía lugar los rodeos, llamados entonces jaripeos.

En el corral mayor se llevaba a cabo la concentración de animales para iniciar la selección en dos pequeños corrales anexos y realizar las tareas de conteo, herraje y capazón, implicando la participación de experimentados jinetes, muy hábiles en el manejo de las reatas para las lazadas de los animales.

A los jaripeos se invitaba a connotados charros, expertos en las lides de lazar, colear y jinetear el ganado.

Participaban también los señores hacendados y el espectáculo era presenciado por sus familiares y por la población ranchera de los alrededores.
Para dar de comer a toda esa concurrencia, eran sacrificados tres o cuatro novillos y se preparaba una suculenta carne acompañada de las populares tortillas recién echas en los comales.

No faltaba el tequila en botellas o bules que se acostumbraba beber a boca de botella, pasando de mano en mano. El Tequila era traído de las tabernas cercanas que lo producían.

La música daba el último toque a la fiesta campirana amenizada por un conjunto de mariachi de alguno de los ranchos próximos.
Entre los de a caballo, no faltaban los desafíos de tirar una botella al suelo, y a carrera tendida, levantarla sin caer del caballo…

El Charro protagonista en la Historia de México…

A lo largo de la Colonia y en la época de la Independencia, abundaron los hechos importantes de nuestra historia en los que el hombre a caballo jugó un papel de vital importancia, tanto en las luchas, como en el mantenimiento de la paz, y gracias a sus hazañas los charros consolidaron su figura.

El antecedente de cómo se fue conformando la charrería como grupo importante, se remonta al siglo XVIII, cuando un contingente de soldados llamados “Dragones de la Cuera”, vigilaban los presidios desde Bahía Matagorda, en el Golfo, hasta el río Sacramento, en California del Norte.

El grupo protegía a la Nueva España de las invasiones de los indios bárbaros, allá por 1730.

De la vestimenta de estos soldados, sobresalía la cuera de ante, que resultaba resistente a las flechas y hacía las veces del “escahuipil” de la época prehispánica.

Esta prenda tenía mangas y llegaba hasta las rodillas; estaba acojinada por dentro con piel de borrego y era usada con un cinturón de piel cruzado al pecho. En las bolsas de la cuera, estaban bordadas las armas del rey.

El Chinaco… antecedente más directo del charro…

Durante la guerra de Independencia, se les nombraba “cuerudos” y eran conocidos por su habilidad con el manejo de la reata para lazar “realistas” en la región del bajío. Consumada la Independencia, la personalidad del charro, aguerrido y poderoso, surge para dominar las fuerzas de la naturaleza y acrisolar la riqueza de nuestro recién nacido país.

Durante la guerra de 1847, los charros, no solo usaban con maestría la reata y el machete. Don Pablo de Verástegui, hacendado de Río Verde, convocó a una guerrilla contra el invasor ejército norteamericano.

Chinaco en Chapultepec

Durante el Porfiriato, se hicieron famosos los “Rurales”, un cuerpo de voluntarios cuya misión consistía en perseguir a los ladrones y a los asaltantes que asolaban el campo mexicano, haciendo intransitables los caminos de México.
El grupo estaba formado por hombres que vestían como charros, con la clásica indumentaria, portando sombrero gris galoneado en plata.
Como parte de la Secretaría de Guerra participaban en los desfiles del 5 de mayo y 16 de septiembre y eran ovacionados por la concurrencia.

Los Rurales en la época porfiriana

Durante la época de la Revolución y el reparto agrario, muchas Haciendas desaparecieron o quedaron irremediablemente fraccionadas.
Inicia entonces el éxodo masivo del hombre de campo hacia los centros urbanos.
Con nostalgia, tanto el antiguo hacendado como sus caporales y vaqueros, buscan un lugar en dónde recrear las faenas campiranas que orgullosamente habían desempeñado en las haciendas, las estancias y los ranchos.

Así nacen las Asociaciones y los Lienzos Charros y la Charrería se convierte en deporte nacional y espectáculo sin precedentes.

Los Rurales en la época porfiriana

Los Charros… De sus atuendos y atavíos…

El notable historiador Luis Pérez Verdía en su libro “Historia Particular de Jalisco” (1911) hace referencia al ranchero rico que: “…usaba vestido de cuero o de género de lana, mangas o sarape de estambre o de Saltillo, que alcanzaba el precio de una onza de oro, botas de montar llamadas de campana con ataduras de cuero o fuertes cintas de color y sobrero de ancha falda…”

El traje charro tiene, entre sus antecedentes, los atuendos de los jinetes hispanos, quienes hacían prendas verdaderamente extraordinarias, especialmente suntuosas, con adornos de plata y oro.

Según algunos historiadores, su origen principal está en el traje de Salamanca, España, al que también se llamaba “Charro”.

Maximiliano de Hamburgo


Maximiliano fue sin duda uno de los grandes promotores del traje de charro.
En sus viajes, el emperador se hacía acompañar por “gente de a caballo” que lucía con mucho orgullo su indumentaria.
Maximiliano prefería la chaquetilla corta sin adornos y el pantalón ajustado con botonadura de plata; el sombrero que complementaba su atavío era de ala planchada galoneado en plata, así como la toquilla del mismo material.
Para los patrones, se confeccio-naban sarapes y jorongos, con pantalones de jerga en blanco y negro.

Para los peones, además de chaquetas, calzoneras y pantalones de cuero, pantalones de jerga en rojo y negro. Las mujeres, estaban encargadas de bordar las camisas de padres, hermanos y novios.

A los sombreros se les fueron agregando bordados distintos que hacían juego con el resto del traje: dibujos de flores, águilas, búhos o serpientes; todo en plata u oro, según los gustos y las posibilidades del dueño.

El atuendo Charro de ayer y de ahora ...

El atuendo charro ha tenido dos etapas importantes:
La correspondiente a la época de Maximiliano y la que sigue vigente hasta nuestros días.



Traje de Faena…
el más usual para las competencias




Traje de Media Gala… es más ornamentado y se utiliza también para las competencias.



Traje de Gala… puede usarse a caballo, pero no se utiliza para la ejecución de faenas.


Traje de Etiqueta o Ceremonia… el más elegante de todos, se utiliza en ocasiones muy especiales, pero nunca a caballo.


Como parte importante del traje de charro, Las espuelas… fabricadas en Amozoc, Puebla… “cuyo pavón no borra el tiempo, ni el andar maltrata…”, según reza el refrán popular, mantienen vigente la herencia del diseño árabe y español.
El atuendo del caballo con sus arreos, hacen juego con la vestimenta de su dueño.
La silla ha sufrido modificaciones, conforme fueron surgiendo nuevas labores con el ganado.
La anquera, descendiente de la gualdrapa, que es como una enaguilla de cuero grueso que cubre el anca del caballo y va ribeteada alrededor de su parte baja con zarcillos o brincos, hermosamente calados, de los cuales cuelgan algunos adornos lamados “higas y cascajos” a los que la gente de campo llama “ruidosos”. Este aditamento sirve para amansar al potro y asentarle el paso y es muy útil para ayudar a su educación, además de que lo defiende de las cornadas de los toros.


