Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

viernes, 11 de marzo de 2011

Leyendas

El Subterráneo

Cuando la cárcel municipal estaba en la Calle de Juárez en el ex convento del Carmen, dieron a las seis de la mañana el silbatazo para llamar a los presos al centro del patio, era la hora de pasar la primera lista.

Con asombro los custodios comprobaron que faltaban tres de los presos más peligrosos, de inmediato sonaron los silbatos de alarma, se les buscó por todos los rincones no encontrando ninguna pista de su escape, se interrogó a los demás reclusos, nadie sabía nada ni había rastros de cuerdas, herramientas o agujeros que pudieran haber sido utilizados.

Hacía siete meses había sucedido un hecho similar, habían desaparecido dos reclusos en iguales circunstancias. Lo que más extrañaba a las autoridades de la cárcel, era el hecho de que habían desaparecido no solo los presos, sino que también sus familias, nadie sabía nada de ellos, ni a dónde habían ido, se los había tragado la tierra.

Cierto día una pareja de gendarmes reconoció a la esposa de uno de ellos, allá por el rumbo del bañadero de los caballos en la Calle de Morelos, la siguieron y se percataron que la mujer entró al Templo de San Francisco, la buscaron por todo el convento, había desaparecido como por arte de magia.

En otra ocasión, un hecho igual sucedió en el Templo de Capuchinas. Algunas gentes aseguraban haber visto a algunos de los prófugos en el rancho de San José del Carmen. Lo que había pasado con esa gente, aseguraba uno, es que habían encontrado las entradas secretas a la red de subterráneos que hay en Salvatierra. Asegura la tradición que dichos túneles fueron construidos en la colonia, son tan amplios que cabe un hombre a caballo dentro de ellos. La misma tradición asegura que unen a los Templos del Carmen, de Capuchinas y de San Francisco, e incluso se llega por ellos hasta la Hacienda de San José del Carmen.

Pero, ¿Por quién? Y ¿Para qué fueron construidos? Se dice que los Frailes Carmelitas fueron los que los hicieron para esconderse y escapar de las temidas garras de la Inquisición. Aseguran otros, que sirvieron para guardar el producto de las riquezas obtenidas por la Orden. Hay también quien afirma que sirvieron a alguna hermandad de cuya existencia todavía hoy desconocemos.

Si existen en realidad esos subterráneos no lo sabemos con certeza, pero en diferentes tiempos y por diversas causas como la instalación del drenaje en Salvatierra, en las diferentes calles como la de Hidalgo y Juárez han aparecido rastros de túneles. Lo mismo ha sucedido en algunas viejas casonas en las que ha habido hundimientos, que se atribuyen a que por ahí pasa el subterráneo. Pero la verdad no la sabremos hasta que alguien encuentre la entrada y se arriesgue a transitar por ellos.

El Rosario del Padre Amezcua

Era el 10 de febrero de 1964, nacía en Salvatierra el Seminario Menor de los Operarios del Reino de Cristo, bajo el nombre de Internado José Luis Sánchez del Río. Con la autorización del Sr. Arzobispo de Morelia Mons. Luis Ma. Altamirano y Bulnes, había llegado por la mediación del párroco Dn Ruperto Mendoza, dedicado toda su vida a la promoción de vocaciones sacerdotales.

El Padre Enrique Amezcua fundador de la congregación, había acudido al llamado de Dn. Ruperto, para ver la finca que este le proponía para el futuro seminario. Era la antigua fábrica de los Argomedo en Batanes, a un costado del legendario puente.

Al padre Amezcua le gustó, se lo imaginaba reconstruido, pero todavía no era de ello, el seminario estaba asentado provisionalmente en un anexo del ex convento de Capuchinas.

A la entrada de la finca, a mano izquierda dentro de un portal de techos derrumbados había una palma muy alta, el Padre Amezcua la miró y pidió al cielo que esa propiedad fuera de ellos, para allí asentar su primera casa de formación sacerdotal. Lleno de fe, se dirigió a la palma sacando de uno de sus bolsillos un rosario, lo enterró al pie de ella, dejándolo como prenda de que volvería cuando fuera de la congregación todo eso.

El Padre Amezcua se retiró lleno de esperanza dejando el rosario enterrado al pie de la palma, con la fe de que esto funcionaría. El 25 de octubre de 1964, después de haberse celebrado un acto de homenaje a Cristo Rey en el atrio parroquial, el pueblo entero acompañó a su párroco y al Padre Amezcua, en procesión solemne hasta las ruinas de la casa de Batanes, para bendecir las obras de reconstrucción de lo que sería el seminario.

