Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

viernes, 15 de julio de 2011

Leyendas

El Puchote

¡Vámonos de aquí, esto no es vida!, dijo Antonio Botello a su mujer Eleutéria, y se vinieron a vivir a Salvatierra, allá en una huerta de Batanes sin más techo que un guayabo. Eran vecinos del Rancho del Puchote, que estaba por el rumbo de San Miguel Eménguaro a un costado del Cerro de Tetillas.

Ese rancho fué desaparecido por el gobierno, era nido de ladrones al grado que se robaban entre ellos hasta la comida, nadie podía dejar ni por descuido una cazuela en el fogón, porque desaparecía. Se dedicaban a robar los caminos, como el que iba a Eménguaro y en el viejo a Yuriria, en el tramo antes de llegar a Santo Tomás.

En el año de 1927, llegaron al rancho un grupo de hombres armados que se decían cristeros, en realidad se dedicaban a robar, haciendo que los habitantes del lugar les prepararan la comida, quitándoles lo poco que tenían o que habían conseguido en el campo. A finales del año siguiente, llegaron las tropas del gobierno, el movimiento religioso iba a menos, los soldados desalojaron y quemaron el rancho buscando el producto de los robos, no encontrando nada. El pueblo desapareció para siempre en el año de 1942.

Una leyenda que se cuenta entre la gente vieja del Puchote, dice que los ladrones escondieron el producto de sus robos en las cuevas del Cerro de Tetillas. Como esos tesoros fueron producto de la maldad y el crimen, el diablo se apoderó de ellos, ahora sirven para tentar y perder el alma de hombres ambiciosos.

El diablo bajo la figura de un pastor los guía hasta una de las cuevas y les muestra los tesoros que hay en ella, prometiéndoles que serán suyos, si asesinan a las personas que él les indica, cuando han realizado su crimen y vuelven por el tesoro, no encuentran, ni al pastor, ni a la entrada a la cueva que visitaron.

La Bella Mujer del Jardín de Zaragoza

Los noctámbulos paseantes de la Calle Hidalgo, cuando se dirigían a su casa después de haber estado ingiriendo bebidas alcohólicas en algún lugar. Decían que a lo lejos veían una escultural mujer vestida de blanco, con una hermosa cabellera rubia, que irremediablemente atraía a cualquier hombre.

Deslumbrados ante tal figura, los paseantes nocturnos trataban de darle alcance a todo lo largo de la Calle Hidalgo, nunca la alcanzaban, antes de llegar al Jardín de Zaragoza, al acercársele volteaba a verlos, mostrándoles una horrenda cara de burro con tremendos dientes de fuera, y los ojos enrojecidos como carbón.

Era el mismo diablo, que hacía caer en la tentación de la carne a los parroquianos para llevarse su alma, cayendo muertos al instante del susto de verla.

El Bulto de la Calle de Guerrero

Los viajeros que iban y venían de la estación del Ferrocarril por las noches de cuaresma, acostumbraban tomar la Calle de Guerrero como camino corto al centro de la ciudad. Dice una leyenda que en la esquina que forma esta calle con la del rastro viejo, hoy Altamirano, se aparecía un bulto negro que seguía a los viajeros de a pie y solos que por allí pasaban, al darles alcance se les trepaba en la espalda, murmurándoles palabras ininteligibles al oído, desapareciendo si por casualidad llegaba o se encontraban a otra persona.

Por eso nadie caminaba solo, por esa calle en las noches de cuaresma.


Narraba la gente, que las Madres Capuchinas rezan sin cesar en los días de carnaval, porque son las fechas en que más se ofende a Dios. Con sus rezos, lograban expiar los pecados de la ciudad. Estos se almacenaban en un costal negro que las religiosas dejaban en esa esquina. Una vez terminada la cuaresma volvían a salir al mundo.

El bulto seguía a los viajeros de a pie que fueran solos, para suplicarles que lo abrieran para dejar escapar los pecados que llevaba dentro, pero las oraciones de las religiosas le impedían hablar en forma clara.

La Bruja de las Arrecogidas

Un día de octubre de los primeros años de este siglo, los gendarmes trajeron arrestada a una mujer de edad indefinida, pero que a su dicho, contaba con sesenta y cinco años de edad, dijo llamarse Yadira, a secas, no dió sus apellidos. Estaba acusada de estafar a los viajeros en el viejo camino de Salvatierra a Yuriria, justo a la entrada del viejo puente de piedra que cruza el Arroyo de los Sauces, que va a desembocar a la laguna, sirviendo de lindero entre las municipalidades de estas dos ciudades.

La remitieron a la cárcel de mujeres, conocida como “Las Arrecogidas”. Corrió el rumor en la población, de que la tal Yadira era bruja, aunque tenía buen carácter, era comodina y atenta, así como simpática. Pero por si las dudas, el alcalde de la cárcel decidió encerrarla en una celda, para que no se fuera a escapar volando.

Así pasaron los días y los meses, un buen día dijo a su carcelero que le dolían mucho las piernas por las reumas que padecía, que la dejara salir un rato a tomar el sol. El carcelero se conmovió y le dijo “sólo unos minutos y yo voy contigo”.

Cuándo llegaron al patio, Yadira vio un pedazo de carbón tirado en el suelo; lo tomó, dibujando con él una escoba en la pared, diciéndole al carcelero, “¿Crees que esta escoba vuele?”, -diciendo esto, se lanzó sobre la pared donde estaba la escoba dibujada, montó en ella y salió volando, dando tremendas carcajadas.
Cuentan que Yadira se fué a vivir a uno de los islotes de la Laguna de Yuriria. Con el tiempo, cuando se fundó la comunidad de Betania, caserío asentado junto a la orilla del Arroyo de los Sauces, del lado de Salvatierra. Fué a visitar a las mujeres de ese pueblo, convenciéndolas de que se hicieran brujas.

Cuentan los viajeros nocturnos de esa carretera, que por las noches se ven luces en el cielo, son las brujas de Betania que van a visitar a Yadira, en el islote de la laguna donde aún vive.

Leyendas Tomadas del Libro: “Leyendas, Cuentos y Narraciones de Salvatierra, Recopilación” de Miguel Alejo López

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