El Nuevo Charro…

La fiesta charra, se inicia con el desfile general de los charros participantes y de las Adelitas de alguna Escaramuza, quienes recorren en sus corceles el ruedo y rinden honores a la bandera.
Enseguida se suceden, de acuerdo al orden establecido, las diferentes suertes, que entre las más conocidas podemos mencionar: La Cola de Caballo, el Pialar, el Coleadero, la Jineteada de Toro, la Terna, el Jineteo de Yeguas, las Manganas y el Paso de la Muerte.
Podemos decir que la Charrería es la práctica de la equitación a la usanza mexicana, siendo ésta una de nuestras tradiciones más representativas, donde el mestizo exalta la herencia hispana e indígena con lances valerosos e intrépidos, y la mujer hace gala de su femineidad y entrega, enmarcados en una fiesta plena de colorido y música.

Todas y cada una de las suertes que dan forma al Deporte Charro tuvieron su origen en el campo, en tiempos de la Conquista y la Colonia (1519 - 1810) aún cuando los indígenas sufrían la pena de muerte si se les sorprendía montando a caballo. Sin embargo, hombres como Fray Pedro de Barrientos y Sebestián de Aparicio (considerado el padre de la charrería) impulsaron a los nativos, abolieron esa ley y enseñaron a los naturales el arte de la monta y la crianza del ganado, ya que en el siglo XVI el auge de la ganadería era palpable y el mestizo se convirtió en un diestro y experimentado jinete quien bajo la sombra de nuestro cielo, teniendo como frontera el horizonte de la Patria, creó, dentro de las faenas campiranas como herraderos, capaderos y tuzaderos, lo que hoy en día es reconocido como el único Deporte Nacional, la Charrería.

Así mismo, la figura del Charro ya sea como tal o como Chinaco, es notoria en todas y cada una de las luchas que tuvieron lugar en nuestro país a lo largo de la historia, principalmente en la Revolución, la cual dio pauta a la urbanización poniendo fin al auge de las Haciendas que a partir del siglo XVII aparecieron como unidad económica.

Fue así que muchos hombres del campo se trasladaron a las ciudades añorando su vida anterior, porque se juntaron y buscaron lugares para seguir practicando las suertes charras.

Esto dio como resultado que en 1919, en la ciudad de Guadalajara, se formara la primera agrupación formal llamada Charros de Jalisco y más tarde se fundaron muchas asociaciones a lo largo de la República Mexicana, construyendo y acondicionando lienzos Charros donde poder charrear, entonces, amistosamente unos contra otros.

Actualmente se cuenta con más de 900 asociaciones en México y alrededor de 180 en 8 estados de la Unión Americana, así como unos 300 grupos de escaramuzas todos ellos siguiendo el objetivo social que la Charrería se trazó desde sus inicios impulsando los ejercicios que se basen en la equitación mexicana, así como la conservación del traje y las costumbres nacionales.

Es importante mencionar el apoyo de Don Pascual Ortiz Rubio, quien siendo presidente de México, instauró en 1930 el 14 de septiembre como el Día del Charro y decretó el traje de Charro se considerara como símbolo de nacionalidad. Asimismo el General Abelardo L. Rodríguez bajo su mandato en 1932, decretó a la Charrería como el único Deporte Nacional, siendo hoy por hoy, la Federación de Charros la que más deportistas afiliados tiene ante la Confederación Deportiva Mexicana.

Por todo lo anteriormente mencionado vemos la figura del charro no sólo es símbolo de la mexicanidad sino un guardián constante de las tradiciones de su pueblo con plena conciencia de la preciada herencia depositada en sus manos hace siglos.

El Charro, comprometido con su país ha ido perfeccionando y depurando las faenas empiranas, dando lugar a un deporte espectáculo, ya que en él se funde la tradición con la valentía, el peligro con la gallardía, la caballerosidad con el compañerismo, lo cual como resultado da una charreada.



Las 10 suertes charras

El deporte de la Charrería no es solo servirse de las fuerzas del caballo o de domesticarlo, sino de educarle y describir la forma más bella de realizar, con creatividad individual cada una de las faenas del campo.


- Cala de Caballo

Primera de las suertes que requiere gran disciplina y entendimiento pleno entre jinete y cabalgadura, ya que se demostrará la buena rienda y mansedumbre del animal, comprenderá brío buen gobierno, estribo, mansedumbre, andadura, postura de cabeza y cola, etc.; y se toma en cuenta la velocidad, la manera de meter las patas y las huellas que haya marcado el caballo al rayar en tres tiempos como máximo.


- Píales en el Lienzo

Detener la carrera de una yegua que pasa a galope tendido por el lienzo del corral al ruedo lazándole las patas, estando el jinete montado y teniendo tres oportunidades el lanzador a una distancia de cuatro metros como mínimo.


- Coleadero

El charro montado cuenta con 60 metros para derribar un toro en plena carrera tirándole de la cola realizando movimientos reglamentarios, como saludar con la mano derecha en la lorenzana (orilla del sombrero), "pachonea" que consiste en dar una nalgada al toro, agarrando la cola del animal y enredándola en la pierna derecha, accionando y abriendo el caballo, estirándolo para provocar la caída del toro dependiendo de esta y la menor distancia, la puntuación.


- Jineteo de Toro:

Consiste en montar un toro detenido de un "pretal" que rodea el cuerpo del animal y provocar un mayor corcoveo. No cuenta el tiempo que dura el jinete montado sino que no caiga y que no sea ayudado por sus compañeros o una barda para bajarse.


- Terna en el ruedo:

Esta se compone de lazo a la cabeza, en donde tres charros tienen tres oportunidades para lazar el toro previamente jineteado, a la cabeza o los cuernos ganando puntos de acuerdo al floreo de soga que realice. Así como el pial en el ruedo, donde los dos lanzadores restantes deben lanzar al animal de las patas traseras con las restantes oportunidades y condiciones de puntuación. Se cuenta con ocho minutos de tiempo para realizar ambos.


- Jineteo de Yegua:

Montar una yegua bruta detenida de un pretal, donde el charro adorna su jineteo con el juego de piernas.


- Manganas a Pie:

Conocida como "La Parte Romántica de la Charrería", ya que el charro elabora filigranas y giros en el aire con su reata para lazar una yegua de las patas delanteras o "manos" que pasa frente a él a toda velocidad y así derribarla, tirando su mangana a una distancia no menor de cuatro metros. El competidor cuenta con tres oportunidades.


- Manganas a Caballo

Consiste en realizar la misma faena de a pie, sólo que montado en su cabalgadura, florea su reata y derriba a la yegua lanzándole las manos y amarrando la soga en la cabeza de la silla. El charro cuenta con tres oportunidades. En ambos casos la calificación de la mangana depende del grado de dificultad que le imprima el charro al floreo de reata previo a la presentación de la mangana, su cuaje y derribo, en el que la yegua deberá rendir para que cuente la ejecución, costillar y paleta en el piso.


- Paso de la Muerte:

Consiste en que el charro ejecutante, montando a pelo en su caballo manso, deberá pasar a los lomos de una yegua bruta que corre alrededor del ruedo a galope tendido, sujetándose únicamente de las greñas y con las piernas abarcando la panza del animal, para resistir los reparos de éste, debiéndose bajar hasta que deje de reparar.

A excepción de la cala de caballo y el jineteo, en todas las demás faenas el charro tiene tres oportunidades para realizarlas y es ayudado por tres compañeros cuando es necesario arrear al animal.