En 1966 el Gobernador de Estado Lic. Juan José Torres Landa lo visitó, se le ofreció una comida en el lugar, donde expreso un reconocimiento a las obras de reconstrucción. En octubre de 1970, el Lic. Manuel M. Moreno como Gobernador del Estado, inauguró el "Instituto Salvatierra" que impartiría instrucción secundaria, y en agosto de 1996 inicia sus actividades académicas en ese lugar la preparatoria "Vasco de Quiroga".

Las casas de los Operarios del Reino de Cristo siguieron multiplicándose, en 1971 el Seminario Mayor de Querétaro, en 1979 el Seminario Mayor de Olías del Rey en España y, en 1983 el Seminario Menor de Consuegra, en Toledo. La palma ya no existe, ni la jardinera de su base, pero el rosario sigue funcionando, por ahí ha de estar enterrado.

La Subida de las Campanas

La subida de las campanas en aquellos tiempos era digno de verse y merece consignarse. Describiré aunque imperfectamente la subida de alguna de ellas en las altas torres de nuestros templos.

Amaneció el día determinado para el acto, y ya la campana preparada de antemano al pie de la torre, esperaba el momento de su elevación.

Multitud de gruesos calabrotes que pasaban en la torre sobre gruesos carrillos de mezquite, eran sostenidos por el extremo opuesto por centenares de brazos del pueblo que prestábase de buena gana para esta operación. Llegado el momento de comenzar la elevación, convertíase aquello en un baratillo. Guardias del orden público en contorno dando ordenes a la gente que se retirase; distantes voces de mando simultáneas, unas en pro y otras en contra, gritos de regocijo de los chiquillos, rezos e invocaciones de las mujeres, gritos descomunales de los que asidos a los calabrotes jalaban las campanas de los demás templos tocando a rogación. En una palabra, un maremágnum indescriptible.

Repentinamente se paraba todo, era que el agua que se le ponía a los calabrotes se había agotado y mientras volvíanse a llenar los depósitos de líquido se le proporcionaba a los carrillos por el interior bastante untura hecha de brea, sebo y piloncillo, y a los calabrotes brea hecha polvo. Continuaba el ascenso, y a manera que la campana ascendía aumentaba la gente en los calabrotes y la excitación nerviosa de los espectadores.

Por fin después de tres horas corridas llegó la campana a los carrillos y la gente de los calabrotes tomaba un descanso sudorosa y fatigada. Se arreglaba un tablado macizo en donde descansaba la campana, y después con despacio era colocada en su lugar por el maestro de obras.

En ocasiones las campanas eran fundidas en el mismo atrio de los templos, para esto se hacía a propósito una pieza subterránea de bóveda bastante amplia, en la cual se formaba el horno donde se fundían el hierro, cobre, y demás componentes. A un lado se formaba el molde en donde debía vaciarse cuando ya el caldo o líquido estaba a punto. Ya todo en prevención se picaba el horno o crisol con una varilla para que el caldo saliese a caer en el molde. Este era momento peligroso por el atraso de la ciencia en aquella época, si el rojizo caldo no estaba a punto, salía por el agujero a gran distancia, quemando a los operarios y espectadores.

Una vez que el molde estaba lleno, dejábase en reposo algunos días quebrándose después, quedando la campana expedita para con su sonora voz llamar a los fieles desde lo alto de la torre por espacio de una o más centurias.


La Muchacha del Mirador

En ciertas noches obscuras en las que no hay luna, ha habido gente que viene entrando a Salvatierra, por el Puente de Batanes, y han visto en la ventana más alta del mirador que está a su izquierda un bulto blanco en forma de mujer, es el alma en pena de Carmen, la que murió de amor.



Carmen era hija de un rico hacendado español asentado en Salvatierra, que vivió precisamente en la casa donde se encuentra el mirador, a la entrada del puente. Era joven y bonita, tenía muchos pretendientes, su padre deseaba casarla con uno de los hijos de los ricos de la ciudad, pero ella se enamoró de un joven arriero que pasaba regularmente con su recua rumbo a Valladolid, se llamaba David.

El rico hacendado había mandado construir el mirador para vigilar desde ahí la entrada a la ciudad. No le pareció bien que su hija se enamorara del joven arriero. Temiendo que ella no cediera en su amor por él, lo mandó matar, contándole a su hija que había hecho un largo viaje, algún día llegaría por el Puente Grande.

Carmen subía todas las tardes al mirador con la esperanza de ver legar a su amado, así pasaron los días y los años, el ser amado nunca llegó.

Una tarde no bajó a la hora acostumbrada, al anochecer subieron a ver qué había pasado con ella, estaba tirada en el piso. Había muerto … de amor.


Leyendas Tomadas del Libro: "Leyendas, Cuentos y Narraciones de Salvatierra, Recopilación" de Miguel Alejo López

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