Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

jueves, 4 de noviembre de 2010

Serie: 100 Estrellas del siglo XX




Pedro Armendáris


Para una estrella con el atractivo, la gallardía, la virilidad de Pedro Armendáriz, su imponente presencia fílmica ha quedado resguardada en sus películas y puede apreciarla un público de millones en el mundo a través de la televisión.
Y Armendáriz no es únicamente su rostro, su temperamento, su personalidad, perfectamente visibles en el cine, 33 años después de su muerte, es también la clase, la categoría de un actor con una carrera fílmica difícil de igualar.
Los años, la madurez física, la experiencia en el medio son importantes en el cultivo de una estrella, aunque ésta no lo lleva verdaderamente a ser sin una filmografía sólida. Y Armendáriz se labró un lugar importante en la historia del cine con su estupendo trabajo en muchas películas hoy legendarias.
Distinto amanecer, de Julio Bracho, Flor Silvestre, María Candelaria, Bugambilia, Las abandonadas, La perla, Enamorada, La malquerida y El Impostor, de Emilio Fernández. El fugitivo, Sangre de héroes (Fort apache) y Los tres hijos del diablo (Three godfathers), de John Ford. Rompiendo las cadenas (We were strangers), de John Huston. Todas, sin excepción, notables. Sin embargo, es difícil llegar a las alturas que alcanza Armendáriz en Rosauro Castro, como un temible cacique, y en La noche avanza, interpretando a un ambicioso pelotari. Ambas obras maestras del cineasta mexicano Roberto Gavaldón. Para llegar a ese nivel, Armendáriz 110 sólo necesitó actuar, también encarnar el mito que se convierte en un espejo donde se reflejan las obsesiones y el trastorno social de los espectadores cinematográficos.



Dolores del Río

Dolores del Río fué creada por el sistema de estrellas de Hollywood. Su belleza natural fué transformada por los especialistas en una joya radiante; esto no habría sido posible si la actriz mexicana no hubiera poseído la fina, sobria, delicada personalidad que tenía. El éxito no la tendría que haber acompañado sin la inteligencia que la animaba, aunado a su don de gentes, su elegancia, sus exquisitos modales, todo forjado en una educación digna de una princesa.
A pesar de las restricciones que esta conducta limitaba, la estrella no se privó de nada. Mientras estuvo casada con el doctor Jaime Martínez del Rio, fué destacando en su quehacer fílmico y hasta se llegó a decir que se divorciaba para casarse con su descubridor, Edwin Carewe. El amarillismo periodístico alcanzó su climax cuando el esposo se suicidó. La chismografía hollywoodense no afectó su carrera ascendente: se casó con un magnate de la Metro Goldwyn Mayer, Cedric Gibbons, al que años después dejó por Orson Welles, el gran amor de su vida, después de su carrera.
En los años veinte fué una de las más admiradas figuras del cine mudo; su dinamismo y extravagante presencia fílmica la hicieron oscilar entre la vampiresa y la santa. En la década siguiente, el cine parlante la mostró tan desmesuradamente bella y exótica como una orquídea salvaje en Ave del paraíso: una joven polinesia que se sacrifica lanzándose al cráter de un volcán en esta producción de Selznick. Volando a Río y Madame Dubarry, fueron éxitos de esa época.
En los años cuarenta, de regreso a México, Dolores se transformó en una de las estilizadas máscaras del indígena mexicano en María Candelaria. Otras cumbres de esa temporada: Flor silvestre, Bugambilia, Las abandonadas, La malquerida, La otra mención aparte merece Doña Perfecta, tal vez su mejor actuación; y para Hollywood, El fugitivo.
 

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