- La Escaramuza Charra:

Se conoce al conjunto de ejercicios ecuestres que a galope realiza un grupo de niñas o señoritas vestidas de rancheras mexicanas y montadas al estilo a mujeriegas.

La mujer del charro y su familia se integran a esta bella práctica y contribuyen a la solidez de la sociedad, y hacen una fiesta jalisciense y mexicana sin igual, que conserva la riqueza pura de nuestras tradiciones.

De esta forma se cierra esta fiesta que demuestra la destreza y disciplina necesaria para mantener viva la Charrería que hoy por hoy se ha convertido en la imagen de México y en el único Deporte Nacional por excelencia.

Otras Suertes Charras

Historia de la Charrería
Jineteo de yegua, Manganas a pie y a caballo
Jineteo de toro y terna en el ruedo
Coleaderos

lunes, 14 de noviembre de 2011

Calaveras




Calavera al Partido
Acción Nacional

Se creía ingenuamente
que el PAN era diferente
que al ganar la Presidencia
gobernaría con decencia.

Dos sexenios solamente
y fué más que suficiente
sus errores y fracasos
al país hizo pedazos.

El primero fué Vicente
cínico incompetente
que no pudo dar la talla.

Luego impuso a Calderón
que convirtió a la Nación
en un campo de batalla.


D H R


Calavera a
Lola Beltrán

La muerte llena de envidia
porque no podía cantar,
no sabía ni la perfidia
y a Lola se quiso llevar.

Te llaman “Lola la Grande”
todos con justa razón;
pero la muerte infragante
siempre te llevó al panteón.

En esta vez no triunfaste
muerte tan desdichada,
tiempo ha, te la llevaste
y su voz sigue grabada.

Mtra. J M M

Reflexiones

Lápidas enmohecidas por el tiempo,
sepulcros olvidados en tétrico panteón,
sombras que vagan cubiertas de amargura
con caras de tristeza y gran desolación,
y vestidas de luto llevando con ternura
una flor a la tumba del ser que tanto amó.

Lúgubre panteón en ti reposan
algunos que dejaron este mundo,
que reían, que cantaban y que amaban
y que al ser tan felices no pensaban
que la muerte algún día llegaría
y su felicidad y dicha derrumbara.

¡Oh muerte casquivana y veleidosa
que sin piedad te acercas y truncas nuestra vida
cuando somos amor para el hijo o la esposa,
y vemos la creación maravillosa
y apegados estamos a las cosas
sin pensar en el día de la partida.

Reflexiono ante ello y parece que alguien
murmurara a mi oído: amigo, no reniegues
tu vida no fenece;
todos los que han muerto, de este mundo han partido,
volverán a vivir, el SEÑOR lo ha dicho,
al final de los tiempos, cuando menos lo pienses
estarás frente a ÉL, debes estar consciente.

¿Qué pasará después? No puedo predecirlo,
ya depende de ti: VIVIR CON EL SEÑOR,
o MORIR para siempre.

J. E R B.


Mi Jesús

Mi Jesús, mi buen Jesús
por nuestro amor fuiste crucificado
y después,
la humanidad
injustamente la espalda te ha volteado.
Cuando más os lo queráis quedar,
menos seréis capaces de dar.
Mi Jesús, cómo entender
que siendo Dios, moriste en el Calvario
por rescatar
al pecador
que se halla entre las redes del pecado
Oh Jesús,
quiero alabar
eternamente Tu Misericordia
quiero cantar
contigo estar
siempre, por siempre contigo allá en la Gloria
Oh Jesús,
Hijo de Dios
Ten compasión de aquel que está sufriendo
ven a sanar,
a liberar
a sostener al que se está cayendo
ven a sanar,
a liberar
ven a traer la paz al corazón.

Letra y Música
R H R

Hastío

Cuando termine de mi vida el tiempo
y mi cuerpo ya se encuentre muerto,
cuando el recuerdo se lo lleve el viento
y de mi ser no quede ni aliento.

Habré dejado un .lugar vacío,
espacio para otro que ha llegado,
lugar en soledad que no fué mío,
y hastío en el corazón que había amado.

Quizá en ese momento haya recuerdo
de un tiempo estéril y sin fruto,
tal vez hubo bondad, así lo pienso
pero tarde será, ya nada escucho.

Y el total de ese tiempo inexistente
donde todo fué nada ni vacío...
sepultura escueta sin presente
como mudo testigo de este hastío.


I S J.


Buen Viaje

Quiero cerrar el ciclo de mi vida
porque se aproxima la partida.
se agotó, ya no hay tiempo,
las maletas listas esperando el momento.

La soledad me acompaña siempre
y aunque no es muy grata,
aquí se queda dormida
sin poder librarme de ella,
viviendo siempre a mi lado
y dejando una huella
que me quería sacudir,
pero mejor es reír
de ese estado doloso
que yo tuve qué sufrir
sin que sea algo hermoso.

Pero al fin partiré sola,
la soledad ahí se queda,
adonde voy no se lleva,
no se siente, no hace falta
es otro estado de vida, así creo;
y es bella la partida, aunque no la vea.

Hasta creo que será glorioso viajar
de este lugar mediocre,
a lugar tan prometido,
rescatado, elegido.

I S J.


Señor

Cuando la noche de mi día se acerque
y la luz de mi vida se termine,
cuando se marque en mi ser la muerte
y mi corazón ya no camine.

Cuando mis ojos cerrados y sin verte
y mi alma camine hacia ti
tu clemencia se apiade de mi suerte
yo espero el fallo de este fin.

Cuando mi cuerpo, fétido, sin vida
llegue a la fosa, su lugar final.
Nada queda de la existencia mía
solo el olvido será el total.


I S J.

¿Qué es la Muerte?

¿Qué es la muerte?, no entiendo.
Como accidente acontece,
me sorprende y da temor,
la muerte, hecho común
que a todos causa pavor.

Muerte que en mi atardecer
ya pronto estás por llegar
se te espera, no impaciente,
mas bien me haces recelar,
bien quisiera esconderme
¿en donde?, no hay lugar
que no llegue ese instante
tan triste sin escapar.

¿Qué es un paso a otra vida
donde se va a descansar?
Se dice que el ser mejora
y nadie sabe explicar.

La muerte sólo palabra
su contenido hecho frío,
despoja al ser de su alma
y lo deja tan vacío.

¿Será bueno, será malo?,
me desagrada morir,
he visto a tantos seres
lo que sufren al partir.

Y luego aquel lugar
desolado, tan escueto,
donde vamos a dejar
el despojo de aquel cuerpo.

Que en pudrición termina,
lo que se creyó en tesoro
y nada queda ni la estima
ni recuerdo ni decoro.

I S J.

Algo Mío

CALAVERA

Ora si, Mario Carreño
ya te llevan a enterrar;
y te quiero recordar
lo que dijo José Alfredo:
“Es la vida solo un sueño
y la muerte el despertar”.
Si antes fué puro triunfar
con tu órgano bohemio
hoy el mundo, como premio
no te quiere recordar.

Mario Carreño


Muy Tarde

Qué pena de saber que un día pudimos
vivir intensamente nuestro amor;
y ahora que es muy tarde comprendimos
que ya no podrá ser nuestra ilusión.

El sueño que forjamos no se ha muerto,
ni el tiempo ni el dolor lo han de vencer;
la Rosa que brotara en nuestro huerto
se yergue tan altiva como ayer.

Y estando más distantes cada día
se buscan nuestras almas, bien lo sé,
por lejos que te encuentres, serás mía,
y tuyo eternamente yo seré.

Mario Carreño

Narraciones

El Día que cayó Plata del Cielo

Corría el año de 1964. En esa época México vivía a plenitud una estrategia económica llamada “desarrollo estabilizador”, gracias a la cual la inflación se mantenía muy baja por lo que la moneda conservó su poder de compra durante muchos años.

No obstante, por el sacrificio que se tuvo que hacer en términos de salarios y movilidad social para mantener el control de la inflación, además de que se vivía un régimen político, en los hechos, unipartidista, con libertades muy acotadas en todos los aspectos, se incubó en la sociedad en general y en los jóvenes en particular, un gran malestar hacia lo que en términos genéricos se denomina “El sistema”, malestar que al combinarse con otros elementos socioeconómicos –incluso de carácter internacional- desembocó, al parecer, en lo que se conoce como “La noche de Tlatelolco”.

Claro que en ese entonces yo no sabía nada de esto porque era un niño de cuarto de primaria, de modo que mis únicas preocupaciones eran jugar y pasar el año escolar bajo la ley del mínimo esfuerzo. Lo que sí sabíamos mis amigos y yo, con toda precisión además, era el valor de un peso, de esos pesos de plata grandes y relumbrantes que circulaban aún en esos benditos años, valor que de hecho mantuvo durante toda mi infancia y parte de mi juventud.

Un peso representaba para nosotros una torta y un refresco en el recreo de la mañana, y galletas con salsa picante en el de la tarde; o un helado en la nevería “Susana” y otros dos para los cuates; o sendas malteadas de fresa en la misma nevería; o simplemente sentirse poderoso por traerlo en la bolsa y tocarlo de vez en cuando. Si se considera que mi mamá me daba una moneda de veinte centavos cuando salía rumbo a la escuela, al mismo tiempo que la bendición y la recomendación de portarme bien, y que los domingos, con mayor generosidad, me regalaba un tostón, podrá comprenderse lo que significaba el que un día, por alguna razón, de alguna forma llegara a mis manos un peso.

Y un domingo por la tarde sucedió el milagro: cayeron pesos de plata en el atrio de la parroquia de Salvatierra, y a mis manos llegaron no uno, ni dos, ni siquiera diez, sino una cantidad mayor a veinte.

Nunca sabré por qué un par de amigos y yo nos encontrábamos en el patio del anexo parroquial un domingo entre las tres y media y cuatro de la tarde. Es verdad que ahí pasábamos la mayor parte de nuestro tiempo libre porque era el lugar de juego de los cantores y acólitos de la parroquia, y lo disfrutábamos a plenitud. Pero los domingos la rutina era diferente. Después de ayudar o cantar en las misas de la mañana –que desde entonces se celebran cada hora a partir de las cinco de la madrugada y hasta la una de la tarde, con un intervalo a las nueve para desayunar- nos íbamos a nuestra casa a las dos y regresábamos, si acaso, a la misa de las cinco de la tarde. Durante esas tres o cuatro horas los pueblos dormitan, las calles se quedan solitarias, los comercios están cerrados y los cines están por abrir. Esta quietud se acentúa los domingos por ser día de descanso. De hecho, no recuerdo ninguna otra tarde dominical de los seis años durante los que fui acólito, en la que haya estado en algún lugar del templo parroquial antes de las cinco de la tarde.

Pero si era extraño que nosotros estuviéramos ahí, perdiendo el tiempo, resultaba del todo incomprensible que se celebrara un bautismo a esa hora tan inconveniente y solitaria. Y eso fué lo que sucedió. De pronto vimos a don Juan caminando rápido hacia nosotros, al mismo tiempo que nos decía que corriéramos a ponernos la sotana para ayudar en un bautizo, como casi todo mundo llama erróneamente a esa ceremonia.

-¿Un bautizo a estas horas? ¿Y quién lo va a hacer? –Le pregunté a don Juan ya en camino a la sacristía para vestirme de acólito.
-El padre Poli –me contestó jadeando un poco, tratando de seguirnos el paso. Y agregó –creo que el padrino es de fuera, por eso lo hacen a estas horas.

Qué hacía el padre Policarpo en la parroquia de Salvatierra celebrando un bautismo a esas horas, cuando él era el encargado del templo de un pueblo cercano donde se podría haber llevado a cabo ese sacramento, es otro de los misterios de esa tarde milagrosa.

Lo que sí resultaba del todo natural era la presencia de don Juan, un personaje rechoncho y bonachón al que los acólitos adorábamos. Este señor le hizo una manda a la Virgen de la Luz, la patrona de la ciudad, en apariencia sencilla pero de muy difícil cumplimiento: ser el sacristán los domingos y días festivos, sin paga alguna, por el resto de su vida. Nunca supe el problema que motivó tan gigantesca manda, pero debió de ser algo realmente grave.

Y don Juan cumplía su manda al pie de la letra: llegaba a la parroquia los sábados al anochecer –porque además pertenecía a un grupo de señores, casi todos del campo, a los que conocíamos como “Los adoradores” que velaban, por turnos, al Santísimo Sacramento- y a partir de la misa de las cinco de la mañana hasta que cerraba la iglesia, pasadas las nueve de la noche, permanecía en la sacristía y sus alrededores realizando sus funciones.

Ya con la vestimenta apropiada, corrimos a la pila bautismal en donde se encontraban los familiares del niño que iba a entrar gloriosamente a la Iglesia de Cristo. Y entre todos ellos sobresalía el padrino: un tipo alto, de bigote, vestido con traje oscuro, camisa blanca, corbata de seda brillante y, creo recordar, unas mancuernillas doradas que estuvieron reluciendo a lo largo de la ceremonia.

El padre Policarpo, de zancadas largas y actuar atrabancado, cuyas misas eran rápidas, como si le faltara tiempo para seguir salvando almas, esa tarde fué ceremonioso, y es que la ocasión lo ameritaba: no todos los días se tenía un padrino con presencia tan distinguida.

Y la parsimonia bautismal tuvo su recompensa. Una vez que los padrinos, a nombre del bautizado, renunciaron al demonio y a todos sus males, y que el padre Poli entregó el documento que daba fe de que la Iglesia contaba con un nuevo miembro, se inició el ansiado y tradicional reparto del bolo, aunque en esta ocasión en proporciones jamás imaginadas. A cambio de la fe bautismal, el padre recibió un sobre amarillo con una cantidad que luego calculamos de entre cincuenta y cien pesos. Don Juan, que se encontraba a un lado del padre, recibió diez pesos. Y los dos acólitos que ayudamos el bautismo fuimos recompensados con cinco pesos cada uno mientras nos quitábamos la sotana para salir al atrio a pedir el bolo, como siempre hacíamos. Nos quedamos atónitos. Jamás habíamos recibido una propina de tales dimensiones. El desconcierto duró, sin embargo, sólo un instante. Terminamos de deshacernos de la sotana y nos dirigimos a toda prisa al atrio; por mucho dinero que hubiéramos recibido, no era cosa de desperdiciar la oportunidad de ganarnos unas monedas más, de las que los padrinos arrojan al grito de ¡bolo, padrino, bolo!

Al llegar al atrio, nuestra dicha aumentó porque había si acaso cinco personas esperando, y es que además de lo inapropiado de la hora, era también inapropiado que los familiares participaran en el regateo por el bolo, aunque debe mencionarse que algunas veces los más jóvenes pasaban por encima de esas convenciones sociales y se unían al grupo que a gritos pedía esta dádiva para luego pelearla ferozmente.

Así que debimos ser menos de diez chiquillos los que ansiosos esperábamos el dichoso bolo, que en ese entonces consistía, en general, de monedas de cinco y diez centavos. A veces muchas, a veces pocas, pero nunca se encontraba uno con monedas de mayor valor que las mencionadas. Pero esa tarde fué diferente. Como dije, se trató de una tarde milagrosa.

El padrino salió del templo, metió la mano a una bolsa que llevaba consigo, arrojó un puño de monedas al aire y para sorpresa de todos los ahí presentes, ¡eran pesos de plata!

No sólo recuerdo esos momentos con una claridad excepcional, sino que además en mi mente todo sucede en cámara lenta. Recuerdo ver los pesos salir del puño de la mano del padrino, elevarse y luego descender mientras corríamos hacia el lugar donde caería, tirarnos al piso y recoger tres o cuatro monedas todavía dudando de que en efecto fuesen pesos, y recuerdo que mientras hacíamos esto el padrino arrojaba otro puño de pesos hacia otro lado del atrio y, sin incorporarnos del todo, corríamos hacia aquel lugar, y así sucedió en cuatro o cinco ocasiones.

Al final, una vez que la comitiva del niño bautizado partiera en dos o tres carros repletos y que los otros agraciados por la lluvia de plata se alejaran a toda prisa como temerosos de que les quitaran lo que habían ganado, mis dos amigos y yo nos quedamos sentados en el piso de cantera, exhaustos pero felices, mirándonos sin atinar a decir nada, sin estar seguros de lo que había sucedido, y de pronto los tres irrumpimos en una carcajada sonora y larga que regresaba en cualquier momento y por cualquier motivo.

Después de revolcarnos de risa, nos dirigimos al anexo parroquial donde contamos nuestras ganancias varias veces, más que nada para recrearnos en esa sensación de ser afortunados que la vida da oportunidad de experimentar en muy pocas ocasiones. Pero lo mejor vino con la llegada de los acólitos que ayudaban en las misas de la tarde y de la noche. De inmediato les platicamos lo que había sucedido y al terminar el relato, contado con la teatralidad debida, se nos hacía la pregunta que buscábamos.

-Y el dinero? ¿Dónde está el dinero? –nos decían con un gesto que combinaba la duda, con la burla y las ganas de que todo fuera una broma. Entonces, disfrutando con gran intensidad ese placer oculto que se tiene sobre todo en la infancia, que consiste en provocar la envidia de los demás, metíamos las manos a los bolsillos del pantalón, sacábamos los puños repletos de pesos y casi a gritos exclamábamos:

-¡Aquí, aquí están los pesos que me gané! ¡Míralos bien!

Ese hecho de mi lejana infancia, fue tal vez, el que me hizo comprender que en la vida todo es relativo. En efecto, no creo que alguna vez me haya sentido tan rico y afortunado como en aquella bendita tarde que cayó plata en el atrio parroquial de Salvatierra.

Don Ruperto Mendoza

Don Ruperto Mendoza fué un párroco dedicado a hacerle el bien a Salvatierra con el único interés de cumplir con su deber. Era intolerante hasta la pared de enfrente en cuestiones de fe, pero tenía una nobleza de corazón que no le cabía en el pecho. En cosas del catolicismo no transigía –como pudieron comprobarlo muchos proselitistas protestantes- todos sabíamos que su postura era inamovible y estaba respaldada por una conducta intachable. Él era la prueba viviente de un sacerdocio totalmente apegado a los votos católicos y a la doctrina de la fe.

De trato directo hasta el límite de la agresión, nadie se ofendía por eso. Podía tener enemigos, pero todos lo respetaban. De voz fuerte y tono de mando, imponía orden y silencio donde se presentaba. Cuando le solicitaban que fuera a pedir en matrimonio a alguna muchacha, se presentaba en casa de la agraciada y después del saludo obligado, de inmediato le decía a los padres: “Vengo a pedir la mano de su hija, ¿tienen ustedes alguna objeción para que se case?”, y si éstos externaban dudas o requerían más tiempo, el cura pedía de inmediato que llamaran a la novia a la que espetaba a bocajarro, apenas se presentaba: “¿Quieres casarte?, ¿si?, o ¿no?” Y cuando la novia decía que sí, éste agregaba enseguida: “Bueno, pues no hay nada más qué decir. Vamos a fijar la fecha de la boda”, y negociaba el plazo más corto posible, porque para él todo noviazgo era ocasión de pecado y había qué reducirlo al mínimo. Claro que con el tiempo, fuera de algún despistado, ya no era requerido para ese tipo de menesteres.

Tenía cierta parálisis en las piernas, por lo que arrastraba ambos pies, iba apoyándose en un bastón con la mano derecha y en el hombre de algún chiquillo, o en el brazo de un adulto, con la mano izquierda. Algunos vecinos le oyeron contar –aunque luego se corrieron leyendas- que el susto de ser detenido en cierta ocasión durante la Guerra Cristera y el esfuerzo realizado en la huida, le provocaron dicha parálisis, que parecía no tener remedio. Durante toda su vida intentó librarse de ella y probó desde aguas curativas hasta piel molida de la víbora de cascabel, pero nunca obtuvo buenos resultados. Mas su incapacidad física no le impedía, en absoluto, realizar sus múltiples actividades diarias.

Recibió una iglesia consagrada ala Virgen de la Luz, a la que le faltaban una torre y los murales interiores, y después de veinte años el templo había sido completado en todo lo necesario. Se tardó, pero lo hizo. El pago de las obras estuvo a cargo de los salvaterrenses mediante la compra semanal de bonos parroquiales, que una vez adquiridos perdían su valor pues se trataba de una aportación, no de una inversión productiva. La cantidad que cada familia compraba ya había sido determinada por el párroco de manera directamente proporcional a su riqueza aparente. Jamás se solicitaron cuentas, porque nunca hubo la mínima sospecha sobre nada, la confianza depositada en el señor cura era absoluta.

La construcción de la torre se hizo al ritmo que permitía el dinero, y fué realizada por unos canteros que don Ruperto conoció en las obras de la iglesia de un pueblo vecino. Con ellos se sintió seguro para emprender la tarea y los canteros correspondieron a su confianza, y a pesar de las dificultades económicas, nunca existieron dudas sobre la conclusión de la torre. Tomó tanto tiempo que estos trabajadores se asentaron en Salvatierra: ahí se casaron varios de ellos, tuvieron hijos y pasaron el resto de sus vidas.

Para la nueva construcción, midieron y dibujaron cada una de las piezas de la torre existente, todas de cantera rosa, así las volvieron a labrar y las colocaron en su lugar, hasta completar la nueva torre, igualita a la anterior. Fué una tarea paciente, de artistas. Cuando se terminó y se adquirieron las campanas, para lo que se organizó una colecta especial, todo el pueblo –aquí sí en el más amplio sentido de la expresión- asistió al izamiento de la campana mayor con la que se inauguró la torre nueva. Y cuando se le hizo sonar por primera vez, los gritos de júbilo, los aplausos y el llanto de los asistentes se mezclaron con sus repiques, sonoros y claros como el agua limpia. Ésa fué la culminación de la obra titánica de don Ruperto. Desde entonces, las llamadas a las misas pontificales y a las grandes celebraciones se oyen en todos los pueblos de los alrededores, porque en esas ocasiones se repican las campanas de las dos torres.

Pero no toda la obra de don Ruperto fué material, ni siquiera, tal vez, la más importante. Cuando éste llegó a Salvatierra, le entregaron un incipiente colegio parroquial de instrucción primaria para varones, llamado “José María Morelos y Pavón”, con alumnos de varios grados en el mismo salón debido a que se contaba con poco personal e instalaciones reducidas, aunque eso sí, incorporado a la SEP [Secretaría de Educación Pública]. El señor cura gestionó con todo su ser que le permitieran usar un ex convento capuchino colonial, que contaba con un hermoso patio arqueado en dos de sus lados y que era utilizado en parte como hospital. Sus esfuerzos culminaron con el permiso para enviar el hospital a un anexo y acondicionar el ex convento para el Colegio Morelos, que en su época de mayor esplendor tuvo diez salones y más de quinientos alumnos.

Además de sus envidiables instalaciones, este colegio llegó a ser el mejor de la región en todo lo académico, gracias al cuidado y atención constantes que le dispensaba el señor cura. En efecto, sin faltar un solo día y a pesar de sus dificultades para moverse, a las nueve de la mañana en punto –hora de inicio de labores- el señor cura dirigía a todos los alumnos reunidos en el patio principal unas palabras de orientación o algún consejo que les sirviera en su formación. Después, dedicaba el tiempo necesario a resolver los problemas cotidianos de la institución, a llamar la atención, con su estilo llano y directo, a los alumnos indisciplinados, a los que no les quedaban ganas de volver a portarse mal, y a hablar con algunos padres de familia sobre asuntos económicos, principalmente.

Era el colegio más democrático de la ciudad, pues asistían desde los muchachos más ricos hasta los más pobres; los primeros porque era el mejor colegio y los segundos porque el señor cura cobraba de acuerdo a la condición económica de cada familia. Nunca nadie dejó de estudiar por causa del dinero y nadie tampoco dejó de pagar lo que podía. Ése era el trato. Al final del mes se hacían cuentas y la parroquia cubría el siempre seguro resultado deficitario.

El señor cura se sabía rodear de personas valiosas a quienes contagiaba su mística. El director del colegio, por ejemplo, excelente en su trabajo, tenía una característica por demás curiosa: era tartamudo hasta el punto de la desesperación en su trato normal; pero como una muestra de lo que puede hacer la vocación, no tartamudeaba ni una sola vez cuando impartía clases. Los profesores, por su parte, eran ex seminaristas –requisito indispensable- y se encargaban de los grupos superiores; de los otros grupos se encargaban profesoras, todas con gran experiencia en el arte de enseñar a leer y a escribir.

Don Ruperto formó el coro parroquial –uno de sus orgullos- y el grupo de acólitos con alumnos del Colegio Morelos. Puso al frente de dicho coro al organista de la iglesia, quien procedente de un pueblo de Michoacán llegó a Salvatierra pidiendo trabajo en la notaría parroquial. Sus tres ocupaciones: organista, director del coro y notario parroquial, le obligaban a estar gran parte del día en las instalaciones parroquiales, durante todo el año. Aún así se dió tiempo para procrear siete hijos, todos varones, y en un momento dado todos ex seminaristas, quienes constituían la parte medular del coro. Los dos hijos mayores –del organista enojón como todo buen músico- fueron quizá los mejores maestros que ha tenido Salvatierra. Durante muchos años fungieron como profesores de quinto y sexto grados del Colegio Morelos, y luego pasaron a impartir clases en diversas materias en el nivel de bachillerato.

Como todo buen sacerdote, don Ruperto tenía profundas inquietudes misioneras, por lo que durante algún año de su ministerio escribió un libro titulado Cómo actúa el buen catequista, que le valió su ingreso al grupo de expertos mexicanos que constituían el Seminario Catequístico de la ONIR, siglas cuyo significado siempre fué un misterio para nosotros. Su pertenencia a este grupo le permitía o le obligaba a viajar a diversas ciudades del país donde se realizaban las reuniones nacionales de catequistas, invitado como expositor. A estos viajes se hacía acompañar por alguno de los muchachos del coro, que le servía de bastón izquierdo, “el más aplicado porque recupera pronto las clases” –decía-, y de esta manera convertía dichos viajes en un valioso estímulo.

Don Ruperto fué uno de esos personajes que ya no existen, murió en la ciudad de México, alejado y tal vez un poco abandonado por los salvaterrenses. Aún así, lo que es seguro es que murió con la tranquilidad de conciencia que da el deber cumplido. Y también es seguro que si existe el cielo, allí se encuentra el señor cura don Ruperto.

“George Raft fué un Gran Actor”
Por : R M P

El hombre más admirado del mundo por sus interpretaciones cinematográficas del Gángster norteamericano de la década de los 30’s. como guardaespaldas del temible Al Capone, que efectivamente lo había sido: George Raft. Él fué muy ovacionado por sus películas de gángster. Unas veces acompañado de James Gagney, Edward G. Robinson, Harry Baur y otros actores no menos famosos. En su primera película que le dio de inmediato fama mundial fué al lado de Paul Muni en la cinta “Cara Cortada”. Dicen sus biógrafos que fué tan fuerte el impacto de su personalidad, que todas las mujeres de Hollywood cayeron a sus pies; pero que él solo tuvo ojos de amor para la actriz alemana Marlene Dietrich.

De verdad George Raft fué fascinante, su manera de mirar, su estilo de vestir, de portar su pistola, de someter a los gángsters contrarios, su manera de portar el sombrero. En fin, en él todo era distinto y novedoso. No cabe duda que los hombres valientes aunque sean gángsters, tienen sus atractivos. Las mujeres los adoran y los hombres les temen y respetan. Yo mismo de jovencito, quería ser hombre valiente y malo. Cuando mi padre decía: “Este muchacho me salió bueno, yo no se por qué me daba coraje. Se me figuraba que yo era hombre “rajao””, es decir, como una vieja. Por eso digo que los hombres mal encachados, tienen sus atractivos. En George Raft se encontraba todo: buena presencia, elegancia en su personalidad y como dominador de hombres, por eso fué muy amado por las mujeres.

Sin embargo, George Raft era otro en su intimidad; al final de su vida comprendió el valor de los consejos de una madre y sufrió la ingratitud de amigos y mujeres, pues murió pobre y abandonado a los 75 años de edad en un cuarto de un hotel de la mas baja categoría. Dice su biógrafo: -¿Quién hubiera reconocido en aquel hombre viejo, débil y enfermo, próximo a morir, al hombre simpático y admirado del gran actor George Raft?. –Sobre su buró tenía la fotografía de su madre y la foto de Marlene Dietrich, la mujer que había amado más en su vida en sus buenos tiempos. Decía quedamente de ella: -¡Si solamente pudiera oír su voz una vez mas… si solamente me llamara! –En otra ocasión dijo a un reportero: -Es la mujer más bella del mundo. Poco me importa que ahora sea vieja, la sigo amando. -George Raft amaba de todo corazón a Marlene Dietrich, que seguramente, ella no supo comprender, pues bastó un solo disgusto o incidente entre ambos para que este amor terminara en forma total y definitiva, como suele suceder a muchas parejas que pudieron ser felices hasta los últimos días de su existencia. Este enojo de George y Marlene sucedió de la siguiente manera: Una noche George Raft sorprendió a un hombre que salía del camerino de Marlene. Loco de celos destrozó todos los vestidos de ella, quien lejos de darle una explicación dio por terminadas sus relaciones con él. No volvieron a verse nunca. George Raft desahogó su decepción con otras mujeres y sus amigos. Ella bastante famosa y llena de amor propio, jamás intentó una reconciliación con él y la separación fué para siempre.

Relata el biógrafo: En el buró de George había una fotografía de la actriz sobre la que había un escrito. A mi querido Guffy de parte de Marlene. Y aquel antiguo Rosario que el gran actor desgranaba entre sus dedos viejos y flacos, era un regalo de ella. Ya próximo a morir se acordaba de los consejos de su madre, decía: -Mi madre me advertía: -George, deja de frecuentar a esos amigos, no traerán nada bueno. -Desgraciadamente nunca se le hace caso a la madre. –También, con cierta lamentación refiriéndose a los gángsters (púes él había sido guardaespaldas de Al Capone y Lucky Luciano), decía: -Yo debía haberme contentado con interpretarlos en el Cine y no volver a verlos. Si se me puede permitir dar un consejo a los jóvenes actores, es éste: ¡Jamás se mezclen con el Hampa! Un día u otro, inevitablemente, serán sus víctimas.

-Todo el dinero que ganó en el cine, que fué mucho (pues fué rico) lo malgastó en los garitos con sus amigos gángsters y las mujeres; finalmente quedó pobre y abandonado por todos. Decía también: -Mi desgracia fué que jamás frecuenté más que a granujas y gángsters, y la gente formal, honrada, se apartó de mí. Si bien fué cierto que gracias al apoyo que recibió de Al Capone y Lucky Luciano llegó a la cima de la fama, también reconoce que debió apartarse de ellos, para no descuidar su patrimonio económico, pues no pensó que aquella vida descarriada que llevaba lo conduciría a la pobreza y abandonado de mujeres y amigos. -Termina el biógrafo con estas palabras: -Así termina su paso por la vida, como tantos otros imprevisores, un actor de la categoría de George Raft.

Hasta la fecha, no ha habido otro actor cinematográfico que iguale las magníficas interpretaciones de George Raft. Como gángster fué realmente genial, único. La película de “Cara cortada” con Paul Muni le abrió las puertas de la fama. De verdad la personalidad de los gángsters fascina a los hombres y a las mujeres las enloquece. Este tipo de hombre debe ser duro, dominador y mal “encachao”, sin miedo alguno a nada y a nadie. Estos impulsos deben sustentar aquellos que sienten vocación para ser agentes secretos, espías y guardaespaldas de personajes importantes, como lo fué nuestro José González González, guardaespaldas de Durazo, Ducoing y otros grandes políticos mexicanos, que fué duro con los delincuentes, pero en el fondo era y seguramente es, un hombre patriota, valiente y gentil con sus amigos y su familia. Puede decirse que estos son los hombres completos, ya que como dice el refrán: “Lo cortés no quita lo valiente”. pues las ocupaciones de Raft y José González González, en cuanto a sus personalidades fueron casi similares.

Para terminar este artículo y al haberme referido a dos hombres de muy envidiable personalidad psicológica como lo fué George Raft y nuestro José González González, es porque en determinadas ocasiones, debemos ser duros, astutos y desconfiados y actuar como dijo el poeta don Antonio Plaza “De todos habla muy bien, pero piensa muy mal de todos”.

Si, amigos mío, el hombre bueno debe andar siempre a la defensiva de los malos. desgraciadamente no podemos seguir un comportamiento de SANTOS EN ESTE MUNDO TRAICIONERO, CRUEL Y ASESINO, mayormente en estos tiempos en que el ciudadano honrado no tiene segura la vida y sus pertenencias. El gobierno debería dar facilidades a la gente honrada para la PORTACIÓN de armas de fuego y arma blanca para su defensa personal y de su familia frente a los peligros que nos acechan por doquier por tanta delincuencia que han hecho de ella un oficio.

Relata el biógrafo: En el buró de George había una fotografía de la actriz sobre la que había un escrito. A mi querido Guffy de parte de Marlene. Y aquel antiguo Rosario que el gran actor desgranaba entre sus dedos viejos y flacos, era un regalo de ella. Ya próximo a morir se acordaba de los consejos de su madre, decía: -Mi madre me advertía: -George, deja de frecuentar a esos amigos, no traerán nada bueno. -Desgraciadamente nunca se le hace caso a la madre. –También, con cierta lamentación refiriéndose a los gángsters (púes él había sido guardaespaldas de Al Capone y Lucky Luciano), decía: -Yo debía haberme contentado con interpretarlos en el Cine y no volver a verlos. Si se me puede permitir dar un consejo a los jóvenes actores, es éste: ¡Jamás se mezclen con el Hampa! Un día u otro, inevitablemente, serán sus víctimas.

-Todo el dinero que ganó en el cine, que fué mucho (pues fué rico) lo malgastó en los garitos con sus amigos gángsters y las mujeres; finalmente quedó pobre y abandonado por todos. Decía también: -Mi desgracia fué que jamás frecuenté más que a granujas y gángsters, y la gente formal, honrada, se apartó de mí. Si bien fué cierto que gracias al apoyo que recibió de Al Capone y Lucky Luciano llegó a la cima de la fama, también reconoce que debió apartarse de ellos, para no descuidar su patrimonio económico, pues no pensó que aquella vida descarriada que llevaba lo conduciría a la pobreza y abandonado de mujeres y amigos. -Termina el biógrafo con estas palabras: -Así termina su paso por la vida, como tantos otros imprevisores, un actor de la categoría de George Raft.

Hasta la fecha, no ha habido otro actor cinematográfico que iguale las magníficas interpretaciones de George Raft. Como gángster fué realmente genial, único. La película de “Cara cortada” con Paul Muni le abrió las puertas de la fama. De verdad la personalidad de los gángsters fascina a los hombres y a las mujeres las enloquece. Este tipo de hombre debe ser duro, dominador y mal “encachao” sin miedo alguno a nada y a nadie. Estos impulsos deben sustentar aquellos que sienten vocación para ser Agentes secretos, espías y guardaespaldas de personajes importantes, como lo fué nuestro José González González, guardaespaldas de Durazo, Ducoing y otros grandes políticos mexicanos, que fué duro con los delincuentes, pero en el fondo era y seguramente es, un hombre patriota, valiente y gentil con sus amigos y su familia. Puede decirse que estos son los hombres completos, pues como dice el refrán: “Lo cortés no quita lo valiente” ya que las ocupaciones de Raft y José González González, en cuanto a sus personalidades fueron casi similares.

Para terminar este artículo y al haberme referido a dos hombres de muy envidiable personalidad psicológica como lo fué George Raft y nuestro José González González, es porque en determinadas ocasiones, debemos ser duros, astutos y desconfiados y actuar como dijo el poeta don Antonio Plaza “DE TODOS HABLA MUY BIEN PERO PIENSA MUY MAL DE TODOS”. Sí, amigos míos, el hombre bueno debe andar siempre a la defensiva de los malos. Desgraciadamente no podemos seguir un comportamiento de SANTOS EN ESTE MUNDO TRAICIONERO, CRUEL Y ASESINO, mayormente en estos tiempos en que el ciudadano honrado no tiene segura la vida y sus pertenencias. El gobierno debería dar facilidades a la gente honrada para la portación de armas de fuego y arma blanca para su defensa personal y de su familia frente a los peligros que nos acechan por doquier por tanta delincuencia que han hecho de ella un oficio.

Pero ¡Vamos! debo pedir perdón por esta desviación, pues es que nosotros los hombres en determinadas circunstancias debemos adoptar unas actitudes parecidas a las de George Raft y nuestro José González González, frente al desafío de los malos. De cualquier manera cada uno de nosotros poseemos una personalidad propia, pero hay que adiestrarla para en todo caso sea atractiva, pero sin olvidar los consejos de Raft y también la voz de la experiencia de José González González. Sería curioso adoptar posturas de Gángster, pero obrando a la inversa, es decir: en defensa de las causas justas y beneficiosas para la sociedad.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Biografía

Marcos Armando Bárcenas Meza
(1953-2011)

Nació en la ciudad de Salvatierra, Gto., el 3 de junio de 1953. Sus padres fueron Marcos Bárcenas Zamora y Dolores Meza Montero, siendo el cuarto hijo de los cinco que formaron su familia. Sus estudios los realizó en el Colegio Guadalupe Victoria donde cursó el Jardín de Niños; la primaria la realizó en el Colegio José María Morelos; su educación secundaria en la Escuela Secundaria Técnica Industria No. 18 (actualmente Secundaria Técnica No. 2) y posteriormente cursó la carrera de Técnico Electricista en el Tecnológico Regional de Celaya.

Se desempeñó en varios trabajos siendo el primero en la Cd. de México, después radicó en la Cd. de Querétaro donde trabajó durante un año en la fábrica MAHERSA; de ahí pasó a la Junta Estatal de Agua Potable en la Cd. de Salvatierra; ahí también se desempeñó en lo que anteriormente se conocía como Banrural. En el año de 1981 entró a trabajar a la Escuela Secundaria Técnica No. 2 de esta ciudad de Salvatierra como profesor en el taller de Electricidad, lugar en el que laboró durante 30 años, obteniendo varios reconocimientos por su desempeño y participación en concursos a nivel estatal. También desempeñó los oficios de electricista y zapatero.

Su afición y gusto por la música la heredó de sus padres y lo llevó a pertenecer desde 1968 a la Rondalla Salvaterrense, fungiendo a partir de 1974 como Director de la misma. Con esta agrupación se obtuvieron diversos reconocimientos por su destacada participación en diferentes eventos tanto a nivel municipal, estatal como nacional. Fué también Director de la Rondalla Femenil de Salvatierra. Se casó en el año de 1974 con la señora Esperanza del Corazón Coronado Moreno. Falleció el 4 de septiembre de 2011 a la edad de 58 años. Le sobreviven su esposa, tres hijos y tres nietos.

En la foto de la página siguiente aparecen los actuales integrantes de la Rondalla Salvaterrense. De izquierda a derecha: Chucho Martínez, Luis Solache, Roberto Rojas, J. Luis Tirado, Jesús Barajas, Román Ruiz, Eliseo Hernández, Armando Bárcenas (Director) señalado con la flecha, Luis Rey Montoya, José Luis Martínez y Enrique Álvarez. Otros integrantes de la misma, que no aparecen en la foto, son: Ricardo Uribe y Alejandro Ruiz.

Para Mi Hermano

Volaste a los cielos, hermano querido,
dejando este mundo de pena y placer,
te fuiste tocando tu lira del alma,
hermoso instrumento que te hizo crecer.

Dejaste en los tuyos bonitos recuerdos,
tu franca sonrisa, tu humor sin igual,
tus pícaros cuentos, tu paz y alegría
que nadie al momento podrá superar.

Quedó tu guitarra en profundo silencio,
guardando las notas que la hicieron vibrar.
¿O será acaso que ella también en su mundo
sintiendo tu ausencia se puso a llorar?

Llegaste a la gloria encontrando a los viejos,
que fuertes abrazos te fueron a dar,
y nosotros los que en este mundo quedamos
te pedimos a ti, Armando, que junto con ellos, nos manden la paz.

Javier Bárcenas Meza



José Castro Barragán
Historiador y Fotógrafo
(1934-2011)

Nace en Zapotitlán, Veracruz el 9 de marzo de 1934. Fueron sus padres: Ignacio Castro y Martina Barragán. Tuvo 5 hermanos: David, Isabel, Concepción, Sirenia y Francisco. Llegó a Salvatierra a los 8 años de edad traído por su tío abuelo Isidro Castro. Cursó la instrucción primaria en la escuela “Emperador Cuauhtémoc”.

Desde muy chico le gustaba escribir sobre historia. Fué miembro fundador de la Cruz Roja. Fué fotógrafo y reportero gráfico del periódico “A.M.”. Durante 9 años también colaboró en la revista “Lerma”.

Fué presidente de Fotógrafos ambulantes. Recibió muchos reconocimientos por sus exposiciones fotográficas cuyo tema siempre fué: personajes importantes salvaterrenses, celebridades de otras partes que visitaban esta tierra como: presidentes de la República, gobernadores, artistas nacionales e internacionales y gente del mundo de la cultura y la ciencia.

Escribió para nuestra revista “Por Amor al Arte”, que tal vez fué el único medio que difundió sus escritos. Se casó con Reynalda Mercado Sierra el 3 de noviembre de 1973 en la Parroquia de Santiago Maravatío, con quién procreó a José Santiago, hijo único, el cual se desempeña como locutor en la estación de Radio local “XEFAC”.

Su esposa Reynalda fué fundadora y maestra de la Escuela Primaria “Valentín Gómez Farías”, de Santiago Maravatío, su pueblo natal.

Si bien, en vida recibió reconocimientos como fotógrafo, como historiador amante de Salvatierra; de su historia, sus bellezas y tradiciones, nunca fué valorado y esperamos que aunque sea después de su muerte se valore la importancia de su trabajo, y se le de el lugar que merece entre las personas distinguidas en la vida cultural de esta ciudad.

José Castro Barragán falleció el 28 de mayo de 2011. Descanse en paz.

A la izquierda: Mario Carreño, al centro: José Castro Barragán y su esposa, Reynalda Mercado.


Víctor Manuel Navarrete Ruiz

Nació en Salvatierra, Gto. Fué el penúltimo de diez hijos de una no tan típica familia provinciana de clase media. Lo atípico estriba en que tres de sus hermanos abrazaron la carrera sacerdotal por lo que creció rodeado de libros y en un ambiente de estímulos intelectuales. También ingresó al Seminario, aunque sólo por dos años.

La Preparatoria ya la estudió fuera de su ciudad natal y lejos de su familia. Se presume de haber realizado estudios de doctorado en economía en Estados Unidos sin saber inglés. La mayor parte de su desempeño profesional lo realizó en el gobierno, aunque se tomó varios años sabáticos durante los que comenzaron a hilvanarse los relatos que aquí se presentan.

Desde siempre le gustó contar historias y aquí les presentamos algunas de ellas:

El Día que cayó Plata del Cielo

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